domingo, 14 de febrero de 2016

Vinos para una velada no-romántica granadahoy.com

Celebración. Yo creo que ni estando enamorado se hace soportable tanto corazón, tanto angelote con arco y flechas y tanta ñoñería Un día en el que los solteros se pueden sentir parias
MARGARITA LOZANO 
Para disfrutar de un buen vino, no se necesita a nadie.

FIESTA comercial donde las haya, importada, como no, de Estados Unidos, en la que se impone regalar algo a la persona amada, una cena romántica con velas y lo que la imaginación de cada cual dé de sí. Por aquello de que ninguna buena historia de amor comienza por una ensalada, hay un elemento imprescindible en cualquier cena romántica: el vino. Y es que el vino forma parte, junto al amor, de las delicias de la vida. El vino se relaciona con los placeres sensuales y el beber bien pertenece a la cultura del erotismo. Eurípides decía que donde no hay vino no puede haber amor. El vino y el amor es un maridaje histórico. Dionisos era el dios de la embriaguez divina y el amor más encendido. Las mujeres eran las más fieles seguidoras del dios, en forma de nodrizas, amantes o frenéticas bacantes. Este dios, propiciador de placeres, goza de una vida muy promiscua. Sus más famosas conquistas son la mortal Ariadna y la diosa del amor profano, Afrodita-Venus. Jugar al amor cuando uno está ebrio es una usanza casi tan antigua como el mismo vino. Los 'Octavos', juegos originarios de la Grecia Magna, eran ritos erótico-dionisíacos que consistían en beber tantas copas de vino como letras formaban el nombre de la amada. Así el banquete griego que en un principio utilizaba el vino para filosofar se sexualiza. Ovidio anticipó el ritual que se desarrollaría en las bacanales romanas con su sentencia: "con amor, el vino es fuego". 

En cualquier periódico o revista de hoy encontrará ideas de qué regalarle a su media naranja (si hoy aún no tiene regalo es preocupante, no le queda otra que las tiendas de los chinos… uyyyy, no sé si es mejor llegar sin regalo que con algo del todo a 100 comprado in extremis) y qué vino escoger para terminar de seducir a su amor. Así que yo he decidido ocuparme de esos 15 millones de solteros (según el Instituto Nacional de Estadística) que quieran darse el gusto de tomarse un buen vino solitos esta noche. Porque para disfrutar de un buen vino, no se necesita a nadie. 

Siempre explico (es una pregunta que me hace la gente de forma recurrente) que no tengo un vino preferido, que existe un vino para cada momento y un momento para cada vino. Influye el momento del día; si lo tomamos solo o acompañado de algo de comer y en ese caso de qué; si lo tomamos en soledad o en compañía; y por supuesto, nuestro estado de ánimo en ese momento. El estado de ánimo de un soltero en el Día de los Enamorados puede ir del blanco al negro según las circunstancias de cada cual, de la más profunda depresión a la más exultante euforia, así que déjenme imaginar unas cuantas situaciones y el vino que, en cada caso, yo les aconsejaría tomar. 

1º- Hace poco que usted y su pareja han roto pero es usted feliz… Aunque hoy el ambiente le hace sentir nostalgia, melancolía, necesita una copa de un vino alegre, refrescante, lleno de vida. Un blanco luminoso, brillante, que le envuelva en notas de flores y de cítricos que estimulen su ánimo. Un trago casi largo que le haga salivar y le pida otro trago. 

2º- Para los que están dolidos, enfadados o directamente cabreados con su ex o con esa persona con la que "fue bonito mientras se lo creyó", algo que suavice el corazón: un rosado de lágrima, fresco pero lleno de peso frutal, para ver la vida del color… con el que se bebe. 

3º- Sufre usted un profundo mal de amores… Necesita un vino que le reconforte el cuerpo y el alma. Un tinto musculoso, potente, pero a la vez envolvente, sugerente. Como el amor mismo: dulce en los primeros tragos, amargo al final de la boca. Busque un vino que tenga, al menos, cinco o seis años, que no haya que domarlo, que se entregue nada más abrir la botella. 

4º- Hace mucho tiempo que vive solo y no tiene pareja. Tampoco la busca ni le apetece una vida compartida. Hoy que todo el mundo bebe y brinda de dos en dos, se siente un poco excluido. No tiene por qué. Hay vinos que se beben mejor estando solo, vinos de meditación con los que casi se para el tiempo. Siéntese cómodamente -si es al lado de un fuego, será todo un lujo- y tómese una copita de amontillado u oloroso (de Jerez o de Montilla Moriles). Unos vinos explosivos, conquistadores, que reservan grandes sorpresas semiocultas para aquellos que se atreven a probarlos y que, indefectiblemente, acabarán rindiéndoles pleitesía. 

Pero en cualquiera de las anteriores situaciones, para mí hay un vino entre los vinos: el champagne. Decía Lilly Boullinger, una de las llamadas 'viudas de la Champagne': "Lo bebo cuando estoy feliz y cuando estoy triste. A veces lo bebo cuando estoy sola. Cuando estoy acompañada lo considero obligatorio. Como con él si no tengo hambre y lo bebo cuando sí la tengo. En cualquier otro caso, no lo toco, al menos que tenga sed". Nada mejor que la alegría efervescente de una copa de champagne para cambiar, de entrada, nuestro estado de ánimo, para hacernos sentir un poquito más especiales. Lo podemos tomar a cualquier hora del día, su vivacidad en boca nos hará sonreír, su frescura nos rejuvenecerá y su glamour nos envolverá. Decía Napoleón acerca del champagne: "En la victoria lo mereces, en la derrota lo necesitas". Venga, dese ese placer: y si es a solas, ¡a más toca! No-enamorados del mundo: ¡chin chin! 


'In vino veritas' o "en el vino está la verdad", que dijo Plinio el Viejo.

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