Un anciano de Cádiar mantiene activo un molino del siglo XVI. No sólo no cobra a los clientes que van a moler, sino que los invita a un vaso de vino
ANDRÉS CÁRDENAS | GRANADA
Domingo pasa por el cedazo el maíz, antes de echarlo a la tolva. :: R. VÍLCHEZ
El hombre que a continuación va a salir en esta crónica, surcado de experiencias y resabios, ejerce aún una peculiar profesión que ha entrado en la arqueología de las labores artesanales. Se llama Domingo Reinoso, tiene 85 años y cuando se le pregunta por su oficio dice que es molinero, porque es lo que hace todavía. Domingo es el último molinero de La Alpujarra y tal vez de toda España.
-Domingo? ¿todavía muele usted?
-Mire esos tres sacos de maíz. Es la molienda de ayer mismamente.
-Esto es una reliquia, Domingo.
-Sí, lo sé. Pero es mi reliquia.
La casa de Domingo Reinoso está en el fondo de Cádiar, allá donde las viviendas están más cerca del suelo. Me dirijo a ella justo en el momento en el que el reloj de la iglesia de Cádiar da once campanadas atinentes a esa hora. Un cartel en la misma puerta anuncia que aquel molino es del siglo XVI. Llamo a la puerta y quién me abre es Antonio Reinoso, hijo de Domingo, que me anuncia que si quiero ver a su padre tengo que esperar un poco a que termine de desayunar.
Le digo que no hay problema. Mientras, me quedo mirando lo que hay en aquel molino, convertido por obra del tiempo en un museo. En las paredes hay cedazos de dos siglos, una báscula cansada de pesar, el gorrón para facilitar la rotación de la piedra, una rangua desgastada y varios cuartillos, medio cuartillos y celemines? Objetos todos expuestos en el espacio que les ha dejado la nostalgia. Palabras que nadie sabe ya lo que significan y que sólo habitan en la memoria.
Antonio trabaja en una empresa de seguridad de Granada y está pasando unos días de vacaciones con su padre. Es un hombre que sabe mucho de los molinos, («sepa usted que yo, cuando era niño, me he dormido muchas veces aquí») y dedica varios minutos a darme una lección magistral sobre cómo funcionan.
¿Cómo funciona un molino?
El molino de Domingo utiliza la fuerza motriz del agua proveniente del Guadalfeo para represar y derivar una parte del agua forzándola a pasar a través de un caz o acequia, de varias decenas de metros de longitud, que va aumentando la altura sobre el nivel del terreno, para llevarla a la instalación, donde se deja almacenar en el cubo para, posteriormente, dejarla caer con fuerza en el cárcavo sobre la turbina o rueda hidráulica. Termina el cazo en una gran arqueta, cuya misión es que el agua almacenada caiga con gran fuerza y de manera constante y uniforme sobre la turbina, que queda en la parte inferior por debajo del nivel de superficie del terreno. Del cubo sale una tubería de fuerte inclinación por donde cae con gran fuerza el agua al cárcavo, donde está la turbina, consiguiendo con ello la energía necesaria para mover toda la maquinaria. Lo fundamental de la maquinaria es el sistema formado por el rodezno-árbol-muela volandera cuyo giro solidario permite la moltura sobre la muela solera, que es la de abajo. Pieza clave del engranaje para que el agua tenga siempre la misma presión es la rejilla o rasera que se baja para que se llene de agua el cubo y a partir de ahí se mueve a medida que entra el agua a gusto del molinero, por tanto la rasera sirve para dar agua o para quitarla y sobre todo para mantener el mismo nivel. Este tipo de molino sirve para cualquier clase de cereales: trigo, cebada, centeno, maíz, etc.,.
-A veces también aquí molemos pimientos secos para hacer pimentón rojo.
La molienda propiamente dicha comienza echando el grano limpio en la tolva, desde ella cae en las muelas a través de la canalilla, utilizándose la cibera para conseguir que caiga mayor o menor cantidad de grano. Para facilitar la caída del grano, la canalilla se hace temblar por medio del eje principal que, al rozar contra ella la mueve, pero no de manera continua y uniforme, sino a pequeños golpes intermitentes. El grano cae entre las muelas por el agujero central y con el rozamiento se muele convirtiéndose en harina.
