Si de verdad supiéramos lo que hay al final, tendríamos más cuidado antes de dar el paso de casarnos.
Por Rachel Brodsky, Contributor
SIMARIK VIA GETTY IMAGES |
La noche que pedí el divorcio, no pensé en la reacción de nadie. No pensé en el estigma que envuelve el divorcio ni en el poco tiempo que habíamos estado casados: menos de dos años. Solo pensaba en cómo había cambiado yo.
Poco a poco, nuestras prioridades habían dejado de ser las mismas. Ninguno habíamos hecho nada malo, pero yo ya no era la misma persona que cuando nos conocimos hacía una década. Por mucho que odiara hacerle daño, ya no estaba enamorada. Mi amor por él se había terminado.
Pensaba que superaría mi divorcio igual que gestiono los demás problemas de mi vida: buscando en Google. O sea, ¿no podía ser muy difícil, no? No teníamos hijos, vivíamos de alquiler y lo único que compartíamos es una cuenta bancaria.
Os podéis imaginar mi sorpresa cuando me enteré de que incluso en los casos menos complicados, un divorcio es uno de los procedimientos legales más complejos por los que puedes pasar. Algunas páginas web ofrecen asistencia por 150 dólares. Otras, prometen ocuparse de todo por “solo” 1500.
Y eso si no necesitas contratar abogados, algo que probablemente tendrás que hacer según dónde vivas y cómo de conflictiva sea la situación con tu futuro exmarido. Según algunas páginas, un divorcio puede llegar a costar más de 15.000 dólares (por persona, si es en Estados Unidos) para pagar los honorarios de los abogados, los costos judiciales y la tarifa de expertos como tasadores de propiedades, asesores fiscales y evaluadores de la custodia de los hijos.
“No podía ser muy difícil, ¿no? No teníamos hijos, vivíamos de alquiler y lo único que compartíamos es una cuenta bancaria”
Yo no estaba preparada para afrontar un gasto de 1500 dólares (por no hablar ya de 15.000), así que opté por el servicio de asistencia por 150 dólares de NetDivorce, que te ayuda a rellenar los formularios pero no los registra oficialmente. Supongo que recibes lo que pagas.
Y así comienza una tortuosa travesía como lo fue un divorcio sencillo como el mío. Como a mí nadie me lo explicó, deja que te cuente cómo funciona en California.
El divorcio se compone de tres etapas. En la primera, tienes que imprimir una cantidad exagerada de formularios que tendrás que rellenar y llevar al juzgado. Si prefieres jugar a la ruleta con el imprevisible servicio postal de Estados Unidos, puedes tomar la vía de los vagos y enviar los formularios por correo, como hice yo. Y no olvides una tasa de 435 dólares para el juzgado en esa primera etapa.
A continuación te toca rezar a un dios en el que no crees para que esos formularios lleguen al juzgado y te remitan desde ahí otros documentos. Acabamos de empezar. ¿No te has cansado aún?
Después, le tienes que pedir a algún amigo o familiar que le envíe por correo esos papeles a tu cónyuge. (Yo le pedí a mi amiga Megan de toda la vida que hiciera los honores mientras trataba de no pensar en todas las veces que mi ex y yo habíamos ido a su casa para ver una película por la noche con ella y con su marido).
Entre la pila de papeles que tienes que entregarle a tu cónyuge hay extractos bancarios, tu nómina, extractos de la tarjeta de crédito, registros fiscales... Lo único que no te piden es tu historial dental y un raspado bucal. Esto es solo para que tu cónyuge tenga todo lo que necesita si en el caso de que decida disputar el divorcio, porque si es de mutuo acuerdo, esa pila de documentos no le sirve de absolutamente nada. Ponen su firma y fecha en el documento señalado y lo envían de vuelta a la persona que se lo ha enviado. Esperas un mes, imprimes otra pila de documentos y se la envías a tus nuevos mejores amigos: los trabajadores del juzgado.
“Divorciarse no es solo una ruptura con papeleo añadido; es sentirte como un hueso dislocado en el esqueleto de la sociedad”
Seis meses después de que tu ex haya firmado el único documento que tenía que firmar, por fin estaréis divorciados. E insisto, este es el proceso en los casos más simples. California te hace esperar seis meses por si acaso te quieres echar para atrás.
El tiempo medio que tarda en resolverse un divorcio depende. Si hay abogados, mediadores o árbitros (cualquier tercera parte que esté ahí para mediar entre dos personas enfrentadas), el proceso puede alargarse hasta los tres o cuatro años.
¿Has empezado a sudar ya?
Bueno, la cosa es que cuando estaba inclinada sobre mi impresora recogiendo la primera remesa de formularios para el juzgado que DEBO mantener en el mismo orden, perforar y firmar, me pregunté: ”¿Por qué nadie habla de lo difícil que es esto?”. Ya tenía una idea de lo peliagudos que llegan a ser los divorcios con propiedades compartidas, dinero e hijos, pero ¿un divorcio tan sencillo? Me sentí engañada y abatida.
Momentos después, sentada a la mesa de la cocina con una perforadora de dos agujeros y una grapadora (dos herramientas que no tenía antes de poner en marcha mi divorcio), quise arrancarme los pelos. No solo me habían desterrado al mundo superanalógico de los formularios judiciales y de la burocracia interminable, sino que apenas tenía a nadie con quien hablar de ello. Ninguno de mis conocidos había vivido el horror logístico que estaba afrontando yo. Y si lo habían hecho, desde luego no habían dicho nada.
