jueves, 8 de marzo de 2012

De SuperKohl a la señora RottenMerkel diariodesevilla.es

AL principio Europa significaba un anhelo de libertad. La Europa democrática, se decía, por contraposición a la Europa de las dictaduras comunistas o de extrema derecha. Había democracias que no formaban parte del club europeo, fundado formalmente por seis socios en el Tratado de París de 1951, pero todos los miembros de la Comunidad Europea eran democracias incontestables. Sigue siendo una condición sine qua non para la entrada.

Después, una vez que España salió de la dictadura y pudo negociar su adhesión, Europa fue un sinónimo de progreso. Y a medida que avanzaban las negociaciones el país empezó a adaptarse a la lluvia de millones que se avecinaba. Europa sonaba a dinero. Para Andalucía lo ha sido a manos llenas: unos 72.500 millones de euros de fondos comunitarios han venido a la región desde principios del 86 hasta finales del 2011 para subvencionar producción agrícola, desarrollo rural, modernización agraria y pesquera, infraestructuras, formación y otras políticas.

Un buen ejemplo del cambio de óptica operado en España, visto en la perspectiva de estos 30 años, está en el campo andaluz. En el inicio de los años 80 se arrancaban olivos pensando que el cultivo sería una ruina dentro de la CE, y en las últimas décadas se han plantado modernísimas explotaciones con riego por goteo y se ha multiplicado la producción. Si ha habido un cheque europeo rentable para Andalucía, ha sido el montante de subvenciones al aceite de oliva, que desde 1986 supera los 15.000 millones de euros, más de 2,5 billones de pesetas en 26 años.

Cuando el 1 de enero de 1986 España entró en una Europa a doce, de la mano de Portugal, Andalucía se convirtió en el 3% del territorio, el 2% de la población y el 1% del PIB comunitario. Entramos en un club que ya había admitido en su seno a Grecia en 1981. Un capricho del presidente francés Giscard D'Estaing. Mucho antes de la actual crisis financiera, hace 30 años los griegos habían causado sensación en la Comunidad Europea. El nivel de los funcionarios que enviaron a Bruselas era manifiestamente mejorable. Y estaba extendido el temor de que los españoles y los portugueses serían por el estilo. Falsa alarma. Tanto unos como otros mandaron a la capital comunitaria a magníficos altos funcionarios. Con una salvedad: un cierto desequilibrio territorial. Había un significativo porcentaje de catalanes en los rangos superiores. Una cuestión de preparación en esa época.

Aquellos primeros funcionarios españoles no sólo tenían una alta cualificación, sino que eran muy trabajadores. Tanto que se llegó a acuñar el principio de que los españoles eran los alemanes del sur. Pero eran otros tiempos, no los de la señora Merkel, convertida en la actualidad en una especie de señorita Rottenmeier. Alemania tenía entonces al frente al canciller Helmut Kohl, que llegó al poder en 1982, el mismo año que arranca la autonomía andaluza. Este democristiano, que fraguaría una excelente relación personal con el presidente español de la época, Felipe González, era una especie de superman. Incluso físicamente. Era capaz de llegar a una reunión a la cabeza de su séquito -guardaespaldas incluidos- y desplazar abriendo las manos sin inmutarse a decenas de cámaras y micrófonos con sus correspondientes portadores.

Fue el canciller de la reunificación alemana. Y la importancia de su liderazgo en la Unión Europea, acompañado de una generación de dirigentes de primer nivel, como Mitterrand, Thatcher, Andreotti, Delors, Lubbers y el propio González, fue su sensibilidad por los equilibrios regionales. Por dos veces, en 1988 y en 1991, Kohl aceptó la duplicación de los fondos estructurales que le reclamaban entre otros el primer ministro español. Bajo su égida la política de cohesión económica social y territorial pasó de ser un sonoro epígrafe en los tratados a tener una dotación casi equiparable a la política agraria común. Y Andalucía se benefició enormemente de semejante política presupuestaria.

Como puede verse en la segunda de las tablas y gráfico de la página siguiente, los montantes de Fondos Feder y Fondo Social crecieron de manera exponencial con el paso de los años. ¿Significa eso que la UE ha contribuido al desarrollo regional andaluz? En términos absolutos, sin duda. Los 40.000 millones de euros que vinieron a Andalucía por todos los conceptos entre 2000 y 2009 equivalían a la mitad del PIB regional a principios de esa década. Y los 4.000 millones que es el montante medio anual en el actual periodo presupuestario suponen casi el 3% del PIB andaluz de 2009 y más del 10% del presupuesto de la Junta. Por cierto, la Junta anota en su presupuesto las partidas destinadas a subvencionar la producción agraria, de las que es simple intermediaria, como agente pagador de la UE. Hay comunidades autónomas que no lo hacen, lo que parece más razonable.

Pero todo este dinero, ¿ha sido en la práctica para el desarrollo regional? No, y no por culpa de las autoridades regionales o nacionales. El Tratado de la UE no articula una política de desarrollo regional. En el capítulo de la cohesión se habla de reducir la diferencia de renta entre regiones. Una lucha contra las desigualdades que el canciller Kohl entendía una obligación para su país, perfectamente encardinada en su doctrina democristiana. Podemos llamarla solidaridad, propia de la doctrina social de la CDU alemana en aquella época. Pero también una compensación de la Europa rica a los países menos desarrollados por compartir un mercado único sin aranceles, del que se benefician sobre todo los más industralizados.

