Joaquín Araújo, naturalista y escritor. |
Joaquín Araújo (Madrid, 1947) ha sido comisario y autor de 30 exposiciones, director o guionista de 340 documentales, ha hecho unos 5.000 programas de radio y ha pronunciado unas 2.500 conferencias. Su permanente compromiso con la defensa de la naturaleza ha sido reconocido a través de 51 premios, entre los que destaca haber sido el primer español galardonado con el Global 500 de la ONU y también el único español dos veces galardonado con el Premio Nacional de Medio Ambiente. Es autor de 111 libros, el último de ellos titulado Los árboles te enseñarán el bosque (Crítica, 2020).
–Usted se define en su último libro como un “emboscado”.
–Es una forma de explicitar un compromiso, aparte de ser una enrevesada metáfora. La primera connotación de emboscado tiene tintes peyorativos y yo no los eludo. Alguien que se esconde en el bosque para tender trampas a esta civilización tan mezquina y destructora. Pero se puede decir que todo lo que vive en un bosque está emboscado. Soy un emboscado a favor del propio bosque.
–Y en contra de la vida urbana.
–Sí, sin misantropías ni exacerbaciones. Lo urbano es lo triunfante, y como sucede en otras facetas de la vida, el que gana es muy poco compasivo con el que pierde. Lo urbano es arrogante, supremacista, absolutamente injusto, La ciudad es un parásito de lo natural. Nada de lo esencial es producido dentro de los límites de la ciudad, y es un agujero negro que chupa todos los recursos y que devuelve muy poco a cambio de recibirlo todo.
–Lo dice alguien nacido y criado en Madrid.
–Una persona que hace 72 años nació en Chamberí y que es heredero de cinco generaciones de urbanitas, sin ninguna relación con el campo, porque casi todos mis antecesores fueron militares.
–¿Cómo acaba un madrileño en Las Villuercas?
–La varita mágica del azar me obsequió el mejor regalo posible, que es un paisaje muy completo, el sosiego y la coherencia con mis compromisos. El tener un lugar donde realizar los sueños es el mejor premio que puede haber. De la misma forma que algunos sueñan con ser Pavarotti o astronauta, yo soñé que lo ideal para pasar por esta condición de ser vivo era ser naturalista y campesino. Y las dos cosas las he realizado en el corazón de Las Villuercas extremeñas, una de las comarcas más solitarias, bellas y vivas de este país
–Trabajó con Félix Rodríguez de la Fuente. ¿Sin él, no habría existido el naturalismo en España?
–El naturalismo existía mucho antes que Félix Rodríguez de la Fuente y se reforzó con su figura. Pero somos un poco mitómanos. Cuando alguien se hace tan popular, eclipsa a sus predecesores. En España nunca hubo mucha tradición naturalística. Dos de mis 111 libros están dedicados a él. Siempre digo que sincrónicamente a su auge, un país como Reino Unido tenía siete Rodríguez de la Fuente. De hecho, me sorprende que se diga que después de él, nada. Ha habido una enorme cantidad de trabajo naturalístico de primera categoría, sin estar monopolizado por la fama. Y aclarar que no sólo fui uno de sus colaboradores. Da la casualidad de que yo fui el que terminó el trabajo de Félix Rodríguez de la Fuente. A su muerte, TVE y las editoriales me encomendaron la culminación de todo lo que dejó sin terminar, algo a lo que dediqué cuatro años de mi vida.
–El debate de la España vaciada ha devuelto el foco al mundo rural. ¿Es el gran olvidado por la política?
–Olvidado es casi un eufemismo. Ha sido masacrado con un acúmulo de injusticias en lo social y fundamentalmente en lo económico. Recuerdo el discurso de Miguel Delibes, que luego se convirtió en Un mundo que agoniza, donde decía que la cultura rural había sido destruida sin ser remplazada por algo mejor.
–¿España maltrata el bosque?
–Lo hizo hasta hace unos decenios pero hoy día no se puede decir eso. El abandono rural liberó cerca de cuatro millones de hectáreas que se han matorralizado. En España hay más árboles que nunca pero más enfermos que nunca. Siendo el bosque la primera medicina para combatir las peores enfermedades ambientales, es una medicina enferma. El mundo perdió el año pasado tantos árboles como los que hay en España. Cuando se tiene la visión panorámica que no desvincula lo que pasa en California de lo que pasa en la Gran Vía de Madrid, es importante que localmente tengamos más árboles pero no te puedes conformar mientras que se pierdan diez millones de árboles al día en el mundo.
–El bosque real no siempre coincide con la imagen que tenemos los urbanitas. Por ejemplo, en el incendio de Doñana lamentamos la pérdida de pinares que habían sido plantados hacía pocas décadas.
–Esa es otra de las tareas pendientes. Pero entre biólogos e ingenieros de montes hemos conseguido que se entienda el valor de lo autóctono y de la adecuación a las condiciones climatológicas y edafológicas de cada sitio frente a especies foráneas que tienen un crecimiento más rápido. Esta batalla está ganada en el campo de las ideas. Pero la tarea más urgente ahora es prepararanos al calentamiento global. No podemos conservar masa forestal con especies que demanden demasiada agua como los eucaliptos ni podemos mantener a raya los incendios, que tienden a ser cada vez más numerosos, con los pinos foráneos. Eso está fuera de toda duda.
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