El cantautor granadino actúa mañana en la Corrala de Santiago después de un periplo de seis meses en Colombia, donde ha tenido un inesperado éxito con 'Boca loca'
G. CAPPA GRANADA
Raúl Alcover pasa por ser uno de los grandes nombres de Granada de las últimas décadas y por atreverse con las camisas más atrevidas. Mañana regresa a los escenarios de la ciudad tras años de ausencia con un concierto en la Corrala de Santiago que podría comenzar parafraseando a Fray Luis de León: "Como cantábamos ayer". Y como Sabina o Serrat, Alcover también ha acabado triunfando en Latinoamérica, solo que lo ha hecho a su manera y su tiempo, que no se mide según los relojes convencionales.
El cantautor del Realejo ha estado los últimos meses en Colombia reclamado por Boca loca, una canción que escribió hace más de diez años y que se independizó en la versión que realizó el grupo A dos Velas. Ahora, como los antiguos amantes que se reencuentran sin rencor, Boca locale ha abierto las puertas de Latinoamérica y le ha hecho un hueco en el país de Shakira, donde no ha parado de dar conciertos y de hacer contactos con multitud de músicos que, probablemente, se materialicen en un disco próximo junto a Los Gaiteros de San Jacinto, aunque en su hoja de ruta también figura un proyecto junto a la "genial" pianista Teresita Gómez y el estreno de una obra de teatro, Incendio, del autor libanés Wajdi Mouawad, en la que ha compuesto la banda sonora y que se estrenará a mediados de abril en el principal teatro de Bogotá, el Julio Mario Santo Domingo. "He encontrado una gente muy cercana a los andaluces porque somos gente abierta, gente que le gusta la vida. Creo que somos de los que piensan que hay que hacer algo más que trabajar y trabajar, y eso lo da por supuesto el 'calorcito', el hecho de que la gente esté en la calle", confesaba Alcover mientras hacía las Américas y los medios buscaban a un cantautor granadino parapetado tras unas gafas de cristal azul. Destaca sus ganas de cultura aunque, en cuanto a la industria musical, está todo tan "estandarizado" como en España. "Allí sólo tienen eco artistas como Shakira o Carlos Vives", explica el artista que llegó precedido de una canción y de una biografía en la que figura el nombre de Joan Manuel Serrat, un dios pagano al otro lado del Atlántico.
Otro nombre por el que fue interrogado continuamente al otro lado del Atlántico es el de Federico García Lorca. Y cuenta una anécdota que ilustra su devoción por el poeta más allá de oportunismos. "Federico empieza a aprender guitarra con su tía Isabel y yo conozco a su prima, la hija de su tía Isabel, que me trajo la guitarra de Federico. Al cabo de unos cuantos años en uno de los viajes que hago a Granada, Laura me pidió llevar a arreglar la guitarra pues no fue muy bien tratada, y la llevé a arreglar y curiosamente como amuleto siempre cargo la clavija auténtica de esa guitarra", explica Alcover mientras rebusca en su bolsillo para sacar el trozo de madera que en su día apretó el poeta para afinar su guitarra. Sobre este instrumento gira un proyecto de documental del que todavía no quiere avanzar mucho, pero del que ya tiene el guión y sólo falta el detalle de conseguir financiación. "Pero saldrá adelante seguro", dice entre convencido y desafiante.
Y tras su periplo ultramarino, Alcover retoma su vida granadina en su casa del Realejo, el barrio en el que creció entre las coplas de su madre, los cantaores aficionados y los primeros grupos de rock que, entrada la noche, ensayaban en las azoteas del barrio. Cogió este eclecticismo, lo hizo un ovillo y lo metió en el equipaje de mano con el que aparecía en su anterior disco, El musicante.
Desemboca de nuevo en una ciudad que él ve con cierta hostilidad hacia sus artistas. Incluso reconoce que es más fácil para un granadino vivir en Madrid, actuar en Granada con todos los parabienes y volver de nuevo a la capital, que actuar y volver andando a su casa. "Los artistas tendríamos que tienen una trayectoria tendrían que estar más protegidos, hay muchas grupos en los que no hay ni un solo componente que pueda llamarse músico pero que quitan espacio a otros que realmente sí lo son", apunta Alcover, que en su momento no ser cortó en denunciar a los 'cantautores' que asolan algunas salas de música sin saber tocar la guitarra, sin saber entonar y con un lirismo tan parecido al de Silvio Rodríguez como una bañera y Scarlett Johansson.
Después de 30 años pisando escenarios y de ver cómo algunos se empeñaban en poner siglas a un compromiso estrictamente personal, Alcover vive la música como una necesidad, algo tan necesario y tan espontáneo como respirar o buscar una aspirina después de una noche de copas. Por eso, siente pena cuando necesidades como comer dignamente se interponen en la carrera de artistas perfectamente cualificados. En su caso, capea las circunstancias con mesura y con los pies en el suelo, sin pensar en comprarse un nuevo modelo de coche. De hecho, se desplaza en moto por una ciudad en la que cuenta con multitud de amigos de todos los ámbitos. ¿La razón? "Todos saben que soy buena gente", confiesa sobre una cualidad que en otros es una máscara y en él un tatuaje.
