La armonía es para la sociedad china la unión entre los hombres, la antítesis del caos. El caos es la consecuencia de primar "los fines particulares del yo sobre las metas de la comunidad"
Una sociedad armoniosa |
China nos ha invadido. La primera avanzadilla fueron las tiendas de mercancías baratas que no merecían más que desdén. Tras la infantería llegaron batallones con armamento sofisticado: comercio on line, inteligencia artificial y tecnología de última generación. Admirados por tan inesperada modernidad, nos hemos dejado seducir por los buenos modales del invasor que, como un rinoceronte gris, nos ha conquistado para una causa imperceptible: el modelo político y económico chino.
Solo unos pocos, como Claudio F. González, han sabido ver las causas y anunciar las amenazas futuras de este grandioso e inédito proceso histórico. La lectura de su ensayo, El gran sueño de China. Tecno-socialismo y capitalismo de Estado, debería ser obligatoria para nuestros dirigentes, pues disecciona con clarividencia el presente de China y lo que el partido comunista y su presidente Xi Jinping pretende para el futuro: una sociedad armoniosa.
No se trata de una proclama electoral para un pueblo que no conoce la libertad ni la democracia. Tampoco es un eslogan político vacío. Por el contrario, la armonía cosmológica, es decir el equilibrio de las partes de un todo; y la armonía social como "coordinación de la gente en un sistema" es una idea central y determinante de la milenaria cultura china, una idea confuciana que continúa dominando el pensamiento de las élites gobernantes.
La armonía es para la sociedad china la unión entre los hombres, la antítesis del caos. El caos es la consecuencia de primar "los fines particulares del yo sobre las metas de la comunidad". El caos es sufrimiento. Para evitarlo basta con un conductor inteligente, competente y moralmente fuerte, tal como se lee en el Libro de las mutaciones. Aplicando la cita, González interpreta que el liderazgo de Xi Jinping lleva a la sociedad china hacia una centralidad de pensamiento basada en la tradición, porque "es la tradición cultural la que permite que una sociedad funcione sin fricciones". Este conservadurismo confuciano, sumado al dominio omnímodo del Partido, impedirá los extremismos que hacen peligrar la paz y la seguridad de los ciudadanos.
Así pues, la cohesión social y nacional, la armonía, será fruto de un paternalismo autoritario que entronca con la historia de China. No en vano Xi Jinping ha combinado la tradición con el materialismo histórico. "Debemos observar el mundo desde la perspectiva de las leyes históricas" escribió en 2017 dirigiéndose al partido. Haciéndolo así, añadía, "se ha de entender la trayectoria que sigue la Historia y aprovecharla, no ir en su contra". La conclusión de Xi Jinping es que esa trayectoria es "la necesidad del desarrollo económico". Y como su falta solo acarrea el conflicto, es preciso aplicar un plan: lo que González denomina tecno-socialismo o en palabras de Xi Jinping un "socialismo con características chinas" que convertirá a China en un gran imperio, como lo fue en el pasado. Parece envidiable, sí.
Pero la armonía es una aspiración íntima y colectiva de los hombres. Utilizarla para ocultar lo que no es sino totalitarismo, como fórmula autocrática para imponer uniformidad a las partes de un todo, es un engaño que deberíamos desenmascarar. Porque la libertad, como un bien supremo de la vida política, forma parte de la cultura occidental al menos desde el siglo XV, aunque en ocasiones se haya sacrificado por la seguridad, como recordó Fromm en El miedo a la libertad.
Tal vez no haya mejor manera de explicarlo que viendo Ensayo de orquesta de Fellini. A los pocos minutos de iniciar un ensayo los músicos italianos de una orquesta rechazan las correcciones de su director, por estimarlas muy rigurosas. El director se retira a propuesta del representante sindical. Durante la pausa la disciplina y el orden desaparecen y cada músico enfatiza la superioridad de su instrumento respecto a los demás. El debate termina en conflicto y se subraya la necesidad de un director, pero la elección recae en un metrónomo. La solución deriva en fracaso mientras desde el exterior una máquina parece intentar destruir el edificio del ensayo. El caos y el miedo se apoderan de los músicos que reclaman el regreso del director exiliado en su camerino. Su vuelta es apoteósica. Toma la batuta y en un alemán contundente ordena los acordes iniciales de una sinfonía que suena casi celestial. El sistema y la armonía han sido restablecidas.
Sin embargo, Fellini tal vez lo pensara: no hay que dejarse fascinar por la misteriosa belleza del orden.
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