El municipio, vergel dormido entre piedras y aguas, pierde población a pasos agigantados. Apenas quedan niños y ya no hay jóvenes.
ANDRÉS CÁRDENAS | CÁSTARAS (GRANADA)
La plaza de Cástaras, cubierta estos días con un toldo. :: Rafael Vílchez
En la Alpujarra a veces sucede: el que más despacio camina llega más lejos. El viajero de la rempuja ha visitado cientos de veces esta comarca y siempre ha descubierto que la disfruta más cuanto más despacio camina. Es una relación inversamente proporcional en cuanto a la calidad de la visita y el apuro. También es lógico. Por eso, cuando llego a Cástaras me hago el propósito de enmienda de patearla toda, de descubrir nuevos lugares o de hablar con gente con la que nunca he hablado. Por ejemplo, nunca antes había estado en el barrio alto de Cástaras, al que se accede por una cuesta con una pendiente áspera e infame. Allí, donde solo hay cuatro o cinco casas habitadas, la actividad la ponen dos albañiles que arreglan un tejado y dos niños que corretean debajo de un manzano cargado de fruta, vestidos con la única piel con la que su madre los echó al mundo. Los niños se llaman Janik y Mael (espero haber puesto bien el nombre) y son hijos de Miguel y Marisa, austriaco él y catalana ella, dos jóvenes que tienen claro que la vida en el campo es la más cercana a la felicidad que ellos buscan. Miguel es informático y Marisa regentaba un pequeño restaurante en Granada. Un día lo dejaron todo y se fueron a Lobras. De ahí han pasado a Cástaras, a una casa cuya propietaria les permite vivir a cambio de que se la cuiden.
-Aquí se puede subsistir con poco dinero y hambre no se pasa. La comida la da la tierra -dice en perfecto castellano Miguel-.
Marisa está convencida de que la vida en el campo puede ser la solución para muchas personas que lo están pasando mal a causa de la crisis actual, una situación que hace que hasta los tomates se pongan coloraos con lo que está pasando en España. En un trozo de tierra se pueden sembrar patatas, pimientos o sandías. Unas cuantas gallinas te pueden dar los huevos y la carne la pueden facilitar la cría de conejos. La leche está claro: sale de las hembras que tienen ubres, desde siempre.
-Lo básico para comer está aquí, en el campo. Los ayuntamientos de los pueblos deberían de promocionar este tipo de vida, dar facilidades a los jóvenes que piensan en esta solución. Se ha abandonado el campo, pero creo que no vamos a tener más remedio que volver a él. Solo así se evitaría que tanta gente abandone estos pueblos -reflexiona en voz alta Marisa-.
Para ir a la Cástaras se pasa por El Portichuelo y lo que queda de las minas del Conjuro. Allí un día habitaron los sueños. Eran cientos los hombres que trabajaban intentando sacarle a la tierra su provecho. Hoy son ruinas que permiten al viajero hacer recuento de impresiones en la recámara de su alma. ¡Tantas ruinas que sirven de enseñanza en la escuela de la vida!
Lugar con encanto
Cástaras es otro de los pueblos de los primeros del ranking de lugares con encanto. El centro de la localidad, en donde el reloj del Ayuntamiento permanece parado a las seis menos diez, está entoldado y una legión de golondrinas planea en torno a la torre de la iglesia. Para el viajero de la rempuja, la golondrina es tótem, un pájaro que vuela para recordarnos que a veces hay que gastar energía por el placer de gastarla. Un ave que entraña optimismo, voluntad de ser y de alegría y que le recuerda a uno cuando su madre le decía que eran los pájaros que le quitaron con sus picos las espinas a Cristo cuando estaba en la cruz, por eso vuelan siempre alrededor de las torres de la iglesias.
Cástaras, vergel dormido entre piedras y aguas, según han dicho los viajeros que me precedieron, sufrió en los años setenta una sangría importante de vecinos. La emigración hizo que casi la mitad de la población se marchara a Barcelona y Palma de Mallorca, sobre todo. En los noventa se recuperó un poco el censo y ahora, de nuevo, sufre la mordida de la soledad.