“¿Qué hay que hacer para no sentir que el final de tu matrimonio, que parecía tan perfecto en Instagram, es un fracaso?”
Ahí está el otro problema de divorciarse tan joven: la soledad. Cuando eres veinteañero o treintañero, los divorcios no son tan habituales. La mayoría de la gente de esta edad aún está en proceso de casarse.
Claro que hay gente que se divorcia a mi edad. Es algo que pasa todos los días. Miley Cyrus lo está haciendo mientras escribo esto. También soy suficientemente madura, en el plano intelectual al menos, para saber que a nadie le importa que yo me haya divorciado a los 32, pero estoy en una edad en la que la sociedad tiene muchas expectativas: casarse, tener hijos, comprarse una casa, trabajar, dejar de trabajar, ahorrar para la jubilación, cocinar en casa, no comprar café ni aguacate y llevar mascarillas faciales.
Entonces, ¿qué hay que hacer para no sentir que el final de tu matrimonio, que parecía tan perfecto en Instagram, es un fracaso?
Divorciarse no es solo una ruptura con papeleo añadido; es sentirte como un hueso dislocado en el esqueleto de la sociedad. Es culpabilidad, vergüenza y más culpabilidad. Es un nuevo miedo a asistir a bodas y a otras actividades de pareja sin nadie. Es una ansiedad paralizante que gira en torno a si se lo deberías contar a alguien en el trabajo. Es cuestionar tu propia viabilidad como pareja. En este caso en concreto, he sentido culpabilidad y ansiedad por publicar este artículo. La escritura ha sido siempre mi forma de canalizar mis emociones y los cambios importantes de mi vida, pero como fui yo quien decidió iniciar el divorcio, me resulta egoísta escribir sobre ello para publicarlo. En mis peores momentos, no me he sentido egoísta, sino directamente cruel.
“Pese al alivio y a la certeza de haber hecho lo correcto, mi divorcio me provocó una incesante sensación de inseguridad y miedo a ser juzgada”
No creo que decir que te has divorciado sea sencillo para nadie.
En el trabajo solo se lo conté a mi supervisor y a mis compañeros más cercanos. Sin embargo, a medida que pasaban los meses, me di cuenta de que había empezado a salir del paso con menciones casuales como: “Ah, sí, ya no estoy casada”.
“¡Lo siento!”, me decían, porque es lo primero que se le ocurre a la gente en circunstancias como esta.
“¡No pasa nada, yo no lo siento!”, respondía.
Muchas personas me sorprendieron cuando se lo dije. Mis abuelos, que pensaba que desaprobarían mi decisión, me dijeron lo correcto, como “mejor ahora que dentro de 20 años”. Mis padres reaccionaron con una mezcla de perplejidad y paciencia. Una tía me llamó para hablarme de sus dos divorcios, el primero de ellos cuando era veinteañera.
Otras personas no estaban seguras de cómo reaccionar, como si la conversación se hubiera vuelto demasiado personal demasiado pronto. Algunas personas propusieron celestinearme. Megan me apodó “divorciada sexy”.
Pese al alivio y a la certeza de haber hecho lo correcto, mi divorcio me provocó una incesante sensación de inseguridad y miedo a ser juzgada. Llevaba años sin sentirme tan emocionalmente desnuda. No es por ser exagerada, pero me sentía 1.000.000% sola.
“Borré sin decir nada mis fotos de boda, publiqué selfis y esperé a que mis conocidos se dieran cuenta de mi nuevo estado social por ósmosis”
Pensé en contactar con gente de mi edad que se hubiera separado hace poco. Según mi Facebook y mi Instagram, apenas conocía a unas pocas personas (las puedes detectar por la repentina desaparición de sus fotos de boda y la proliferación de selfis), pero no se me ocurría ninguna forma amable de iniciarles conversación para preguntarles por el aspecto más personal de sus vidas.
Así pues, borré sin decir nada mis fotos de boda, publiqué selfis y esperé a que mis conocidos se dieran cuenta de mi nuevo estado social por ósmosis.
Ya han pasado siete meses desde que me separé y mi divorció será del todo oficial dentro de unos pocos días. Ya he empezado a decir “estoy divorciada” cuando sale el tema en algún grupo y no me entran ganas de que me trague la tierra. He empezado a ir a terapia para comprender mejor qué es lo que mi yo de 32 años necesita de una pareja. He empezado a tener citas de nuevo.
La vida sigue. Siempre sigue.
Si puedo dar algún consejo a partir de mi experiencia, es que necesitamos hablar de los asuntos más complicados de la vida. Alto y claro. No solo en un hilo anónimo de Reddit y en terapia. Si empezamos a afrontar de forma verbal los problemas más complejos de la vida, tal vez sea más sencillo cuando nos llegue el momento.
También necesitamos combatir contra las fuerzas de la sociedad que instan a la gente a casarse cuando no tienen ni idea de lo que les espera si el matrimonio no funciona. Porque si de verdad supiéramos lo que hay al final, tendríamos más cuidado antes de dar el paso de casarnos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario