El poeta Jorge Villalobos (Marbella, 1995 |
PABLO BUJALANCE
El Premio Hiperión concedido en 2018 a El desgarro sirvió para la feliz proyección de Jorge Villalobos (Marbella, 1995), poeta de aliento largo, raíces firmes y un discurso a menudo a contracorriente de la poesía española contemporánea. Antes, con Las cenizas de tu nombre, ganó el Premio Andalucía de la Crítica en la modalidad Ópera Prima. Ahora, el Centro Cultural de la Generación del 27 acaba de publicar su último libro, No es nada personal. La editorial granadina Valparaíso lanzará ya el próximo noviembre un nuevo poemario con distribución en América Latina.
-¿No es paradójico poner el título No es nada personal a un libro de poemas?
-Casi siempre se valora la poesía desde dos extremos: o bien escribes una poesía íntima, de sentimientos, amorosa incluso, o haces una poesía más social o reivindicativa. Bien, yo considero que la reivindicación social forma parte del mundo íntimo de las personas y que, al mismo, la intimidad es una cuestión social. Cuando amas a alguien quieres envejecer con ese alguien, compartir una vida digna. De eso se trata.
-¿Será esta fórmula la que vuelva a poner de moda la poesía social?
-En mi caso, es cierto que mis primeros libros tenían un carácter más íntimo, más hacia dentro. Forman parte de lo que considero una poética del dolor, porque nacen de la pérdida de personas concretas. Ahora, es cierto que mis últimos poemas tienen una aspiración social, pero la tienen exactamente desde el mismo marco íntimo. Lo que defiendo es un intimismo político y civil. Nadie imaginaría, por ejemplo, un contexto íntimo en el que no se respetara el derecho a la igualdad, por ejemplo, ni los aspectos fundamentales de la ética. Si el entorno íntimo se da en un ambiente de encuentro y respeto, eso se traducirá, necesariamente, en una mejora del entorno social.
-¿Hace suya, entonces, la afirmación feminista de que lo personal es político?
-Sí, pero no dejo de preguntarme qué es lo personal para mí. Es decir, en qué medida mi mundo personal es político y al revés. El feminismo articula esa afirmación en la consecución de metas muy concretas, y metas prácticas, relativas a la modificación de conductas en la sociedad. En mi caso, dado que no puedo aspirar a tanto, escribo sobre la juventud, sobre la idea de la juventud como un estadio que renuncia al compromiso. Porque eso me preocupa. Pero siempre, insisto, desde un punto de vista lo más íntimo posible.
-Entonces, ¿el hombre es un animal político no tanto en el ágora, sino en casa?
-Eso es. La democracia se construye, esencialmente, en el espacio íntimo. La mayor parte de las reivindicaciones sociales actuales ya están contempladas en la Constitución y en los textos legales, pero por eso la sociedad no pide más leyes, sino que se cumplan las que ya tenemos. Y ese cumplimiento obedece al final a una decisión y un compromiso personal. Tampoco pueden darse de puertas adentro los comportamientos que repudiamos abiertamente de puertas afuera.
-¿Un poeta metido en esas lides no corre el riesgo de ejercer de cura antiguo?
-Hay que evitar eso, por supuesto. Una cosa es el compromiso político expresado de forma poética y otra un sermón. Yo no soy quién para ir a hacer la guerra a la casa de nadie, bastante tengo ya con la mía.
-¿Qué opina del éxito masivo de la última poesía joven, incluida la que escriben los algoritmos?
-Creo que es importante mantener una postura intermedia y equilibrada. Yo escribo porque, entre otras razones, la poesía es para mí un ser vivo, que tiene sus raíces y crece. La posibilidad de conocer personalmente a Pablo García Baena fue para mí una revelación: la poesía no estaba sólo en los libros de texto, sino que era algo vivo, de carne y hueso, y la tenía allí delante. Así que me parece importante divulgar la idea de que la poesía es algo vivo, que no es un mueble lleno de polvo. Y en eso los poetas jóvenes, sin prejuicios a la hora de emplear recursos tecnológicos para dar a conocer sus poemas, son muy importantes. Es verdad que ha habido un boom de poetas jóvenes, y en ese boom hay autores de mucho valor y otros que tal vez no lo son tanto. Pero no me preocupa. Estos fenómenos van y vienen, pero al final los que permanecen son los que se adaptan al medio. La poesía sin tecnología termina siendo un fósil, pero la tecnología sin poesía es una cáscara vacía. Por otra parte, si Walt Whitman viviera hoy y se abriera una cuenta en Instagram, no creo que tuviera muchos seguidores.
-Usted es un poeta joven, pero ¿le gustaría llegar a ser un poeta viejo?
-La juventud está bien, pero no es lo más importante. El mundo de la poesía tiende a obsesionarse con modelos jóvenes y a menudo parece que si has cumplido 25 años ya estás acabado. Yo quiero ser un poeta viejo que escriba poemas jóvenes. Al menos, que me ganen en salud.
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