-Míreme, yo soy el más joven del pueblo y tengo 37 años. Aquí ya no hay niños, los únicos que usted ha visto son porque estamos en verano y algunas familias vuelven al pueblo.
Quién así se expresa se llama Sergio Santiago, el que regenta el bar de la antigua pensión María. Me cuenta que aquella pensión, en sus buenos tiempos, llegó a tener hasta 30 habitaciones todas ocupadas, sobre todo por personas que iban a ver a la curandera Pura Almendros.
En el mismo mensaje de que el pueblo es un paraíso perdido se expresa Jaime Guardia, el cura Jaime, que tiene placeta con su nombre, por la que pasea todas las tardes.
-En 1950 el censo de aquí era de 2.000 personas. ¿Sabe cuántos estamos ahora?
-No.
-Veintiocho personas. Sin contar Nieles y el barrio alto. Claro que allí también hay cuatro gatos. Aquí solo se ve alegría por San Miguel, que es cuando vuelven muchos vecinos a pasar las fiestas.
El cura Jaime tiene una dilatada carrera sacerdotal por muchos pueblos y núcleos de Granada (Albuñol, Juviles, Fuentevaqueros, La Chana?) y todos los veranos los pasa en su pueblo natal, en una casa pegada a la iglesia que la Curia le permite ocupar hasta que deje de respirar, Dios quiera que sea cuanto más tarde mejor.
-Es que aquí, en invierno, hace un frío que se mean los gatos.
Los Baños del Piojo
El cura Jaime mira el presente con el mismo escepticismo con que mira el futuro. Un escepticismo que cala en los huesos y habla con el viajero del sombrero de panamá de las obras paralizadas de los Baños de la Salud, conocidos popularmente como los Baños del Piojo. Al parecer, existe un proyecto para recuperar el balneario con aguas específicas para enfermedades de la piel que hay en el municipio.
-La Administración ha gastado un porrón de dinero para recuperar la carretera y el edificio del balneario, pero las obras están paradas desde hace tres años. Ya no es una prioridad. Como está pasando con muchas cosas -se lamenta el cura Jaime-.
Las propiedades medicinales de aquellas aguas se descubrieron a principios del siglo XIX al curar un paciente de úlceras erisipelatosas bañándose repetidamente en una alberca formada a la salida del manantial. Fue durante la guerra de la Independencia, según detalla Jorge García en un estudio hecho sobre los baños, cuando este paciente, que se llamaba Juan Rodríguez y que iba plagado de piojos y de úlceras en la piel, se bañó con aquellas aguas. A los pocos días le desaparecieron de su cuerpo las úlceras y los piojos, de ahí que aquellos baños tomaran el nombre de tan molesto insecto. Hay otra versión menos creíble sobre el mote y es que uno de los dueños de aquel balneario, que ha funcionado hasta 1970 y que fue declarado Bien de Interés Cultural, era un tal Tío Piojo, una persona tan baja de estatura que había que mirar para abajo para no pisarlo.
-En plena Guerra Civil bajaba yo con mis hermanas a ellos. El primer dueño de los baños, de la finca y del molino se llamó Andrés de Vargas. Luego pasó a ser Ceferino Navarrete. Era muy religioso y la herencia pasó a sus hijos. En las casas grandes se hospedaba la gente pudiente aunque había también casillas para los pobres que querían curarse y carecían de dinero -recuerda el cura Jaime-.
La rehabilitación de los Baños del Piojo también contemplaba, además del balneario, las pozas y un molino de aceite. Hoy el proyecto se ha quedado en aguas de borrajas, aguas mineromedicinales, pero de borrajas al fin y al cabo.
Al salir de Cástaras me para Sergio, el de la antigua pensión María.
-Oiga, es que lo he visto tomar nota cuando hablaba con el cura Jaime? ¿Usted es periodista?
-Sí, para servirte, hombre.
-Pues ponga en el periódico que apenas vemos canales de televisión en el pueblo y que para ver uno en concreto hay que dejar de ver otro. En fin, que la señal llega cuando ella quiere y nunca cuando nosotros queremos.
-Pues apuntado queda.
-Vaya usted con Dios. Y recuerde que, a pesar de todo, aquí siempre se vuelve.
No hay comentarios:
Publicar un comentario