A Antonio Benavente Manzano (1911-1967) no lo verán reseñado en un diccionario biográfico almeriense, salvo que esté dedicado a las andanzas de una fauna humana diferente y poco o nada edificante
ANTONIO SEVILLANO / HISTORIADOREL barrio de Las Peñas o Nuevo, es decir, parte del Distrito 5º en las fechas que nos ocupan fue -desde el siglo XIX en que los arquitectos Marín Baldó y Trinidad Cuartara lo alinearan- de los más apetecidos por la clase trabajadora para empadronarse. Casas obreras de puerta y ventana, dignas y céntricas. Muy céntricas. A dos minutos mal calculados de la Puerta de Purchena, faro y guía -valga el tópico heráldico- de la ciudad Muy Noble, Muy Leal y Decidida por la Libertad. Las calles Federico de Castro (de la Encantada en su parte superior; limítrofe al convento de Las Adoratrices y El Quemadero), Antonio Vico (antes Engendro) y Cádiz, eran sus coordenadas en el entramado viario. Con el costurón de la vieja muralla de Jayram recorriéndola de norte a sur, desde el cerro de San Cristóbal a la Torre de las Arcas en la que sobrevuela la leyenda del alma en pena de una princesa mora encantada. En este barrio medró y conformó su espíritu, torcido, el Fuegovivo.Al Patio Jiménez se trasladó desde Berja, siendo joven, Manuel Benavente, y del alpujarreño Albuñol la moza Dolores Manzano. Un típico patio almeriense de los muchos existentes hasta mediada la centuria anterior (Fausto García, Duomovich, Moreda, Gabín, Núñez, Torrijos), tipológicamente diferenciados de los trianeros y cordobeses o de las corralas madrileñas en altura (una planta) y servicios no comunitarios. Habitado por nueve familias y veteranos vecinos: el Dr. José Albacete, padre del recientemente fallecido Pepe Mario; Antonio Ferrer, mancebo de la botica Durbán en la Puerta de Purchena y el hotel La Perla, en el que las tardes de corridas de toros en Feria se hospedaban las cuadrillas, a diferencia de los maestros que lo hacían en el Simón.
CENSO, APODO Y PROFESIÓN
En 1914 el virgitano, de 48 años y la granadina ocho menos, eran progenitores de dos niñas y dos niños, fifty-fifty: Dolores (17), Josefa (16), Juan (11) y Antonio Benavente Manzano, nuestro polifacético personaje, 4 añitos (un hermano gemelo, Rafael, falleció a los escasos días). El padre estaba reputado como un magnífico zapatero, artesano remendón al que sólo se aproximaba, si acaso, El Pelacañas del Barrio Alto. Su taller de medias suelas, tacones y reparación de calzado en general (banco y taburete, leznas e hilos embreados) se estableció en los alrededores de la torre parroquial de Santiago, calle de Las Tiendas y Rinconcillo. Patriarca de la saga o vástago aventajado, el apellido Benavente es todo un referente gremial en la capital morata. Profesión transmitida a su hijo Antonio desde la época en que este acudía a la Escuela del Ave María. Aunque la ejerció con desgana, falta de apego y sólo cuando las estrecheces económicas achuchaban en demasía.
En este ambiente de honradez y laboriosidad creció aunque prontamente se desvió del buen camino por razones no suficientemente aclaradas, al menos yo las desconozco. El punto de inflexión debemos fijarlo cuando en cumplimiento con la Patria realizó el servicio militar en Melilla. En la plaza norteafricana -seguimos en el terreno de las hipótesis- explosionó el polvorín donde hacía guardia. La onda expansiva al parecer hizo el resto, afectándole la sesera con secuelas mentales y manías varias. Las más conocidas, por externas, fueron la cortinilla de trapo conque se cubría un ojo -mugrienta como el palo de un gallinero- y, singularmente, el sempiterno taparse la nariz con la mano. Indistintamente la derecha o la izquierda, lo mismo daba, para efectuar el cambio de mano bastaba con el ritual y estentóreo grito de ¡relevo! Vamos, que ni de coña fueron capaces los capitalinos de verle la napia al aire, imagino que sonrosada como el culito de un bebé.
