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Vivimos tiempos convulsos que generan miedos e inseguridades. Parece extenderse cierto desencanto por la realidad, expresándose en desafección con la política, con el sistema económico e, incluso, con el propio proyecto europeo. Existe la sensación de que los riesgos proliferan y se pone en cuestión el status quo. Frente a ello, aparecen nuevos movimientos que desdeñan algunos de los logros alcanzados, surgen nacionalismos excluyentes, crece la polarización, aparecen discursos con cortes xenófobos y se aportan con ligereza respuestas contrapuestas a los valores de los que hemos hecho gala en Europa.
A veces a los europeos se nos olvida de dónde venimos. Los que pertenecemos a las generaciones que han vivido en uno de los periodos más pacíficos de la historia, podemos incurrir en el descuido irresponsable de obviar el pasado. No nos podemos olvidar que desde los principios de los tiempos la especie humana no ha cesado de luchar entre sí. Y que la civilizada Europa vivió sólo el siglo pasado uno de los períodos más cruentos de la historia.
El reciente informe del World Economic Forum (2019) sobre riesgos globales nos recuerda que el número de guerras en el mundo se ha reducido a niveles nunca visto, pero que el número de pequeños conflictos presenta una evolución creciente. Y que hay numerosos problemas por resolver, muchos de ellos relacionados con aspectos de cambio climático y medioambientales.
Sin duda, estamos en un momento sensible. Pensamos que los logros y prosperidad alcanzados son invulnerables frente a retrocesos. Pero la historia nos muestra que pequeñas chispas han generado grandes incendios. Por eso no podemos dejar que el miedo y el desencanto se extiendan.
En el año 1990 se habló del fin de la historia. Parecía que la extensión de la democracia y el liberalismo económico suponían el fin del camino, habiendo dejado atrás al fascismo y el comunismo. Pero la desigualdad creciente, la asimetría de los niveles de desarrollo y la destrucción de ecosistemas por modelos productivos basados en hipótesis irreales como la disposición ilimitada de recursos, ponen en cuestión esa constatación precipitada.
La historia nos muestra que pequeñas chispas han generado grandes incendios. Por eso no podemos dejar que el miedo y el desencanto se extiendan.
Algunas voces se alzan para llamar la atención sobre este momento histórico y la necesidad de encontrar nuevas narrativas en positivo que cambien esta deriva y nos hagan trabajar juntos.
La buena noticia es que ya contamos con un nuevo relato que tiene la capacidad transformadora que necesitamos para hacer frente a los problemas globales y locales y, especialmente, para introducirnos en una dinámica de construcción colectiva hacia un mundo mejor, que no deje a nadie atrás.
El hombre tiene esencialmente un vínculo social que le determina. La relación entre unos y otros forma parte de un deseo natural que caracteriza al ser humano. Pero es necesario que la sociedad, su cultura e instituciones, contribuyan a reforzar esos lazos, porque también tenemos la capacidad de demolerlos con facilidad. Y la psicología humana requiere de ideas y retos ilusionantes que muevan a las personas a trabajar juntos por el Bien Común.
Este nuevo relato se llama la Agenda 2030 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas. Para los que no la conocen aún, se trata de un compromiso que en 2015 firmaron 193 países en el mundo, a partir de dos años de consultas públicas con la participación de sociedad civil y entidades publicas y privadas a nivel global. Constituye uno de los hitos más importantes de la historia mundial por el consenso alcanzado en una agenda que supone la transformación positiva de la humanidad. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible contemplan una serie de metas que todos los países firmantes se comprometen a alcanzar, incluida España. Pero no es una agenda del sector público, es una agenda de toda la sociedad.
La Agenda 2030 parte de una premisa que es importante recordar. En un mundo interdependiente, los problemas de otros también nos afectan y necesitamos encontrar caminos que aporten soluciones para todos. Así que el diálogo, la cooperación y la solidaridad se evidencian como maneras de trabajar fundamentales.
Frente a los que tratan de minar el proyecto europeo, la respuesta no es la vuelta a fortalecer el estado-nación, sino la renovación del proyecto más potente de integración y construcción multinacional.
La Agenda 2030 supone un desafío espectacular y constituye una oportunidad histórica. Aunque los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) son fáciles de entender, son complejos en su consecución. La Agenda 2030 promueve cubrir las necesidades básicas de todos, asegurar el bienestar y el trabajo decente. También persigue alcanzar la estabilidad del clima, la preservación de los recursos naturales y el funcionamiento de los ecosistemas. La humanidad tiene que emplearse a fondo, poniendo su esfuerzo e ingenio para poder alcanzarlos. Pero esto sólo será posible si una gran parte de la población mundial los hace suyos.
Esta agenda necesita de impulsores en todos los ámbitos. Personas y organizaciones que entiendan que el futuro se construye con la implicación de todos y que tanto los grandes como los pequeños gestos y acciones son importantes. Los ODS pueden y deben ser promovidos e implantados desde las instituciones públicas, las empresas y la sociedad civil, requiriendo también una toma de postura personal. Se necesitan personas valientes que entiendan la relevancia de lo que nos jugamos y promuevan cambios en sus áreas de influencia. Muchas ya están en ello pero la envergadura de los desafíos requiere de una extensión generalizada.
La Agenda también tiene el potencial de volver a conectar la ciudadanía con la política. Y es un compromiso de país, por lo que debería contemplarse como una política de Estado asumida por todos. Algunos hablan incluso de que la Agenda es el nuevo contrato social.
Frente a los que tratan de minar el proyecto europeo, la respuesta no es la vuelta a fortalecer el estado-nación, sino la renovación del proyecto más potente de integración y construcción multinacional. Y en este proceso, la Agenda 2030 tiene también la capacidad de reforzar este proyecto e impregnarlo de una nueva vitalidad con la legitimidad de haberlo auspiciado la sociedad global.
Este nuevo relato nos interpela como organizaciones y a nivel personal, requiriendo hombres y mujeres con valores fortalecidos, dispuestos a trabajar y compartir para avanzar hacia una sociedad más sostenible, equitativa e inclusiva. En la era del relativismo, de la crisis de valores, el hombre posmoderno tiene que hacer el ejercicio de redescubrir cuáles son las fuentes del "yo" que generan esos valores y nos permitan enfrentar el futuro con mejores perspectivas y orgullo de humanidad.
Fernando Varela de Ugarte dirige la iniciativa Social Gob cuyo fin es la promoción de una sociedad y economía más sostenibles e inclusivas
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