El artista Juan Vida presenta este lunes, día 7, la muestra 'El cristal con que se mira', un conjunto de collages el que retrata su visión del mundo
JUAN LUIS TAPIA | GRANADA
Juan Vida ante algunas de sus obras de 'El cristal con que se mira'. :: ALFREDO AGUILAR
El artista, diseñador gráfico y pintor granadino Juan Vida es uno más de los afectados por la actual situación de incertidumbre. Es un creador de larga trayectoria, de los que dispone de memoria como para analizar la evolución del mundo del arte. La crisis le ha atravesado su corazón artístico, lo ha convertido en un descreído y escéptico sobre el papel que desempeña en la actualidad el mundo del arte. Pero se aleja de la actual diletancia y ha decidido pasar a la acción para explica el mundo. Este lunes, día 7, presenta en la Biblioteca de Andalucía de Granada, la muestra 'El cristal con que se mira', un conjunto de collages el que retrata su visión del mundo. Dice sentirse liberado del imperativo comercial de las galerías, de la inercia comercial, y de haber obrado en conciencia para presentar una exposición en la que se encuentran algunas realidades de la razón. Una estética entre el pop y lo retrovintage, pero que sentencia: «Es una obra turbia, como bien la calificó Elisa, la hija de Almudena Grandes y de Luis García Montero».
-¿En qué consiste 'El cristal con que se mira'?
-Es una colección de collages, en su mayor parte digitales, que nacieron como respuesta a la situación de incertidumbre social en la que nos encontramos. Asistimos, indolentes, al derrumbe de un modelo social que pensábamos inmutable. Nosotros y nuestros padres, hemos vivido la historia como una línea de progreso ascendente, en la que cada generación dejaba como herencia un mundo mejor al que había recibido. Ahora sabemos que nuestros hijos vivirán en un mundo peor y más injusto que el nuestro, y esto para un padre es un mal rollo, pero para nuestros hijos es una putada.
-¿En cuántas partes se divide y qué se relata en cada una de ellas?
-Las series que componen la muestra han ido surgiendo como un relato único. Cuando se agotaba un recurso aparecía otro para complementarlo y seguir creciendo. Quiero decir que no son series que se excluyan unas a otras, sino que forman parte de una misma trama. El principio de la exposición coincide con los primeros collages que hice. Se trata de una serie de autorretratos en los que se me puede ver con la boca sellada por un enjambre de moscas, los ojos cegados por dos cuchillas de afeitar y de perfil con un lápiz y un demonio detrás de la oreja. Después ese lápiz se clava en un corazón, el corazón es pinchado por un tenedor y finalmente el corazón es tirado al retrete. Así se van encabalgando las series: la de los alimentos con la de las bocas; la del maltrato con la de la pubertad; la de la adolescencia con la del afeitado; la del desahucio con la emigración, el suicidio, el crimen y la ceguera indecente con las que miramos para otro lado.
-¿Qué papel desempeña la narración en esta exposición?
-Como te digo, la muestra tiene un hilo narrativo, pero no una narración verbal. El sujeto es la mirada del espectador. Su lenguaje es el propio de las imágenes, no el de las palabras, aunque a veces haya frases escritas, enunciados, versos sueltos que reseñan a la imagen.
-¿Esta exposición es producto de la crisis?
-Ya lo creo. De la crisis vivida en primera persona. El negocio del arte ha desaparecido casi por competo y las artes gráficas viven sus últimos estertores, así que no me quedaba otra que volver a ser el 'artesano' que fui y encerrarme en el estudio para trabajar en aquello que me dicte la conciencia o que me apetezca.
-¿Cómo se gestó esta exposición?
-Al no tener la obligación de pintar para una galería, me vi con la posibilidad de hacer lo que la conciencia me dictara. Así surgieron los primeros autorretratos a los que antes me refería. De pronto me encontré que tenía una serie de fotomontajes muy coherentes que pedían a voces ser recopilados en una publicación. Con esta intención, hice algunas pruebas de impresión sobre papel, PVC y metacrilato. Fue el impresor, Rafa Cantal, quien me sugirió que probara hacerlos sobre cristal y allí encontré el tesoro. El cristal se imprime por la parte trasera, lo que le da una profundidad y un acabado semejante al de la pantalla. Había conseguido que las imágenes saltaran del ordenador a la mesa, de lo virtual a lo material, sin perder ni un ápice su cualidad inicial. Cuando tuve los primeros cristales impresos necesitaba encontrar la manera de sostenerlos, de colgarlos en la pared. Busqué la solución en los almacenes chinos y la encontré en un estupendo marco de aluminio negro que convertía el cristal impreso en algo muy parecido a un iPad. Pero es que este marco de aluminio era en realidad un portarretratos, lo que me condujo directamente a las molduras populares. De este modo los marcos pasaron a ser parte esencial de los collages. Así como en un primer momento las imágenes saltaron del ordenador a la mesa, más tarde lo hicieron de la mesa a las paredes en forma de collages tradicionales, de esos que se hacen con pegamento y tijeras.
-¿Qué papel juega la simbología en esta exposición y en su obra?
-El trabajo de diseñar o el de ilustrar consiste en reducir el contenido de las 500 páginas de una novela a una sola imagen en la cubierta. Es decir, en encontrar el signo que simbolice todo lo que el autor quiso contar sin llegar a mencionarlo expresamente. Eludir la evidencia. Aludir la esencia. Aludir eludiendo ha sido la norma de mi trabajo durante treinta años.
-¿Es un mensaje contra el complejo de culpabilidad producido por la crisis, una búsqueda de la falta de reacción social?
-Por supuesto que sí. La malversación de las palabras ha ido pareja con la malversación del dinero. Nada más antiguo y más obsceno que culpabilizar al desgraciado de su desgracia. Nos culpan de haber vivido por encima de nuestras posibilidades, cuando en realidad, quien medía nuestras posibilidades eran los bancos a la hora de concedernos una hipoteca. Ellos decidían cuales eran nuestras posibilidades, lo malo es que el dinero que nos vendían no era suyo. Era de otros bancos al que se lo habían pedido prestado. Lo canallesco es que a la hora de pagar su deuda con aquellos grandes bancos, corrieron a chupar de los fondos de papá Estado. Es decir, de nuestro dinero, de nuestra educación, de nuestra salud y de nuestros servicios sociales. Pero lo más terrible es que el complejo de culpa ha calado en una población que se muestra sumisa y lista para el matadero. Los corderos en silencio.
-¿Se ha adocenado también el mundo del arte ante la situación actual?
-Mira, no sabría decirte porque estoy muy poco enterado de lo que hacen los compañeros, pero lo que si observo es una radicalización de los gestores culturales que parecen tener la consigna de hacer exposiciones 'bonitas' que no den problemas. Exposiciones aptas para todos los públicos, como las películas antiguas.
-¿Cómo se puede combatir la crisis desde las artes plásticas?
-Bueno, esa es la utopía romántica de la que se ha nutrido el arte moderno. No creo que el arte pueda cambiar el mundo. Ni creo en los elegidos ni en la eficacia del arte para derribar una fortaleza. En lo que creo es en su capacidad para conmover el corazón de la gente.
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