Diego Hidalgo |
FÁTIMA SIGÜENZA
Diego Hidalgo (París, 1983) es máster en Relaciones Internacionales y máster en Sociología por la Universidad de Cambridge, donde realizó uno de los primeros estudios académicos sobre el impacto de Facebook en las relaciones humanas (2007). En paralelo a su actividad empresarial (ha fundado varias plataformas) publica tribunas de opinión e interviene en conferencias sobre emprendimiento, política y tecnología, un ámbito que analiza en Anestesiados (Catarata).
-¿Por qué 'Anestesiados'?
-Anestesiados se refiere al efecto que considero que la tecnología digital ejerce sobre nuestro espíritu crítico, nuestra conciencia y nuestro espíritu en general. Básicamente, es de adormecimiento mientras nos están operando en otro sitio: tiene una intención concreta y un plan detrás.
-¿Somos conscientes de los riesgos que supone la tecnología digital?
-Creo que somos conscientes de la punta del iceberg. Todavía no entendemos la relación de riesgos como los peligros Facebook para los adolescentes, las fake news, la inteligencia artificial... Falta el nexo para entender la esencia del problema. ¿Cuál es el lugar para el humano en un mundo en el que se supone que la tecnología lo va a hacer todo de forma más eficiente? El paradigma que predomina en la industria tecnológica es llegar a hacernos creer que la máquina lo va a hacer todo mejor que el ser humano. Si aceptamos esta creencia tecnologista, este solucionismo, estamos firmando la desaparición progresiva del ser humano. Suena alarmista pero la tecnología que se está desarrollando conduce a que ésta tome el control definitivo sobre nosotros. Unos documentos internos de Facebook demostraban que sus propios ingenieros ya no son capaces de entender cómo los algoritmos privilegian unas noticias en vez de otras. La tecnología es cada vez más autónoma e invasiva. Somos muchísimo más vulnerables de lo que pensamos frente a la tecnología digital.
-¿Es la tecnología un 'gran hermano'?
-Parte de este gran problema tiene que ver con la vigilancia, con este mundo orwelliano que se está construyendo con base tecnológica en el que hay dos vertientes: una pública y otra privada, y cómo emergió lo que la profesora de Harvard Shoshana Zuboff llama el capitalismo de la vigilancia. Hemos visto afianzarse modelos de negocio de las grandes tecnológicas, extendidos a toda la industria, basados en datos: intentan recaudar más datos sobre ti, establecer un modelo comportamental que va a permitir saber cuál es tu trayectoria y vender esta información.
-¿Es realmente gratis?
-Es la famosa frase: "cuando no eres el cliente, eres el producto". Pagamos de forma cada vez más cara estos servicios. Cuanto más uses estos servicios, más preciso es el modelo comportamental que pueden establecer y más intenso el robo de libertad. Pagamos cada vez más por estos servicios pero de forma indirecta, es como si te invito a un restaurante pero pagas tú la cuenta a través de otra factura.
-¿Cómo afecta la tecnología a nuestra libertad?
-La tecnología ha impactado muchísimo nuestra forma de consumir la información, de pensar, ha transformado nuestra consciencia. Externalizamos cada vez más facultades a la tecnología que antes ejercíamos nosotros, nos convertimos en personas más dependientes y renunciamos a una parte de lo que somos. Los ejemplos más claros son la memoria, la orientación... También acentúa la presión social y, accediendo de forma muy individualizada, atomiza mucho la sociedad.
-El matrimonio Gates, Steve Jobs... prohibieron o limitaron el uso de pantallas a sus hijos. ¿Por qué no hacemos lo mismo?
-La gente que más conoce la tecnología pone límites entre ella y sí misma o sus hijos porque saben que una vida hiperconectada y sin respiros es una vida más vulnerable y menos libre. Hay personas que entienden los peligros de una vida integralmente gestionada por algoritmos, que van a saber tomar distancia y mantener su libertad. Así, el mejor regalo que le vas a dar a tus hijos es mantener esta distancia y la capacidad de apretar el botón off y decidir cuándo utilizar la tecnología de forma proactiva y consciente.
-Un caso muy conocido fue la supuesta influencia rusa en la victoria de Trump en 2016 a través de las redes sociales.
-La gran paradoja es que pensábamos que internet haría circular la información de forma tan fluida que la verdad iba a emerger, pero las noticias falsas circulan cinco veces más rápido. El auge de los populismos en los últimos años tiene gran parte que ver con el hecho de que lo que genera más tiempo pasado en una plataforma es todo lo que provoca cólera, enfrentamientos. Estos algoritmos han estado privilegiando los discursos de odio, extremos, noticias impactantes, independientemente de si son auténticas o no. Nuestras democracias están basadas en un debate a partir de hechos y creencias compartidas, pero si no compartimos una base mínima de valores comunes, si de partida podemos relativizar absolutamente todo, ya no podemos tener un debate democrático.
-¿Hemos renunciado al derecho a la desconexión?
-Sí, y es absolutamente fundamental que entendamos que es imprescindible recuperar este derecho si queremos seguir siendo una especie libre. El tipo de tecnología que predomina nos rodea de forma cada vez más total, como un gas, que no es visible pero lo respiramos todo el tiempo. Si no somos capaces de encapsular la tecnología cuando no queremos estar conectados, no podremos escapar a esta determinación absoluta por plataformas y dispositivos de dictar lo que vamos a hacer en nuestras vidas.
-¿Cómo podemos utilizar la tecnología sin que ella nos utilice a nosotros?
-Hemos de tener una serie de acciones individuales, colectivas y políticas, porque estamos ante una relación totalmente asimétrica. Es importante introducir en nuestra vida límites y apagar de vez en cuando, crear frenos que por ejemplo nos hagan pensar si cada vez que usamos la tecnología ha sido un acto consciente o no. Mi forma de poner límites es no tener un smartphone. Yo no denuncio lo bueno que tiene, sino la cuenta que no estamos viendo. Para mí, la tecnología digital es ahora la adicción más socialmente aceptada y más dañina para la sociedad.
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