Ha habido una política de rentas o de transferencias de capital, que hasta finales del año próximo, que ya está programado, supondrá un montante total de 79.667 millones de euros. Pero este dinero que se ha librado por conceptos muy distintos, ha atendido los diversos capítulos de manera descoordinada. Y así no se puede realizar una política de desarrollo regional. Es una carencia en origen de la política comunitaria de ayudas: las ayudas agrarias por un lado, el fondo social por otro, las inversiones en infraestructuras por su cuenta y la estrategia de innovación por la suya. Esto lo puso de manifiesto el informe del comité de sabios encabezado por el prestigioso economista André Sapir, al que el presidente de la Comisión Europea Romano Prodi encargó un análisis de las medidas que había que tomar para mejorar el crecimiento, la estabilidad y la cohesión en la Unión Europea. Los sabios estuvieron a la altura. Un año después entregaron su informe con varias recomendaciones que no gustaron y que no se aplicaron. Era necesaria una mayor disciplina fiscal y reforzar la vigilancia presupuestaria: o sea, el punto en el que estamos ahora. También proponían crear una cesta de fondos, para coordinar su impacto en el territorio, lo que significaba de hecho un cambio copernicano de los dos pilares presupuestarios, la PAC y la cohesión. Se archivaron las recomendaciones.

Uno de los hitos de la Unión Europea para Andalucía en estas tres décadas ha sido la reforma del sistema de ayudas al aceite de oliva, aprobada en Luxemburgo el 26 de julio de 1998. Hasta la entrada de España en la UE las declaraciones de italianos y griegos sobre su producción aceitera estaban infladas sistemáticamente y a nadie parecía importarle. Con la entrada del primer productor mundial, el escenario cambia por completo. En realidad, Andalucía en solitario ha llegado a producir la mitad de la producción mundial algunos años en el pasado reciente. El corsé de una cantidad máxima garantizada para todos los países no se podía mantener, con un gigante como España y la sistemática trampa en las declaraciones de italianos y griegos. El nuevo sistema permitió un notable aumento del montante español, con una cantidad nacional garantizada de 760.026 toneladas con derecho a ayudas. Algún año como el 2002 se ha rozado en Andalucía los 1.000 millones de euros en subvenciones sólo de aceite de oliva.

Este caso nos permite establecer perfectamente la diferencia que hay entre una política de desarrollo regional y una de cohesión basada en la simple transferencia de renta. Los olivareros se han refugiado en el minifundismo cooperativo, de tal manera que hay unas 600 cooperativas pequeñas o medianas, sin más aspiración que producir un buen aceite que vender a granel a un industrial español o extranjero. Este último es el caso más frecuente; todavía exportamos un 80% del aceite de oliva andaluz a granel 26 años después de entrar en la UE.

Sólo hay siete cooperativas de segundo grado que se han enfrentado al desafío de embotellar, crear marcas, comercializar, exportar. Si en vez de pagar un tanto por kilo se hubiese pagado esa misma cantidad por crear valor añadido a su producto, hoy no sólo sería el primer productor mundial de aceite, sino una marca de prestigio internacional: habríamos hecho patria y consolidado una industria. A eso se le llama desarrollo regional, que es algo más que trasferencias de capital.

El montante agrícola ha sido muy importante. Algún año como 2009 ha superado largamente los 2.000 millones de euros y en la última década sólo en 2006 ha bajado de 1.600 millones. Ahora el riesgo es que baje en las próximas perspectivas financieras de 2014 a 2020 que se están negociando ya en la UE. El inconveniente es que se aumentarán sensiblemente los fondos para los países del Este y en el interior de España un reparto más homogéneo entre los distintos territorios siempre se haría en detrimento de Andalucía, que es la región que más fondos recibe. A este escenario hay que añadir que en la actual coyuntura económica de Europa algunos países liderados por el Reino Unido intentarán reducir el presupuesto comunitario, situado en un exiguo 1% del PIB comunitario, o sea 142.000 millones de pesetas.

Un capítulo esencial de estos 30 años han sido los fondos Feder, destinados a infraestructuras, con una contribución europea que ha ido del 45 al 80%. Con un 70% de financiación de los Feder se han hecho obras tan importantes como tramos de las autovías Jerez-Los Barrios, Sevilla-Huelva, Guadix-Almería, Nerja-Almuñécar, Albuñol-Variante de Adra o la Ruta de la Plata. Con un 80% de tasa de cofinanciación están previstos ahora proyectos como la línea de velocidad alta de Sevilla a Cádiz, el tren Bahía de Cádiz, el Metro de Granada, o los tramos que se están haciendo de la autovía del olivar que irá de Úbeda a Estepa. Grandes obras autonómicas, como la A-92, el aeropuerto de Málaga, el puente de Ayamonte a Portugal, no habrían sido posibles sin los fondos europeos.

En Fondo Social, Andalucía ha recibido una cantidad extraordinaria de dinero, alrededor de 5.500 millones de euros desde 1986. La eficiencia del destino de este dinero para formación, siempre ha sido puesta en entredicho. También el acceso que la patronal y los sindicatos han tenido de estos fondos.

Mirando al futuro, Europa es intercambio, conocimiento, suma. El programa universitario Erasmus se creó en 1987 y en él intervienen en la actualidad 2.200 universidades europeas. Desde 2009 la Junta da un suplemento a los alumnos. En el curso actual hay 2.371 alumnos andaluces becados, y 5.743 no becados, esto es, gente que ha sido admitida en un programa de intercambio Erasmus, pero no tiene financiación estatal. Este programa también incluye el intercambio de profesorado. Si Europa tiene futuro, que lo tiene, y Andalucía tiene un papel, estos universitarios serán protagonistas de primer nivel. La UE no es sólo dinero.

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