Si tenemos en cuenta los pocos restos arquitectónicos de la época musulmana que nos quedan, la catástrofe que supuso la construcción de la vía es cualitativa y cuantitativamente más trágica
H ASTA ahora hemos realizado una visita por aquellos edificios que tenían nombre y apellidos, aquellos espacios que tenían un importante soporte artístico e histórico, pero también es verdad que, junto a aquellas casas y palacios, había una amplia trama urbana que abarcaba un gran número de edificaciones, de las que no se ha conservado una memoria tan amplia, aunque fueran citadas de pasada en las guías y estudios posteriores a los que ya hemos hecho referencia en pasadas entregas de esta serie.
Hoy vamos a hacer un breve recorrido por esas casas desaparecidas. Para empezar, vamos a fijarnos en una noticia, confusa, sobre dos posibles baños árabes, uno identificado como de la Zapatería, por haber sido llamado así el baño que se encontraba en la parte alta del Zacatín y otro en la vecina calle del Cañuelo. Del primero se pudieron identificar sus bóvedas y la planta de cinco naves paralelas, pero no se pudo averiguar mucho más porque la parte baja, con los arranques de los muros, estaba colmatada con los materiales del mismo derribo. Según las anotaciones de Gómez Moreno Martínez para una nueva edición de la Guía de su padre, apareció también un capitel que, por su forma, delataba un pabellón poligonal, lo que no cuadra con sus propios dibujos, por lo que cabe la posibilidad de que perteneciera a otro pequeño baño en la citada calle del Cañuelo, del que no tenemos más referencias.
Entre las casas desaparecidas de cierta importancia, se encontraban dos en la calle Azacayas: la Casa del Marqués de Falces y otra, un par de números más abajo. La primera tenía una curiosa fachada, totalmente decorada, con pinturas como las que surgieron en la Carrera del Darro durante la restauración de los noventa. Cinco paisajes servían de fondo a otras tantas especies animales que se encontraban rotuladas: Gris pequeño -variedad de comadreja-, Zatoucya, Patang,Encubertado -animal descrito por Gonzalo Fernández de Oviedo en su bestiario de Indias- y Gran Tamandua -especie de oso hormiguero-. La presencia de animales americanos o descritos en bestiarios, nos lleva a pensar en un interesante programa mitológico o simbólico que desgraciadamente hoy no podemos estudiar. La casa vecina mantenía importantes restos árabes -como techumbres y un capitel califal-, moriscos y renacentistas, mientras que la fachada también se encontraba decorada con pinturas del siglo XVIII.
En la calle Marqués de Falces se encontraba otra interesante edificación. Conservaba unas decoraciones nazaríes, con su policromía primitiva, que la Comisión de Monumentos recomendó enviar al Museo Arqueológico. Restos nazaríes tenía también la casa que denominaban 'La Posadilla' en la calle Buen Rostro que, además, era un ejemplar digno de conservar, pues era un ideal de la casa morisca. Se conservaron seis zapatas, un arco nazarí y las gorroneras de la puerta que pasaron al Museo en su totalidad.
Otra calle que estaba cuajada de edificios dignos de haber sido conservados era la del Colegio Eclesiástico. Ya vimos que a ella se abría el gran edificio del Colegio y que lindaba con la Casa de los Infantes pero, asimismo, existía una importante casa de origen nazarí, con un pórtico de tres vanos y curiosísimo arco rebajado, de yeserías e inscripciones cúficas, que fue trasladado al Museo Arqueológico. Cerca de esta casa había otra que también era de origen nazarí, aunque bastante más pequeña, que conservaba el patio. Otras casas con restos árabes eran las de las calles del Pozo de Santiago y Lecheros; ambas conservaban arcos, techos, maderas y decoraciones nazaríes.
