Es celebrar el Renacimiento de las letras, las artes y las ciencias en España, la difusión de las universidades
Lamentablemente y a mi modo de ver las cosas, desde hace un par de decenios a esta parte, suele producirse en torno a estas fechas, si no antes incluso, algún que otro artículo o nota pública de tal o cual grupo o colectivo, a través de la que se manifiesta la firme oposición de algunos con el modo o incluso con el todo de la conmemoración del aniversario de La Toma de Granada, que se celebra oficialmente cada día dos de enero, desde aquel lejano, pero determinante, mil cuatrocientos noventa y dos.
Hay quien quiere ver en esta conmemoración y sin que así sea, ni haya sido nunca, una humillación a los vencidos, es decir, al rey Boabdil, a los prohombres de su gobierno y corte, a sus consortes y a los musulmanes -y quizá hasta a los judíos- que hasta aquel año conformaban el que fuera Reino de Granada, último bastión del Islam en la península Ibérica y por tanto en Europa y capital durante toda una época de innegable y valioso desarrollo arquitectónico, literario y científico. Se llegó, incluso, a hacer la cómica proposición de que la fiesta se le tornase el nombre por el de "La Entrega de Granada", como pretendiendo así dulcificar lo que fue, sin paliativos, una victoria militar, no sin ciertas connotaciones políticas y diplomáticas, pero sobre todo militar, no se olvide. Y además definitiva. Fue el triunfo que supuso el final de la Edad Media social musulmana en estas tierras, aunque no, como se ha visto y padecido, el final de la Edad Media en los dominios del Islam.
Se ha pretendido, incluso, equiparar este triunfo a un a modo de atropello de la barbarie cristiana contra una sociedad culta, de elevados sentimientos y prácticas intelectuales -que sin duda lo fue- y un espacio soberano, en el que coexistían, en idílica -más que amable- convivencia las llamadas "Tres Culturas": judíos, moros y cristianos, cuando a poco que se estudie historia, el rigor del conocimiento jamás establece ese invento trinitario de convivencia, muy al contrario, desde la fundación del antiguo Reino de Granada, los musulmanes degollaron sin piedad a judíos, a cristianos e incluso entre ellos mismos, a causa de determinadas invasiones u oleadas invasivas de algunas tribus guerreras del norte de África.
No hay más que leer las páginas de Historia de Andalucía y de España firmadas por don Ramón Menéndez Pidal, don Claudio Sánchez de Albornoz -que, por cierto, fue presidente de la República en el exilio- o los tan cercanos y nuestros don Antonio Domínguez Ortiz o don Miguel Ángel Ladero Quesada para conocer y así defender el auténtico saber académico, ese que nace del rigor de la investigación y que constituye verdadera ciencia representada por las firmas antes dichas y las de centenares de mujeres y hombres que han dedicado y dedican sus profesiones al estudio y al conocimiento. Aquella otra historia falaz de inexistente convivencia, verdaderamente falsificada por las románticas leyendas y seguramente sin mala intención creída y difundida, hay que tratar de erradicarla del imaginario popular en el que se han empeñado en inscribirla de manera perniciosa y no deseo pensar si interesada.
Celebrar La Toma de Granada es celebrar el Renacimiento de las letras, las artes y las ciencias en España, la difusión de las universidades modernas en el territorio nacional y con el devenir del tiempo, proseguir avanzando, decididamente, por los caminos de la Europa que disfrutamos, la Europa de los ciudadanos, la de las libertades colectivas e individuales, frente a una cierta parte de la humanidad que niega muchas -la mayoría- de esas libertades especialmente a la mujer; sólo por ser mujer; y que desea proseguir anclada en un tiempo obscuro de subyugación y de miedos. Yo quiero celebrar La Toma de Granada desde la alegría y la ilusión, no sólo conmemorarla, por eso levanto mi copa de generosos vinos de estas tierras granadinas, con todas las gentes de buena voluntad que hasta aquí lleguen. ¿O no?
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