JAVIER JUSTE | BIÓLOGO E INVESTIGADOR DEL CSIC |
La capacidad de los murciélagos para convivir con diversos tipos de coronavirus ha despertado el interés de la ciencia, sobre todo en estos instantes de pandemia. Javier Juste (Granada, 1958), biólogo e investigador del CSIC adscrito al departamento de Ecología Evolutiva de la Estación Biológica de Doñana, lleva toda una vida indagando acerca del único mamífero volador, un animal que genera pasiones enfrentadas. Entre los defensores, destacan los curiosos por su capacidad de eliminar patógenos y los que consideran el fundamental papel que cumple en los ecosistemas, como agente polinizador o insecticida natural.
–Junto a las serpientes, las cucarachas y las ratas, los murciélagos son unos animales escasamente apreciados, por decirlo de algún modo.
–Entre esos ejemplos que cita hay alguno con méritos, pero no es el caso de los murciélagos. Aparte de que haya especies no muy hermosas, lo único que ha hecho es ser un animal nocturno.
–Si ya tenían un estigma, lo único que les faltaba era que haya quien les atribuya la transmisión de la enfermedad Covid-19.
–Aún se desconoce el origen de la pandemia. Lo que sí se sabe es que los murciélagos no transmiten el Covid-19 ni el virus que la provoca.
–¿Por qué relacionan los virólogos el virus SARS-CoV-2 con los murciélagos?
–El virus más próximo al SARS-CoV-2 que se ha encontrado vive en un murciélago, en cuyos organismos por cierto es naturalmente tolerado. Posiblemente haya relación en el origen, un tronco común que se separó hace décadas, pero todavía no tenemos idea cómo se ha transmitido el virus al hombre o incluso si ha surgido en el mismo hombre.
–Sin embargo parece que ha habido conatos de murcielagocidio.
–Las autoridades de Indonesia fumigaron a murciélagos de la fruta, que tienen un papel principal en la polinización de algunos alimentos básicos, pensando que así resolverían la transmisión de la enfermedad. En puntos de Sudámerica se han quemado colonias de especies que viven en cuevas.
–Hay una especial relación de los diversos tipos de coronavirus con los murciélagos. Ambos han evolucionado juntos durante miles de años. ¿Hemos coevolucionado también los humanos con otras especies?
–Con muchas. Y no somos conscientes. Desde hace tiempo coevolucionamos con los ácaros de las pestañas, a los que les damos cobijo y ellos, a cambio, nos las limpian. También lo hemos hecho con el alto número de bacterias que hacen la digestión de los alimentos que ingerimos y que suponen, de media, una proporción de 1:1 con las células de nuestro cuerpo.
–La ciencia podría tomar nota de la coevolución de los virus con los murciélagos. ¿Podría aprenderse de cómo toleran esos altos niveles víricos en sus organismos?
–Es el único mamífero que vuela, lo que le acarrea un enorme coste energético. En ese proceso sube mucho la temperatura de su cuerpo, una especie de fiebre que los protege secundariamente.
–¿Y cómo se las arregla su sistema inmunitario?
–No provoca esa sobrerreacción inflamatoria que sí aparece en nosotros con el Covid-19 cuando se desarrollan los casos más graves. Los murciélagos tienen una inmunidad que elimina al virus sin producir una excesiva reacción inmune.
–¿Los microbios siempre tienen la última palabra, como dijo Pasteur?
–Tuvieron la primera palabra en la historia de la vida y supongo que también tendrán la última, pero esto es una mera especulación. Un gran virólogo dijo una vez que un virus no es más que un gran problema envuelto por una cubierta proteica. No son ni seres vivos. Y sabemos poco de ellos. Se piensa que hay unos 50.000 virus por descubrir.
–Después de todo, el humano y el virus no son más que especies del planeta que luchan por su supervivencia.
–Más que luchar, nos apoyamos en otras especies para sobrevivir. Se ha vendido mucho que la vida es la lucha por la supervivencia en la que predomina la ley del más fuerte, pero, en realidad, vemos que la vida es una red que favorece el establecimiento de contactos para el beneficio de todos. El motor principal de la evolución de las especies es la cooperación, no la lucha.
–Volviendo a los murciélagos, se dice que son un insecticida natural frente a los mosquitos y las polillas.
–Tienen un papel esencial en el control de la población de insectos. De día actúan los pájaros y de noche, los murciélagos.
–Que nos convendría tener una colonia de murciélagos en la ventana, vaya.
–Los panarras, que son tan pequeños como los gorriones, se comen unos cinco gramos de mosquitos al día. Unos veinte se comerían cien gramos cada noche que, contados en mosquitos, son una cantidad importante.
–Los mosquitos son además vectores de patógenos que provocan enfermedades como la malaria o el zika. Sin murciélagos (y quizá también con ellos), ¿tenemos que habituarnos a un mundo con más enfermedades infecciosas?
–No me atrevo a decirlo así. Lo que sí puede atestiguarse es que el ambiente está cambiando muy rápidamente. La crisis global a la que estamos abocados es evidente. El mundo es un sistema entrelazado que está haciendo aguas. Un efecto irremediable de la actividad humana es la de provocar desajustes en los mecanismos de control. En ese sentido, se puede relacionar una mayor frecuencia en la aparición de nuevas enfermedades con agresiones profundas al medio natural, como la deforestación o la producción intensiva de alimento a escala global.
–Tal vez habría que estar preparados y, por ejemplo, cambiar el sistema sanitario, el sistema productivo, la adquisición de los suministros...
–Habría que pasar de una visión de beneficio a corto plazo a una en la que cada una de las actividades y sus consecuencias se contemplen a largo plazo, a todas las escalas, desde evitar mantener la luz encendida en una habitación vacía a dejar de comer uvas en marzo porque nos las traen de Chile y son baratas. Si tuviéramos en cuenta los costes reales de algunos procesos, los dejaríamos.
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