A todo esto ustedes se preguntarán de donde procedía el mote, apodo o alias de Fuegovivo. A ciencia cierta no lo sé, pero si damos crédito a radio macuto ya lo ostentaba abuelo (paterno o materno), vendedor ambulante de tabaco, "mencheros de mencha", yesca, libritos de papel y cerillas. Fósforos traicioneros, de fuego espontáneo que en cierta ocasión hizo arder por entero la bandeja con su mercancía. Y degenerando, degenerando, como aquel banderillero de Juan Belmonte (¿o fue del Guerra?) que llegó a gobernador, Antonio, el nieto, se quedó con el sobrenombre artístico de Fuegovivo.
De su maña profesional dio escasas pruebas, en directo, a su clientela. A mi santa madre, que en gloria esté, de unos zapatos de charol que le regaló la señorica de la casa donde trabajaba -tía de monseñor Justo Mullor, en la plaza Castaños-- le hizo unas sandalias motivo de envidia en las fiestas del Santo Cristo de Bacares. Confeccionadas en su domicilio de la calle Lirón, donde vivía con su madre, ya que en el taller debía deja la nariz a la intemperie para asir con las manos cuchilla y lezna.
CORRERÍAS Y URBANISMO
De mediana estatura, enjuto de carnes, pelo ralo, ojo cubierto por cortinilla y nariz tapada con la mano, Fuegovivo era un lobo estepario y solitario por el empedrado urbano. Por calles, callejuelas, patios, plazas, plazuelas y glorietas. La de San Pedro sin ir más lejos, centro de operaciones de su tan incontrolable como repudiable vicio lascivo y falta de respeto a las mujeres de cualquier condición, estado y edad, preferentemente jóvenes, porque sería un golfo pero no tonto. Un sátiro desvergonzado que le valió más de un guantazo del novio, hermano o marido agraviado. Y palizas de los municipales o grises de Asalto con los que tenía rotas las relaciones diplomáticas: "El Fuegovivo detenido.- Por atentar contra la moral y blasfemar por las calles, en el dìa de ayer fue detenido y trasladado a la Prisión Provincial". Si la Glorieta era su lugar predilecto, Semana Santa y Feria las consideraba fechas propicias para el sobo y tocamientos más o menos imperceptibles o descarados, a riesgo del consabido sopapo.
Con la coletilla de "caballico, caballico, dame algo que no lo perderás" con la que, in crescendo, ejercía de pedigüeño, y otras buenas palabricas trataba de engatusar al personal, intención vana ya que era más conocido que el cañillo de Puerta Purchena y el castillo de San Telmo juntos. Otras de sus habilidades (¿?) consistían en enumerar con precisión y detalle todos los establecimientos de la calle Granada: desde el bar La Gloria de Juan Valverde hasta el almacén de droguería La Alhambra y Almería Industrial de Eugenio de Bustos. El Fuegovivo, capitán de los pollinos o los guarinos, se canturreaba por lo bajinis al estilo de Juan Valderrama. Pónganle música de El Inclusero: "Yo no he tenío la culpa / de venir al mundo así / tan vago y tan sinvergüenza / con la mano en la nariz… ".
Aunque el pájaro paradigma de una fauna felizmente, ¿o no?, superada da más de sí, terminaré con la más ignorada y positiva de sus facetas, la de urbanista. Tales fueron las medidas tendentes al ornato de la ciudad desatendidas: 1ª) Techar el Paseo, 2ª) Blanquear La Alcazaba y 3ª) Niquelar el Cable Inglés. A pesar de los pesares, ¿había o no había arte
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