El derecho a la vida más allá del útero |
Esta misiva no va sobre el aborto. No hay intención alguna de convencer al lector sobre cómo debería opinar sobre el aborto. Esa valoración personal queda entre usted, sus creencias y su ética. Aunque mi forma de ver la vida puede ser diferente a la suya, le confieso que me consternó que el estado de Mississippi quisiera prohibir a las mujeres abortar a partir de las 15 semanas de gestación. No solo porque se insista en rescatar leyes que quedaron obsoletas hace medio siglo, sino porque cinco jueces -Brett Kavanaugh, Neil Gorsuch, Amy Coney Barrett, Samuel Alito y Clarence Thomas- se lucren del sistema legislativo para sepultar la libertad individual de las mujeres y dictaminarles qué deben hacer con su cuerpo. Recordemos, además, que Kavanaugh, Gorsuch y Alito fueron designados por Donald Trump y tal honor no se otorga, precisamente, a ilustres beatos de la filosofía política liberal.
Si ponemos todo esto en perspectiva, nos deberíamos dar cuenta de que estamos aceptando que, en un estado supuestamente democrático, cinco jueces prostituyan las leyes para imponer su propia ideología ultrareligiosa, en lugar de actuar en representación de la sociedad. En Sobre la libertad -que debe ser una obra de ciencia ficción para muchos-, Stuart Mill consideraba que, para que la sociedad pueda prosperar, cada individuo debe ser el "guardián natural" de su propia salud física, mental y espiritual. En un alarde de progresismo, el senador republicano por Dakota del Norte, Kevin Cramer, espetó que vale la pena perder a una madre por salvar la vida del feto. Quizás debiéramos preguntarle al señor Cramer si opinaría lo mismo si esa mujer condenada a morir fuera su hija o alguien de su familia. No sé en qué momento hemos normalizado actitudes tan egoístas. Dudo, además, que existiese el mismo nivel de comprensión si un grupo de magistradas se reunieran para legislar sobre lo que un hombre puede hacer con su cuerpo. "Estas feminazis…", vociferarían muchos.
En cualquier caso, reitero que este artículo no va sobre el aborto, sino sobre el después. ¿Qué ocurre después de dar a luz? ¿Qué pasa con los derechos a la vida después de que ese niño nazca? Muchos se vanaglorian de la importante labor social que acometen para salvaguardar la continuidad de la especie humana. Sin embargo, algunos parecen olvidar que la defensa de la vida no termina en el útero de la mujer. ¿Por qué no defienden, con el mismo ímpetu, los derechos de los niños que ya han nacido? ¿Qué iniciativas legislativas populares quieren impulsar para proteger la vida de los niños en situación de vulnerabilidad? Desde luego, planteamientos como los de Greg Abbott, gobernador de Texas -que quiere impugnar una decisión del Tribunal Supremo, de 1982, que obliga a los estados a ofrecer educación pública gratuita a todos los niños, incluidos los de los inmigrantes indocumentados-, no parecen ayudar a resolver estas cuestiones.
Los embarazos no deseados son, precisamente, no deseados por múltiples motivos. Una de las principales razones es el nivel de ingresos. Aunque Enrique Ossorio, consejero de la Comunidad de Madrid, no encuentre a los tres millones de pobres que, según el último informe de Cáritas, hay en España -que es normal si a uno, de pequeño, no se le daba bien lo de jugar a¿Dónde está Wally? o, simplemente, solo frecuenta ciertas zonas exclusivas de la ciudad-, lo cierto es que, hoy en día, no todo el mundo tiene el capital suficiente como para formar una familia. No todo el mundo puede pagar las guarderías de sus hijos, ni cuenta con apoyo familiar. Si a eso le añadimos la subida del precio de los alimentos, de la factura de la luz y de los alquileres, quizás podamos comprender mejor las largas colas en comedores sociales.
Otro de los motivos por los que una mujer podría querer interrumpir su embarazo es porque no quiere ser madre. No todas las mujeres sueñan con ser madres o no están preparadas para serlo porque prefieren prosperar en su futuro laboral o quieren seguir disfrutando de su vida tal y como la conocen. No es egoísta, de hecho, es una decisión honesta y responsable y aceptar esta realidad es, de nuevo, un ejercicio de respeto a la libertad individual de la mujer. Ser madre implica un nivel de sacrificio que no todas están dispuestas a afrontar y, más aún, cuando apenas existen incentivos laborales para compaginar la maternidad: servicios de guardería o salas de lactancia en el trabajo, horario flexible, etcétera.
Así pues, aunque es encomiable la labor social que desempeña tantísima gente por proteger la vida, resulta hipócrita quedarse solo en la vida que hay dentro del útero materno. Parece como si, una vez nace el niño, se obviara el problema que subsiste porque la responsabilidad recae ahora sobre otros. Es muy fácil vociferar y recurrir a las Escrituras para justificar por qué queremos imponer nuestro estilo de vida a otros que, desde luego, no están en la misma situación que nosotros. Casi tan fácil como luego abandonarlos, en el momento en el que más vulnerables están, una vez han llegado al lugar donde queríamos conducirlos.
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