Un caso aparte será la calle de la Cárcel. En ella vimos cómo se situaba el palacio más importante de todo el sector: la Casa de los Infantes, pero además desapareció la casa número 63 y, en los años cuarenta, como consecuencia de las alineaciones y ampliaciones de las calles transversales de la Gran Vía, cayeron también la casa árabe de la placeta de Villamena y la antigua Cárcel, pero esto se nos escapa del tema que nos ocupa. La casa número 63 era un importante palacio del siglo XVI, con reformas del XVII y XVIII; tenía torre en la esquina y una portada clasicista de dos cuerpos, con columnas estriadas y la heráldica de la familia. Contaba con un patio porticado y otra portada monumental interior que daba paso al salón principal.
Como vemos, lo perdido en la apertura de la Gran Vía es de gran importancia. Pero si pensamos, además, en los pocos restos arquitectónicos de época musulmana que nos quedan en la ciudad a día de hoy, fuera de los palacios reales, la catástrofe es cuantitativa y cualitativamente mucho más trágica. Hoy podríamos disfrutar de más del doble de edificios de esa época y, entre ellos, uno de primerísima categoría. De los edificios de época cristiana, ni tan siquiera tenemos claro cuántos fueron los derribados, sin tener que haberlo sido: la casa de los Maza de Lizana, las del entorno de Santa Paula, la de la Placeta del Naranjo o las del conjunto de Mesa Redonda, por detrás del Zacatín, no son más que una enumeración rápida e incompleta de lo desaparecido. Lo penoso de esta situación es que, hoy día, seguimos permitiendo la desaparición de edificios de esta época, a veces bajo la fórmula de unas relativas y bárbaras restauraciones, y otras simplemente por dejadez. Baste como ejemplo el Carmen de San Cayetano en la calle Zafra, edificio monumental con elementos únicos en el patrimonio granadino que, si alguien no lo remedia, perecerá en breve.
Terminaba José Martín, en un artículo publicado en Granada Gráfica en enero de 1922, con motivo del inminente derribo del Colegio de San Fernando, diciendo: Granada, Toledo, Córdoba y Sevilla, tienen un tesoro que poco a poco se va destruyendo por la incuria de unos y la incultura de los demás. Granada no es la Alhambra, Córdoba no es la Mezquita. El día que acabemos de desmoronar estos restos que nos legaron los alarifes del pasado, España, nuestra querida España, será un pueblo sin alma. Estremece pensar todo lo que se ha perdido desde esa fecha y que esta ciudad aún siga siendo bella.
Hoy vamos a hacer un breve recorrido por esas casas desaparecidas. Para empezar, vamos a fijarnos en una noticia, confusa, sobre dos posibles baños árabes, uno identificado como de la Zapatería, por haber sido llamado así el baño que se encontraba en la parte alta del Zacatín y otro en la vecina calle del Cañuelo. Del primero se pudieron identificar sus bóvedas y la planta de cinco naves paralelas, pero no se pudo averiguar mucho más porque la parte baja, con los arranques de los muros, estaba colmatada con los materiales del mismo derribo. Según las anotaciones de Gómez Moreno Martínez para una nueva edición de la Guía de su padre, apareció también un capitel que, por su forma, delataba un pabellón poligonal, lo que no cuadra con sus propios dibujos, por lo que cabe la posibilidad de que perteneciera a otro pequeño baño en la citada calle del Cañuelo, del que no tenemos más referencias.
Entre las casas desaparecidas de cierta importancia, se encontraban dos en la calle Azacayas: la Casa del Marqués de Falces y otra, un par de números más abajo. La primera tenía una curiosa fachada, totalmente decorada, con pinturas como las que surgieron en la Carrera del Darro durante la restauración de los noventa. Cinco paisajes servían de fondo a otras tantas especies animales que se encontraban rotuladas: Gris pequeño -variedad de comadreja-, Zatoucya, Patang,Encubertado -animal descrito por Gonzalo Fernández de Oviedo en su bestiario de Indias- y Gran Tamandua -especie de oso hormiguero-. La presencia de animales americanos o descritos en bestiarios, nos lleva a pensar en un interesante programa mitológico o simbólico que desgraciadamente hoy no podemos estudiar. La casa vecina mantenía importantes restos árabes -como techumbres y un capitel califal-, moriscos y renacentistas, mientras que la fachada también se encontraba decorada con pinturas del siglo XVIII.
