Pululan becarios que trabajan muchas horas gratuitamente y que se felicitan por su suerte
Hace ya unos años que la cocina, ese trabajo antes perteneciente al ámbito de lo privado, asociada a lo femenino y considerada una actividad inferior y poco valorada, comenzó a formar parte del espacio público. Llegaron luz y focos a alumbrar la cocina, y milagrosamente, esta empezó a convertirse no solo en un lugar con reconocimiento social sino, más aún, en un sitio de élite. De esas cocinas de élite surgieron, como aves fénix que resucitaban de las cenizas de los fogones, cocineros-estrella. Aunque, curiosamente, cuando la cocina recibió la luz y se metamorfoseó, y pasó del caldero al lujoso laboratorio, quienes aparecieron en ella no fueron antiguas Cenicientas, sino llamativos ex Cenicientos. Numerosos cocineros, casi todos hombres, antes escondidos bajo delantales y gorros, empezaron a salir en multitud de las cocinas. Cocineros (muy pocas cocineras, insisto) que cambiaron de nombre: ahora se llaman chef. Y se tornaron en caballeros elegantes, glamurosos, limpísimos (sin una mancha de grasa), casi tan mediáticos como futbolistas o presentadores televisivos. Unos cocineros que hoy son aclamados por las redes sociales y por la academia cocinística (supongo que se llama así), que los solicita para impartir cursos y conferencias.
Hace pocos días, uno de estos chef estrella (las estrellas las pone Michelín, que otorga esa especie de Premio Oscar de las cocinas), defendió públicamente la existencia de becarios o aprendices (stagiers, les dicen en la época del glamour cocinístico) que no cobran en las refinadas, y carísimas, cocinas de estos restaurantes. Según el chef, estos becarios deben estar agradecidos porque tienen la oportunidad de aprender y formarse en lugares privilegiados y además (¿podrían pedir otra cosa?) reciben alojamiento y comida. Y añade, con total naturalidad: "Para ofrecer un servicio de excelencia necesito muchas manos. Podría tener solo a 12 cocineros contratados y el servicio sería excelente, pero si puedo tener a 20, será incluso mejor". Las cocinas, ya lo decíamos, son ahora espacios de lo público. Y en ellas ocurre lo mismo que está sucediendo en sitios similares: pululan becarios que trabajan muchas horas gratuitamente y que se felicitan por su suerte. Y es que parece que la luz en las cocinas no ha sido total: quedan en ella zonas ocultas, en sombra, oscuras y llenas de grasa, donde siguen habitando, con otros nombres, viejas, y nuevas, Cenicientas.
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