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domingo, 28 de febrero de 2016

El fracaso de los genios granadahoy.com

DIARIO DE UN PSICÓLOGO:

Hay padres que esperan de sus hijos unas magníficas notas sin ni siquiera preocuparse de si llevan los deberes hechos, si se portan bien en clase o si estudian cuando tienen exámenes
ESTEBAN AGUILAR 
SSI les hablo de Carlos Santamaría ustedes probablemente no sabrán a quién me refiero, pero si les digo que un niño mexicano de tan solo nueve años ha sido el pequeño más joven que ha conseguido diplomarse en Bioquímica, una de las carreras universitarias más difíciles que ofrece la universidad de México, pueden hacerse una idea de que hablo de un niño, cuanto menos especial. Este es uno de esos casos conocidos como niño prodigio o superdotado. Durante estos meses estoy dando algunas charlas sobre el fracaso escolar y cuando comienzo a hablar siempre hago la misma reflexión: si nos centramos en hablar de qué factores precipitan el fracaso escolar en los niños, la charla sería muy corta, puesto que simplemente dejando al niño abandonado a su suerte académica, sin supervisión y sin apoyo, probablemente conseguiremos que poco a poco sus rendimiento escolar disminuya o se estanque. 

Normalmente los padres cometemos un error muy común al pensar que la educación de los hijos es responsabilidad del colegio, del profesor o del niño. Afirmar esto, es igual de incoherente que pensar que la salud de nuestro hijo y el hecho de que enferme, sea responsabilidad del hospital, del médico o del mismo niño por no cuidarse. 

Indudablemente a ningún padre se le ocurriría dejar a su hijo pedir cita con el médico y acudir solo a una revisión pediátrica, como tampoco se le ocurriría pensar que si el niño sufre una gripe o enferma de catarro la culpa sea del servicio de salud pública. Lo mismo debe ocurrir con el colegio o el sistema de educación pública, pero aquí mantenemos cierta ambigüedad cuando algunos padres asumen que el fracaso de nuestro hijo es que no le gusta estudiar, es un vago, el colegio no lo atiende o el profesor le tiene manía. 

En los casi quince años que llevo atendiendo en consulta a menores, nunca he conocido a un solo niño al que le gustara estudiar, del mismo modo que tampoco he conocido ningún niño que pueda calificarse de "tonto" por no sacar buenos resultados en la escuela. Por el contrario, sí he conocido padres que esperan del niño unos magníficos resultados en las notas al final del curso sin ni siquiera saber si sus hijos llevan los deberes hechos, se portan bien en clase o estudian cuando tienen exámenes. Con este panorama, no es difícil encontrarse una sorpresa, probablemente desagradable, a final de curso. 

El éxito escolar, desde mi punto de vista, es el producto de la conjugación de tres factores: la escuela, la familia y el niño. Si alguno de ellos falla, provocará que los otros dos tampoco funcionen correctamente y precipiten al niño a un fracaso inevitable, del mismo modo que ocurriría con una mesa de tres patas a la que le cortamos una. Pero ¿en qué medida debe existir cohesión, compromiso y coordinación entre los tres factores?. Cuando pregunto a los padres qué funciones tienen el colegio o los profesores con nuestros hijos, todos me contestan que su obligación es la de educar y formar a los niños acorde a su edad. Esta afirmación es de entrada el primer error. 

Tanto el colegio como los profesores no tienen obligación de educar a nuestros hijos, sino la de ofrecer todas las garantía posibles para que se mantenga el derecho a una educación eficaz e igualitaria a todos los niños en edad escolar de este país. Es una pequeña diferencia de concepto, ya que no es lo mismo preservar un derecho que cumplir una obligación. Esa obligación es la que tenemos todos los padres con nuestros hijos y que el Código Civil cita en su artículo 154 diciendo textualmente que la potestad de los padres implica literalmente "velar por ellos, tenerlos en su compañía, alimentarlos, educarlos y procurarles una formación integral". 

Es curioso el hecho de que en ninguno de los artículos se haga referencia a la obligación de quererlos, haciendo manifiesto el hecho de que por encima del cariño, se encuentran la importancia de ser educados y formados de una manera integral, quizás eso sea una parte importante para quererlos de una manera sana. Por otro lado el niño debe obedecer a sus padres mientras permanezcan bajo su potestad y respetarles siempre, así como contribuir equitativamente al levantamiento de las cargas familiares mientras convivan con ella. 

He escuchado a muchos padres, incluyendo al mío, decirles a sus hijos que el estudio es el trabajo de un niño mientras está en edad escolar o que no entienden porqué no están motivados para estudiar. Pensemos solo en el hecho de si nosotros trabajaríamos igual de motivados sin una retribución a cambio. 

Seguramente el sistema educativo es muy mejorable pero es mucho más fácil, y está a nuestro alcance, mejorar la atención que los padres le ofrecemos a los niños en su periodo escolar, la relación que mantenemos con sus profesores, preguntándoles con frecuencia cómo van los niños en el colegio y qué podemos hacer para que mejoren, incentivándoles el estudio con un tiempo compartido de ocio, revisando a diario los deberes y la presentación de trabajos, preguntándoles la lección cuando tienen exámenes o animándolos a mejorar en vez de centrarnos en sus fracasos.


Sin lugar a dudas, el fracaso de un niño también es el fracaso de sus padres, del profesor y del sistema educativo en su conjunto, por el contrario el éxito académico de un niño es la mejor confirmación de que lo estamos haciendo bien como padres o docentes y, aunque no todos los niños sean pequeños genios como Carlos Santamaría, ni al mundo le haga falta tanto genio, sí necesitamos todos pequeños gestos de genialidad que nos hagan tener desde niños un desarrollo óptimo.

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