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domingo, 30 de abril de 2017

Resucitó, señora mía granadahoy.com

                                                                         TRIBUNA


ALFONSO LAZO
Historiador

Resucitó, señora mía
Informaba poco antes de la Semana Santa la corresponsal en Jerusalén del diario El País (21-III-2017) acerca de las restauraciones que se están llevando a cabo en la iglesia del Santo Sepulcro, y contaba cómo hubo un momento emocionante cuando se retiró la lápida "donde la tradición cristiana sitúa los restos de Jesucristo". Pero digo yo que si la tradición cristiana "sitúa" allí "los restos" de Jesucristo no habría tumba ni iglesia del Santo Sepulcro ni tradición cristiana ni Papa de Roma ni cristianismo de ninguna clase. Ignorancia supina que pone en evidencia nuestro sistema educativo, ignorante por lo visto de que para millones de cristianos Jesús resucitó al tercer día y no quedan "restos" que valgan; por eso la Iglesia celebra estas fechas la Pascua de Resurrección, precisamente.
Una ignorancia también desconocedora de que el cristianismo conforma los cimientos de la cultura viva de Occidente; un cristianismo que en sus orígenes fue la admirable síntesis del mensaje de Jesús, la tradición judía, la cultura helenística, Roma y la creencia en una revelación del Logos. En el intercambio epistolar que mantuvieron durante años Eric Voegelin (cristiano) y Leo Strauss (judío), dos pensadores de rango en el campo de la filosofía, ambos se muestran convencidos de la realidad histórica de un desvelamiento de la deidad. Sin embargo, reconocen una dificultad perturbadora: la revelación se comunica a hombres que pueden interpretar, hijos de su tiempo, de manera equivocada las palabras de un ser divino. No existen entonces, concluyen, profetas y autoridades de carácter infalible; aunque por eso mismo, pienso yo, pueden asumirse sin turbación los escándalos y los crímenes de la historia eclesiástica. Sólo así, esos terribles errores no deslegitimarán al cristianismo histórico, y cabe hacer creíble, o al menos razonable, una revelación de la Trascendencia. Dicho de otra manera: la revelación imperfectamente comprendida por el místico o el profeta es una hipótesis plausible para explicar cómo el error de comprensión de un mensaje esperanzado puede llevar a los horrores del Santo Oficio.
Mas el cristianismo aportó también una moral, una ética universal, tan querida luego por los filósofos ilustrados del XVIII que sentó las bases de la moral común de Occidente y, con ello, la posibilidad de hablar de derechos humanos, de Estado de Derecho, de libertades, de democracia y de Justicia. Y aquí, frente a ciertos gestos del anticristianismo militante, se hace necesario citar a altas figuras del pensamiento, no precisamente cristianas.
"El cristianismo es voluntad de no dejarse tratar como ganado" escribe el filósofo marxista Ernst Bloch; y no puede, en efecto, ser de otra manera cuando los cristianos se sienten hijos de Dios. O el gran Jürgen Habermas que, con todo su "ateísmo metodológico" al que no renuncia, reconoce el "potencial de verdad de los conceptos religiosos". O Javier Sadaba, que se confiesa agnóstico: "Como demuestra la sociobiología, la religión jugó un papel fundamental en la evolución de la humanidad. Ha apuntalado los códigos morales y ha colocado líneas rojas de modo que el caos no impere en la sociedad". Y añade sobre Jesús: "Sorprenden sus palabras en su contexto histórico. La compasión con el débil, el reconocimiento de la mujer, la capacidad de perdonar…". Sí, desde luego, aunque si Jesús nunca resucitó y no hay ética universal por tanto, yo prefiero quedarme con el divino Platón.
Adela Cortina es una prestigiosa profesora de Ética en la Universidad de Valencia. No hace mucho, en un artículo titulado La patología del odio mantenía como única manera de superar esa deriva moral la urgencia de "convertir en creencia la idea de igual dignidad" entre los hombres. Pero ¿por qué hemos de hacer caso de Adela Cortina? Estoy dispuesto a escuchar con interés la conferencia sobre ética de un sacerdote católico, la de un brahmán hindú, la de un rabino o la de un parsi porque todos ellos transmiten una enseñanza revelada por los dioses. En cambio, no perderé ni un minuto en acudir a clase de un catedrático de Ética. A falta de deidades preceptoras, mi moral me la hago yo.
En la tumba de Jerusalén no queda ni un cabello de Jesús. Por eso, mi estimada periodista, millones de personas piensan que Cristo resucitó, y esa creencia cambió la historia del mundo. Creo, estimada señora, que nos conviene a todos estudiar algo de Historia, incluso en las facultades de Periodismo, para no soltar disparates.

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