Raúl Alcover actúa otra vez en Granada, una ciudad que puede ser al mismo tiempo un sueño y una pesadilla.
El cantautor del Realejo ha estado los últimos meses en Colombia reclamado por Boca loca, una canción que escribió hace más de diez años y que se independizó en la versión que realizó el grupo A dos Velas. Ahora, como los antiguos amantes que se reencuentran sin rencor, Boca locale ha abierto las puertas de Latinoamérica y le ha hecho un hueco en el país de Shakira, donde no ha parado de dar conciertos y de hacer contactos con multitud de músicos que, probablemente, se materialicen en un disco próximo junto a Los Gaiteros de San Jacinto, aunque en su hoja de ruta también figura un proyecto junto a la "genial" pianista Teresita Gómez y el estreno de una obra de teatro, Incendio, del autor libanés Wajdi Mouawad, en la que ha compuesto la banda sonora y que se estrenará a mediados de abril en el principal teatro de Bogotá, el Julio Mario Santo Domingo. "He encontrado una gente muy cercana a los andaluces porque somos gente abierta, gente que le gusta la vida. Creo que somos de los que piensan que hay que hacer algo más que trabajar y trabajar, y eso lo da por supuesto el 'calorcito', el hecho de que la gente esté en la calle", confesaba Alcover mientras hacía las Américas y los medios buscaban a un cantautor granadino parapetado tras unas gafas de cristal azul. Destaca sus ganas de cultura aunque, en cuanto a la industria musical, está todo tan "estandarizado" como en España. "Allí sólo tienen eco artistas como Shakira o Carlos Vives", explica el artista que llegó precedido de una canción y de una biografía en la que figura el nombre de Joan Manuel Serrat, un dios pagano al otro lado del Atlántico.
Otro nombre por el que fue interrogado continuamente al otro lado del Atlántico es el de Federico García Lorca. Y cuenta una anécdota que ilustra su devoción por el poeta más allá de oportunismos. "Federico empieza a aprender guitarra con su tía Isabel y yo conozco a su prima, la hija de su tía Isabel, que me trajo la guitarra de Federico. Al cabo de unos cuantos años en uno de los viajes que hago a Granada, Laura me pidió llevar a arreglar la guitarra pues no fue muy bien tratada, y la llevé a arreglar y curiosamente como amuleto siempre cargo la clavija auténtica de esa guitarra", explica Alcover mientras rebusca en su bolsillo para sacar el trozo de madera que en su día apretó el poeta para afinar su guitarra. Sobre este instrumento gira un proyecto de documental del que todavía no quiere avanzar mucho, pero del que ya tiene el guión y sólo falta el detalle de conseguir financiación. "Pero saldrá adelante seguro", dice entre convencido y desafiante.
Y tras su periplo ultramarino, Alcover retoma su vida granadina en su casa del Realejo, el barrio en el que creció entre las coplas de su madre, los cantaores aficionados y los primeros grupos de rock que, entrada la noche, ensayaban en las azoteas del barrio. Cogió este eclecticismo, lo hizo un ovillo y lo metió en el equipaje de mano con el que aparecía en su anterior disco, El musicante.
Desemboca de nuevo en una ciudad que él ve con cierta hostilidad hacia sus artistas. Incluso reconoce que es más fácil para un granadino vivir en Madrid, actuar en Granada con todos los parabienes y volver de nuevo a la capital, que actuar y volver andando a su casa. "Los artistas tendríamos que tienen una trayectoria tendrían que estar más protegidos, hay muchas grupos en los que no hay ni un solo componente que pueda llamarse músico pero que quitan espacio a otros que realmente sí lo son", apunta Alcover, que en su momento no ser cortó en denunciar a los 'cantautores' que asolan algunas salas de música sin saber tocar la guitarra, sin saber entonar y con un lirismo tan parecido al de Silvio Rodríguez como una bañera y Scarlett Johansson.
Después de 30 años pisando escenarios y de ver cómo algunos se empeñaban en poner siglas a un compromiso estrictamente personal, Alcover vive la música como una necesidad, algo tan necesario y tan espontáneo como respirar o buscar una aspirina después de una noche de copas. Por eso, siente pena cuando necesidades como comer dignamente se interponen en la carrera de artistas perfectamente cualificados. En su caso, capea las circunstancias con mesura y con los pies en el suelo, sin pensar en comprarse un nuevo modelo de coche. De hecho, se desplaza en moto por una ciudad en la que cuenta con multitud de amigos de todos los ámbitos. ¿La razón? "Todos saben que soy buena gente", confiesa sobre una cualidad que en otros es una máscara y en él un tatuaje.
Raúl Alcover actúa otra vez en Granada, una ciudad que puede ser al mismo tiempo un sueño y una pesadilla.
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