Hay una cultura oral, un vocabulario que se va perdiendo al morir los mayores que lo conservaban y difundían; esas palabras se pierden al no pronunciarlas, al no escribirlas
El poder de las palabras rurales |
Verano. Escribo y pronuncio esta palabra y se me abre de par en par esta estación que hasta ahora era deseada por el buen tiempo, con temperaturas altas durante el día que nos permiten vivir, y suaves en la noche que nos permiten dormir. Pero la palabra verano en lo que llevamos de 2022 no nos produce emociones contenidas de disfrute en lugares de playa, o en pueblos del interior, donde solemos pasar unas merecidas vacaciones. Este verano es tórrido con olas de calor de varios días seguidos, y temperaturas por encima de los 40 grados que hacen difícil disfrutar del día, y con noches donde no bajamos de los 26-28 grados, sin poder disfrutar del sueño reparador. En España se han contabilizado más de mil muertes a causa del excesivo calor y de los pavorosos incendios Días atrás, hablando del poder de las palabras con mi amigo y hermano del alma en las lides del periodismo, la poesía y el ateneismo, el malagueño Juan Gaitán, me dijo que su madre María Luisa Cabrera nacida en Sanlúcar de Barrameda utilizaba la palabra embarnecer, no muy conocida. "Es niño ya está embarnecido ya ha pasado de niño a joven". Si buscas en el diccionario, embarnecer: significa volverse o hacerse más grueso, robusto o fornido, engordar, fortalecerse, o como decía doña María Luisa: ese niño ya se está embarneciendo. En el campo, en el medio rural hay toda una cultura oral, todo un vocabulario que se va perdiendo porque al morir los mayores que conservaban y difundían ese patrimonio, esas palabras se pierden al no pronunciarlas, al no escribirlas. Por ejemplo, aventar o ablentar palabras hermosas que designan lo mismo: echar algo al viento, para que al caer se separen el grano de la paja, de los cereales. En las eras, los agricultores trillaban para separar el grano de la paja y luego aventaban con el bieldo, apero compuesto de un mango largo de madera y un palo centrado en perpendicular del que salen tres o cuatro palos paralelos a modo de dientes. El agricultor pasa el bieldo por el montón trillado en la era y lo eleva al aire y lo voltea y con la mareita, o viento, se separan en el aire los granos de trigo o de cebada, y la paja que cae más allá. Aventar, besana, parva, apero, atroje, mies, gavilla, dediles, manija, zahones, arado, trillo, palabras que se van perdiendo como los cantos de siega y trilla que cantaban los segadores para animarse en la tarea mientras recogían la cosecha de lo sembrado con tanto esfuerzo y con tanta incertidumbre. Mujeres y hombres, niños y mayores hechos a la alegría y a la pena manejaban esas tareas para su subsistencia y para dar valor y sentido a sus vidas. Hoy las modernas segadoras van arrinconando a la yunta de vacas pajunas, ni vemos ya, a una vaca y una mula tirando del arado por las hazas inclinadas de terrenos montañosos como en la Alpujarra, o quizá quede algún viejo labrador que lo siga haciendo como vestigio de una época que se va diluyendo en el vertiginoso avance de la modernidad. Ya cuesta encontrar a personas en el campo que te hablen de la hoz, de las hachas, las horcas, el rastrillo, la zuela, hachazada, o del almocafre, la azada, el escabuche, la escardilla, la guadaña, o la criba o harnero. Con el arado se labra la tierra abriendo surcos. La reja es la parte metálica delantera que abre los surcos. La vertedera sirve para voltear y extender la tierra.
El zurrón lo utilizaban los pastores para llevar la merienda. La cuenca, vaso hecho con cuerno de res y usado por los pastores. Para las medidas de áridos y granos: fanega, equivalente a 12 celemines, unos 48 kgs; la cuartilla. Romana, báscula. Y para usar con los animales, aparejos como la aguadera, la albarda o albardón, serón, brida, cabezada, cincha, collera, bozal, morral, rienda, sillín, tralla, soga. Y en las casas rurales encontramos: almirez, artesa, afiladera, caldero, candil, farol, palmatoria, manga para colar el café; llares para colgar los calderos en la chimenea; fuelle, badil, trébedes. En muchas casas rurales se conserva el vasar, el escaño, el tajo o tajuela, la tinaja, la cantarera, el cántaro, el botijo para el agua; o el porrón, o la bota para el vino; la garrafa, la lechera, la huevera. Y así todo un lenguaje rústico y rural, todo un patrimonio que vamos perdiendo por falta de uso. Sólo si preguntas a una persona septuagenaria, octogenaria o nonagenaria, y le nombras estas palabras se le encenderá una luz en los ojos y en su memoria aparecerá esa palabra y su significado y te contará todo lo vivido con esos objetos a lo largo de su vida. Y verás el poder que tienen las palabras rurales. ¡Carpe Diem!
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