En la calle Marqués de Falces se encontraba otra interesante edificación. Conservaba unas decoraciones nazaríes, con su policromía primitiva, que la Comisión de Monumentos recomendó enviar al Museo Arqueológico. Restos nazaríes tenía también la casa que denominaban 'La Posadilla' en la calle Buen Rostro que, además, era un ejemplar digno de conservar, pues era un ideal de la casa morisca. Se conservaron seis zapatas, un arco nazarí y las gorroneras de la puerta que pasaron al Museo en su totalidad.
Otra calle que estaba cuajada de edificios dignos de haber sido conservados era la del Colegio Eclesiástico. Ya vimos que a ella se abría el gran edificio del Colegio y que lindaba con la Casa de los Infantes pero, asimismo, existía una importante casa de origen nazarí, con un pórtico de tres vanos y curiosísimo arco rebajado, de yeserías e inscripciones cúficas, que fue trasladado al Museo Arqueológico. Cerca de esta casa había otra que también era de origen nazarí, aunque bastante más pequeña, que conservaba el patio. Otras casas con restos árabes eran las de las calles del Pozo de Santiago y Lecheros; ambas conservaban arcos, techos, maderas y decoraciones nazaríes.
Un caso aparte será la calle de la Cárcel. En ella vimos cómo se situaba el palacio más importante de todo el sector: la Casa de los Infantes, pero además desapareció la casa número 63 y, en los años cuarenta, como consecuencia de las alineaciones y ampliaciones de las calles transversales de la Gran Vía, cayeron también la casa árabe de la placeta de Villamena y la antigua Cárcel, pero esto se nos escapa del tema que nos ocupa. La casa número 63 era un importante palacio del siglo XVI, con reformas del XVII y XVIII; tenía torre en la esquina y una portada clasicista de dos cuerpos, con columnas estriadas y la heráldica de la familia. Contaba con un patio porticado y otra portada monumental interior que daba paso al salón principal.
Como vemos, lo perdido en la apertura de la Gran Vía es de gran importancia. Pero si pensamos, además, en los pocos restos arquitectónicos de época musulmana que nos quedan en la ciudad a día de hoy, fuera de los palacios reales, la catástrofe es cuantitativa y cualitativamente mucho más trágica. Hoy podríamos disfrutar de más del doble de edificios de esa época y, entre ellos, uno de primerísima categoría. De los edificios de época cristiana, ni tan siquiera tenemos claro cuántos fueron los derribados, sin tener que haberlo sido: la casa de los Maza de Lizana, las del entorno de Santa Paula, la de la Placeta del Naranjo o las del conjunto de Mesa Redonda, por detrás del Zacatín, no son más que una enumeración rápida e incompleta de lo desaparecido. Lo penoso de esta situación es que, hoy día, seguimos permitiendo la desaparición de edificios de esta época, a veces bajo la fórmula de unas relativas y bárbaras restauraciones, y otras simplemente por dejadez. Baste como ejemplo el Carmen de San Cayetano en la calle Zafra, edificio monumental con elementos únicos en el patrimonio granadino que, si alguien no lo remedia, perecerá en breve.
Terminaba José Martín, en un artículo publicado en Granada Gráfica en enero de 1922, con motivo del inminente derribo del Colegio de San Fernando, diciendo: Granada, Toledo, Córdoba y Sevilla, tienen un tesoro que poco a poco se va destruyendo por la incuria de unos y la incultura de los demás. Granada no es la Alhambra, Córdoba no es la Mezquita. El día que acabemos de desmoronar estos restos que nos legaron los alarifes del pasado, España, nuestra querida España, será un pueblo sin alma. Estremece pensar todo lo que se ha perdido desde esa fecha y que esta ciudad aún siga siendo bella.
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