La Feria del Libro debe abrir nuevas vías superando la agenda editorial e institucional
FRANCISCO CAMERO / SEVILLA | ACTUALIZADO 18.05.2010 - 05:00Hay cifras que invitan a una lectura cómoda. Más de 250 actividades y alrededor de 35.000 asistentes, aparte de unas ventas que se mantuvieron a pesar de la crisis económica, por ejemplo, no dejan de ser buenos argumentos para festejar una nueva edición de la Feria del Libro, que vivió su clausura el domingo en un ambiente de optimismo. Motivos no faltan: consolidado desde hace años tras una etapa negra, el encuentro comercial-literario más importante de Sevilla se ha ganado un espacio propio en el calendario cultural y en el corazón de la ciudad, consecuencia de la duradera estabilidad en su junta directiva y del apoyo convencido que ésta ha conseguido de las instituciones públicas. Cabe recordar, sin embargo, que hasta en el más amable de los balances debe haber sitio para la reflexión. Sobre todo -a la vista del potencial que indudablemente tiene- si la intención es que "la tercera feria del libro de España", como ha sido definida en varias ocasiones, sea algo más que retórica promocional, un recordatorio de que con frecuencia los discursos y las realidades se miran entre sí pero no se reconocen.
Esta prudente introducción viene a propósito de la calidad de la recién clausurada feria, cuestionada -siempre en voz baja- incluso por parte de algunos de sus propios protagonistas, libreros y editores. Entre las causas, la fuerte dependencia de la Fundación José Manuel Lara, que contribuye a la programación llevando a la Plaza Nueva a los autores que más le interesan en cada temporada, algo absolutamente lógico para la editorial Planeta pero no necesariamente para un evento que quiere dirigirse a todos los públicos; y de la Consejería de Cultura.
A esta excesiva dependencia debe atribuirse la escasa presencia de nombres propios en la feria, con la excepción de Eduardo Mendoza, José Saramago (en ausencia), María Dueñas o Matilde Asensi, todos ellos con gancho, como el infalible Arturo Pérez-Reverte, que acudió de nuevo a la Plaza Nueva con uno de esos caprichos (una charla sobre mujeres y literatura con autores amigos) que está en condiciones de imponer donde quiera. La misma razón explica la ausencia de escritores fuera de sus rígidos viajes promocionales. ¿O es que, citando casi al azar, Antonio Muñoz Molina, Rodrigo Fresán, Juan Manuel de Prada o Javier Cercas -uno de los pocos autores que estuvieron en la Feria del Libro de Cádiz, celebrada al mismo tiempo, pero no en Sevilla- dejan de interesar a los lectores aunque no tengan una novedad que vender? Algo parecido puede decirse, por qué no, de autores de otros países que sí acuden a las franquicias españolas del Hay Festival, al Festival de Poesía de Granada o a Cosmopoética (Córdoba).
Resulta llamativo, por otro lado, que ningún acto recordara a Miguel Delibes, fallecido mes y medio antes. Un olvido que contrasta con la insistencia de la organización en celebrar una segunda edición de Los futuros del libro, unas jornadas sobre el impacto de la tecnología en el negocio editorial con un sesgo más endogámico del esperable para la principal actividad propia de la Asociación Feria del Libro, y que en cualquier caso poco añadieron a los debates del año pasado sobre el mismo asunto.
No menos extraño fue la mayor presencia de la Delegación de Juventud y Deportes del Ayuntamiento frente a la de Cultura. Invitado por la primera vino desde Cuba el Centro Cultural Pablo de la Torriente, protagonista de un par de actos -en el mejor de los casos- escasos de contenido y puntuados por la rudeza mitinera y fuera de lugar del delegado de Economía y Empleo, Carlos Vázquez. Ésta fue una de las líneas internacionales de una feria que contó afortunadamente -ya que se hablaba en presentación de la "consolidación de su internacionalización"- con la mucho más sólida programación de la Fundación Tres Culturas para justificar tal afirmación.
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