TRIBUNA
¿Nada es como antes? |
Se abre un periódico por la página de uno de sus colaboradores habituales y el lector concluye con él que es verdad, la gente antes tenía más sustancia. Le ponen el micrófono por delante a un buen hombre, entrado en años y en carnes, y con parsimonia incompatible con la ADSL y acento cerril sentencia: "Los tomates ya no saben como antes". En una reunión de amigos se echa la vista atrás y se comparan los libros de nuestra educación infantil obligatoria con los de nuestros hijos y rápidamente surgen los comentarios, aun de aquellos a los que siempre les quedaba algo para septiembre: si ahora sólo traen dibujitos y mapas, igualito que los nuestros, cuyas lecciones eran puro texto y si venía una ilustración eran fotos de los prognatas Góngora y Fernando VII, que vaya par de tíos feos. Y éramos más maduros a su edad, apunta otro, olvidando que teníamos la misma madurez que las uvas en febrero. Incluso, en lo tocante a la política, se oye muchas veces eso de que ya no hay políticos como los de antes, cómo comparar a estos de ahora con Sagasta, Maura, Besteiro o alguno de la Transición.
Nada parece ser como antes, a poco que se oiga a cualquiera que esté en la denominada madurez o en la así llamada tercera edad. Y uno se pregunta: ¿en verdad nada es como antes? La vida va cambiando y es cierto que muchas cosas no son, o no nos parecen, como eran. En esto suele haber dos opiniones tan contundentes como simples, poco matizadas, casi creencias más que ideas: la de quienes opinan, con Jorge Manrique, que cualquiera tiempo pasado fue mejor y la de quienes creen, con Nicolás Guillén o Joaquín Sabina, que el pasado siempre es peor que el presente. Para unos, nada es como antes; para otros, qué bien que nada sea ya como fue. Y tampoco es eso.
Basta con hojear un periódico de finales del siglo XIX o principios del XX para ver cómo zurraban a Cánovas (sí, lo criticaban gente como Unamuno u Ortega, no Almudena Grandes o Dragó, pero también una caterva de plumillas); o uno de los convulsos años 30 para ver cómo se las gastaban con Azaña; o uno de los últimos 70 para asistir a la lapidación diaria del hoy canonizado Adolfo Suárez. A casi todos los políticos, cuando estaban en activo y mandaban, se les ha criticado y acusado de corruptos, ineficaces, ramplones. Todos perdían en comparación con sus antecesores. Y uno se pregunta: si Suárez era incomparable con, pongamos por caso, Antonio Maura, ¿cómo puede ser la vara de medir para cualquier político actual? El tiempo transcurrido, en el que ya no tuvo poder, ¿mejoró su labor? O es que, con la perspectiva de los años pasados, ¿resulta que tampoco era tan malo como lo pintaban sus contemporáneos?
Hace un par de años Pérez Rubalcaba, que ha tenido que morirse para que quienes nunca lo votaron lo pongan como ejemplo de político de altura, publicó un artículo en El País en el que recogía una cita, sobre la falta de preparación de los alumnos actuales frente a los de antes, cuya gracia, o trampa, estaba en que pertenecía a un libro francés de…1929. Cualquier padre piensa que su plan de estudios era mejor que el de sus hijos. Pero es que nuestros padres pensaron lo mismo cuando ellos tenían semejante edad. Mucha gente tiende a pensar así y uno se pregunta si, en el fondo, no será una instintiva reacción de las personas que, al hacerse mayores, y ver que el mundo para el que las educaron cambia a un ritmo vertiginoso, en el que poco a poco se ven desplazadas, en el que no se reconocen, prefieren hacerse fuertes junto a sus compañeros de hornada y, en lugar de aceptar lo bueno y criticar lo inaceptable del nuevo tiempo, presentan una enmienda a la totalidad y se recluyen en el viejo, el "suyo", que se va yendo y, conforme se va, parece mejorar a trote de caballo (porque, como señala Félix de Azúa en su estupendo Nuevas lecturas compulsivas, el paso de los años cambia profundamente el pasado). Lo mismo que, hoy como nunca, se ven más personas de las generaciones ya veteranas que despotrican del mundo en que las educaron y siempre están dispuestas a defender lo actual frente a lo pasado, a darle la razón al joven airado que parte de cero y no tiene en cuenta a sus predecesores, entre los que esas personas congraciadoras se cuentan, y a impostar que no recuerdan "sus tiempos", o los denigran, porque sólo existe el aquí y ahora. Y la verdad es que tan falsa parece una postura como otra. Hay cosas peores que antes, como las hay mejores. Y seguramente siempre fue así. Lo único que parece no cambiar es la condición humana.
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