¿Podríamos imaginar qué relación existe entre la selva amazónica y la República del Chad? Posiblemente no. Lo mismo me sucedió a mí antes de compilar información para el presente texto. Vayamos por partes. Este país, ubicado en África Central, limita al oeste con Níger, al este con Sudán, al sur con la República Centroafricana, al sudeste con Camerún y al norte con las montañas Tibesti (las cuales forman la cadena montañosa más grande del desierto del Sahara, según Wikipedia). La distancia que existe entre la selva tropical sudamericana y la gran meseta desértica del Sahara es de aproximadamente 5 000 kilómetros.
¿Y para qué estos datos referenciales? Estudios recientes, realizados por investigadores del Instituto Weizmann de Israel, han demostrado que de los 240 millones de toneladas de polvo que el desierto del Sahara expande por el planeta, 50 millones llegan a América del Sur. Dicha lluvia de polvo contiene una gran cantidad de minerales, por lo que esa precipitación arenosa funciona como una irrigación de abono para la selva tropical más grande del planeta sin dañar o alterar el susceptible equilibrio ecológico de la región.
Más de la mitad de lo que llega a América del Sur proviene de la depresión de Bodele, ubicada en la República del Chad. Los científicos suponen que este accidente geográfico en conjunción con los vientos noroccidentales, permite que dicha situación se dé. Si bien, ya se sabía que la arena del Sahara llegaba al continente sudamericano, se pensaba que la cantidad era solo el tercio del total. Hoy se sabe que no es así.
Este escenario nos demuestra parte de las relaciones existentes en el planeta y que determinan los sistemas complejos, los cuales involucran varios elementos y situaciones interrelacionadas entre sí. De este modo, un sistema complejo está definido por la naturaleza de sus componentes, la relación entre ellos y el mantenimiento de la continuidad espacial y temporal. Así también, un sistema complejo es una red de componentes conectada por varias relaciones dinámicas que incluyen entradas y salidas e imposiciones externas.
Aislando un componente
Parte de este sistema complejo es el clima mundial, y dentro de él, un elemento determinante es la selva amazónica. El equilibrio entre la existencia y permanencia de sus elementos mantiene a este sistema. No obstante, la continua deforestación del bosque amazónico amenaza no solamente la diversidad biológica del planeta, sino el clima mundial. Por ende, este sistema depende en gran medida de la Amazonía. Empero, un bosque alimentado por un desierto puede terminar progresivamente como su benefactor en los siguientes años.
La selva amazónica demuestra qué tan importante es una de las partes de un gran sistema y qué tanto depende el clima mundial de un ecosistema. Según el diario "O Globo", esta porción de bosque abarca 4,1 millones de kilómetros cuadrados y cubre el 60% del territorio brasileño. Asimismo, se estima que una quinta parte de este gran ecosistema ha sido deforestado; y que para el 2030 se podría incrementar en un 20% el territorio deforestado. El informativo carioca se basa en los estudios hechos por la Universidad Federal de Minas Gerais de Belo Horizonte.
La World Wide Fund for Nature (WWF) presenta un panorama más desolador. Según sus estudios, 55% del territorio amazónico se verá afectado en los siguientes 20 años, principalmente debido a la demanda de carne vacuna y de soya. Para muchos propietarios de tierra, es más rentable dedicarse a la agricultura y a la ganadería que conservar los bosques. Así, el daño no es solo a nivel local, sino a nivel global. Los árboles captan la humedad de los suelos y la liberan en forma de vapor de agua. Donde no hay árboles, no se libera vapor de agua, evitando que se formen las nubes portadoras de las lluvias que alimentan a la selva amazónica y a otras regiones del continente. Un ciclo perfecto que se quiebra.
El sistema del clima y la selva
Para la WWF, la reducción de las lluvias se hará cada vez más frecuente cuando las extensiones de selva amazónica deforestadas sobrepasen el 30% de su composición original. Pero esta afirmación no es exclusiva de la WWF. Científicos brasileños, con la colaboración de la NASA y de la Unión Europea, están estudiando en plena Amazonía —en una porción de bosque casi del tamaño de Europa— el papel de la selva amazónica en el cambio climático del planeta.
Además de la gran influencia que tiene la población vegetal en las lluvias, esta cumple un papel muy importante en el equilibrio de la cantidad de CO2 en la atmósfera. La masa forestal de la selva amazónica almacena entre 90 y 140 billones de toneladas de dióxido de carbono. Dicha cantidad representa la cantidad aproximada del mismo gas que se libera a través de las actividades productivas del hombre a lo largo de entre 9 y 14 años.
La deforestación de los bosques en Brasil genera cerca de 400 millones de toneladas de CO2, lo que representa casi el 80% de la producción total de gases de invernadero de dicho país. Con esto, la nación carioca se ubica en el puesto número 6 de los países en el planeta que más emiten estos gases, según la WWF. En cambio, una hectárea de bosque amazónico conservado puede fijar entre 90 y 545 kilos de dióxido de carbono de la atmósfera y convertirlo, a través de la fotosíntesis, en oxígeno y carbohidratos.
Brasil y Perú
Si se pudiese conservar el 80% del bosque amazónico que queda, la masa forestal podría procesar una gran cantidad de CO2. Según el climatólogo brasilero Carlos Alberto Nobre, "si se deforestan todos los bosques tropicales del planeta, la concentración de dióxido de carbono aumentaría en 25%". Además, el científico brasilero Paulo Artaxo calcula que, siendo Brasil el poseedor del 70% de la selva amazónica, es imprescindible que el Gobierno Brasilero detenga su deforestación, ya que "no existe otra forma más barata de reducir las emisiones de gases invernadero".
El problema es que en Brasil (como en Perú) muchas personas viven de la tala. Científicos han calculado que agricultores, ganaderos y productores de soya brasileros, perderían un billón de dólares al año si detuvieran la tala. Es por eso que en la última Conferencia Mundial del Clima en Bali, realizada en diciembre de 2007, se determinó que es necesario implementar una indemnización a las naciones que posean bosques tropicales a fin de reducir la tala y la deforestación.
Pero, ¿de dónde sacar ese dinero? Lo propuesto en Bali es: formar una bolsa común en base a los aportes de las naciones industriales que no tienen planeado disminuir la emisión de CO2 según el Protocolo de Kyoto. Así, estos países podrían financiar proyectos para la reforestación y el buen manejo de los bosques tropicales, con el fin de garantizar su preservación. Suena bonito, pero trasladar esas buenas ideas y deseos a la realidad es muy complicado. Certificados de CO2, servicios ambientales e incluso las plantaciones orgánicas parecen ser parte de la solución, pero ¿podremos hacerlo para evitar que la selva amazónica se convierta en una sabana?