sábado, 5 de agosto de 2017

Todo lo que tu cerebro consigue cuando no haces nada elhuffingtonpost

ESTER EROLES
No hacer nada, ¿lujo o necesidad? La neurociencia parece tenerlo claro.

La red por defecto de nuestro cerebro solo está plenamente activa cuando nos permitimos no hacer nada
Al igual que muchos de ustedes, comenzaré pronto las vacaciones pero en general, llevo una vida bastante ajetreada. Acabo de dejar a mi hijo en el colegio, me arreglo la camisa, ajusto el cinturón y me encamino al metro. Tres paradas y un transbordo. Salgo de nuevo a la superficie, aire. Camino el trayecto hasta la oficina. Antes de llegar, he leído mis correos y contestado a un par de ellos. Desde primera hora, ya tengo en la cabeza cuales son mis objetivos para antes de la comida. Es poco probable que hasta esa hora, mi teléfono no suene, reciba unos mensajes o alguien entre por la puerta. ¿Les suena la historia?
Me siento delante del ordenador pero, al igual que ayer, estoy bloqueado con un proyecto que no sé cómo sacar adelante. Apago la pantalla. Me llega un mensaje al móvil. Son buenas noticias, como regalo de cumpleaños este fin de semana voy a poder visitar... ¡La casa de Einstein! Cierro los ojos y me autoimpongo un fundido en negro, como en las películas.
Paso los siguientes días recorriendo los mismos caminos que Einstein adoraba, tocando el agua del lago con los dedos, perdiendo la mirada entre los árboles. También me detengo a mirar un panel de hormigas y les tiendo la mano. Durante unos minutos, no hago otra cosa que ver corretear esas hormigas entre mis dedos. De nuevo, fundido en negro.
El lunes siguiente vuelvo a la oficina y consigo, sin mucho esfuerzo y para mi propia sorpresa, hallar las respuestas a aquellas preguntas que me parecían irresolubles. Increíble... ¿o no? Según Andrew J. Smart y su libro "El arte y la ciencia de no hacer nada", mi historia no tiene nada de casual. En su obra, Smart nos recuerda que vivimos en la época de la histeria en muchos sentidos, entre todas ellas la que ocupa la mayor parte de nuestro tiempo, ese invento humano llamado trabajo. Según Smart, la forma en que trabajamos está desperdiciando una parte importante de nuestro potencial y felicidad. Todo, porque nos hemos olvidado de algo esencial: el valor de permitirnos, en ocasiones, no hacer nada. No siempre ha sido así.
Nuestros antepasados vivían muy diferente a nosotros, su mayor obsesión no era producir constantemente sino más bien casi lo contrario: no malgastar la energía. Para conseguirlo, pasaban multitud de horas no haciendo nada, simplemente observan su entorno. ¿Por qué se comportaban así los primeros humanos? Por una razón poderosa: la simple obtención de alimento constituía un esfuerzo físico considerable. Así que, mientras nosotros trabajamos maximizando eficiencia, practicando el multitasking y estando siempre ocupados, nuestros antepasados invertían buena parte de su tiempo en aburrirse en cantidades industriales. Y eso no era casualidad, sino el resultado de la evolución biológica y del tamaño de sus cerebros. Por tanto, y aunque les cueste a ustedes creerlo, nuestro pánico y evasión creciente al aburrimiento, consultando impulsivamente nuestro teléfonos incluso en las vacaciones, nos está pasando factura, sobre todo, a nuestros cerebros.
Dejar trabajar a la red por defecto, puede ayudarnos a ser más creativos y a adquirir conocimientos y habilidades nuevas
Smart nos explica también que lo que la biología y la cultura reconocieron durante mucho tiempo como imprescindible (el ocio puro y simple), cambió radicalmente, sobre todo, a raíz de la revolución industrial. Con ella vino la especialización, la automatización y la productividad. Sin embargo, ahora los neurocientíficos han descubierto que muchas percepciones artísticas, científicas, emocionales o sociales, suelen producirse en momentos de ocio, cuando el individuo deja vagar sus ideas, en ausencia de ocupaciones. Esto no es de extrañar, puesto que al estar ociosos la plena activación de nuestra red por defecto posibilita que el cerebro descubra conexiones entre conceptos, sin que se adquiera consciencia.
En otras palabras, estar ociosos nos permite, de algún modo, fomentar nuestra creatividad. Pero hay más: cuando adquirimos información nueva, ésta va de la consciencia a una región del cerebro llamada hipocampo. Sin embargo, si queremos que esa información quede almacenada a largo plazo en nestro cerebro y poder recuperarla en otro momento, necesitamos que se transmita a otra zona llamada neocórtex. ¿Cómo conseguir esto? Pues, según Smart, descansando después de haber adquirido la nueva información, entregándonos al ocio, activando nuestra red por defecto.
Para la neurociencia, explica Smart, estudiar el ocio en el laboratorio es sencillo, pero su importancia se descubrió por casualidad. Esto sucedió midiendo a sujetos tumbados en máquinas de escaneo cerebral, durante momentos de pausa. Entonces, los investigadores se dieron cuenta de la gran actividad cerebral de esas personas cuando estaban haciendo...¡nada!
Así fue como la red neural por defecto, aquella que se activa cuando no hacemos nada, fue descubierta por Marcus Raichle en 2001. Pero lo que Reichle y sus colegas descubrieron no era más que la explicación de aquello tan maravilloso que nos sucede de vez en cuando, y que tiene su máxima expresión en lo que conocemos como momentos Eureka, grandes ideas. Momentos que hicieron posible que Newton, Einstein, Picasso y muchos otros cambiaran nuestra forma de ver la naturaleza y hasta nuestras propias vidas. ¿Se imaginan que habría sucedido si el sistema de trabajo no hubiera permitido a esas personas activar sus redes por defecto?
Smart también explica en su libro que aquellas obedientes, ordenadas y disciplinadas hormigas que se paseaban entre mis dedos hace unos días, son un sistema complejo y auto-organizado. Igual que nuestros cerebros. En definitiva, gracias a Raichle y a muchos otros científicos, ahora estamos empezando a entender nuestros cerebros. Y una de las conclusiones de los estudios es que, aunque nuestros cerebros se encuentran también desde el punto de vista biológico exquisitamente preparados para una actividad intensa, éstos necesitan reposar para funcionar correctamente. De lo contrario, si llevamos a nuestros cerebros al límite, teniéndolos permanentemente ocupados en tareas concretas, podemos incidir no solo en una peor calidad laboral sino, a la postre, también en fatiga mental, estrés y enfermedades psicológicas y físicas.
Tal y como comentaba al comienzo de este artículo, como muchos de ustedes llevo una vida ajetreada, pero ahora soy consciente de que no me puedo permitir, ni un solo día, dejar de reservarme un tiempo para conseguir algo precioso y de mucho valor para el cerebro: no hacer nada.

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