La sonrisa de Domingo
Está dando sus últimas explicaciones Antonio cuando baja por unas estrechas escaleras Domingo, que luce una espléndida sonrisa en su rostro. Domingo, no hay más que verlo y oírlo, es de los que se siente satisfecho de la vida que ha tenido. Tiene una compostura y unos ademanes propios de un hombre que tiene ochenta y cinco años, pero que rejuvenece de pronto, como por obra y gracia de una energía oculta, cuando coge el cedazo y echa sobre él un saco de maíz para echarlo a la tolva.
Mientras tanto, Domingo dice que oír el ruido de la piedra moler le quita todos los males y que le tranquiliza mucho. Unos se relajan en la playa leyendo un libro y Domingo viendo la piedra de su molino dar vueltas. La actividad de la molicie, para él, se parece mucho a la misma vida, que da vueltas y vueltas y al final los sueños salen totalmente molidos. Unos nacen para moler y otros para ser molidos, dice el refrán.
Domingo cuenta que ha sido molinero desde siempre, desde que ayudaba a sus padres, Paco y María.
-Tendría ocho o nueve años cuando ayudaba a mis padres llevando la borriquilla con la molicie. Tenía el animal una campanilla y aquí todos los vecinos la conocían por su toque. ¡Mira, por ahí va la borriquilla de Paco el molinero!, decían.
Domingo echa a andar el rodezno de su memoria y se acuerda de la época en la que aquel molino tenía mucha actividad, cuando a él acudían burros y mulas todos los días del año para llevar el grano y llevarse el resultado de la molicie.
-En Navidad el molino estaba funcionando las 24 horas del día. Esos días las mujeres necesitaban mucha harina para los dulces y las comidas que hacían -dice Domingo.
Luego vino la decadencia. Cuando aparecieron las fábricas de harina y los molinos de agua comenzaron a ser desmantelados o abandonados a su suerte. Domingo también tuvo que dejarlo. Él mismo fue contratado para trabaja en la fábrica de harinas, dada su experiencia en este sector. Allí pasó quince años. Luego se hizo albañil, hasta que se jubiló.
Pero Domingo -explica él mismo al cronista- nunca dejó de moler. Además, retomó la actividad con fuerza cuando cumplió los 65 años.
-Pero ya lo hacía porque me gustaba, no para ganarme la vida, pues ya, prácticamente, la tenía resuelta. Eran pequeños encargos que le hacían sus más fieles parroquianos.
Recuerda Domingo que antes las cobranzas por moler el grano se hacían mediante el procedimiento de la maquila: un celemín por cada fanega de grano. Pero ahora lo hace por gusto de oír la rueda y charlar con el vecino que le trae algo para moler.
-Ahora no sólo no cobra, sino que invita a un vaso de vino a los clientes. Esta es su vida -dice su hijo Antonio, que comenta que puede que él siga con la labor molinera de su padre, aunque solo sea para rememorar su infancia.
Sin molinos
En la época de la repoblación, allá por el siglo XVI, había 181 molinos harineros pertenecientes a moriscos y 33 más a cristianos viejos, según indica en un estudio el profesor Fausto Rodríguez Monteliva. Ya sólo queda en funcionamiento el de Domingo.
Gerald Brenan, en su libro "Al Sur de Granada", se interesa por los molinos que ve en la Alpujarra y estudia su origen. Dice que «posiblemente los molinos hicieron su aparición en España durante la época visigoda o bizantina, entre los años 550-620 de nuestra era y que los laboriosos árabes y bereberes los desarrollaron y extendieron su uso».
Comenta Domingo que a su molino llegan de vez en cuando algún colegio que otro para que los alumnos sepan cómo funciona un molino. Dice que le encanta ver la cara que ponen los niños cuando comprueba que algo puede moverse sin necesidad de que alguien pulse un botón o pase un dedo por una pantalla.
-Esto los deja boquiabiertos -dice Domingo con esa sonrisa que morirá con él.
Al terminar la visita Domingo invita al de la fotillo de arriba a un vaso de vino costa.
Con agua muele el molino, el molinero con vino. Y es que todos los refranes trabajan.
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