En un repaso rápido de la Historia de España hay sin duda algo que parece distinguirnos y que describió en su día don Américo Castro: el peso de lo religioso
¿Somos los mismos? |
Mientras esperamos haciendo cola para la inyección de la gripe, un señor enmascarado (como todos) me comenta: "Nos decían que después de la pandemia saldríamos más fuertes, mejor organizados, más solidarios. ¡Mentira! He visto a un anciano resbalar con la lluvia y rodar por el suelo sin que nadie le ayudara a levantarse. Y he visto a un ciego pedir a voces junto a un semáforo ayuda para cruzar la calle; sólo después de mucho esperar una joven señora le cogió del brazo... Se impone el egoísmo, la apatía, el sálvese quien pueda, el incivismo botellonero, la pérdida del sentido del deber… Nos importa un pimiento que vayan desapareciendo nuestras libertades y regrese la censura... Sin darnos cuenta nos convertimos en siervos de la gleba, sumisos pero incumplidores de leyes legítimas cuando los amos no miran... Cambiamos para peor y sólo se salva una exigua minoría".
Sostienen en sus escritos Manuel Bartolomé Cossío, García Morente y Aquilino Duque que "lo español", "lo nacional", no viene fijado ni por la sangre ni por la tierra ni por la lengua sino por "el carácter", por "el estilo". De ser así habrá que precisar cuáles son esos rasgos de un estilo permanente a lo largo de los siglos y que distinguirían a los españoles de los otros pueblos.
En un repaso rápido de la Historia de España hay sin duda algo que parece distinguirnos y que describió en su día don Américo Castro: el peso de lo religioso. Un catolicismo de masas muy sentido aunque no exento de supersticiones mágicas en los estratos más humildes de la sociedad, catolicismo inseparable de un feroz anticlericalismo no menos religioso. Y al lado de la religión el peso de la familia, de los clanes (reunión de familias), de la tribu y que ha terminado cuajando, ya en plena modernidad española, en lo que llamamos hoy Estado de las autonomías.
Ese tribalismo propio de lo español, que en una paradoja histórica hace difícil a veces el concepto mismo de España, lleva consigo el apoyo popular hacia los desheredados y perseguidos siempre que sean de "los nuestros". Nuestra tribu, nuestra familia, todos iguales. Un rechazo de las élites que muchos viajeros de la Europa del siglo XIX confundieron con un presunto carácter democrático de los españoles. Ortega lo vio mejor en su terrible sentencia: los españoles siempre eligen élites mediocres para verse reflejadas en ellas como en un espejo (España invertebrada). Odio hacia las élites porque quienes la conforman -el aristócrata, el mejor, el anarca, el líder- se han separado del igualitarismo del grupo familiar y de la tribu primigenia. Luego, todo lo demás: lo barroco, lo romántico, la caballerosidad (tanto en el hidalgo como en el pícaro) y una habilidad especial para descubrir la impostura y la hipocresía entre los poderosos… Virtudes y taras de la españolidad.
Mas los pueblos cambian; no existen constantes históricas en la personalidad de las naciones. El carácter siempre viene condicionado por un tiempo preciso, por una coyuntura. En el siglo XVII los suecos, hordas salvajes, aterrorizaban al resto de los países de la Europa central; hoy, ya los vemos. O pueblos valientes convertidos dos siglos después en gente cobarde. Sin duda hay rasgos que permanecen mucho tiempo y cambian muy lentamente. Cuando a mediados del siglo XVIII Casanova visitó España aún pudo asombrarse de la caballerosidad y el sentido del honor de los españoles desde el aristócrata al plebeyo. En cambio, otros rasgos que permanecieron intactos durante siglos, si no milenios, se vienen abajo casi en un instante. Entre 1965 y 1975 el imaginario colectivo de los españoles comenzó a cambiar con rapidez; a partir de 1977 el cambio se aceleró de forma visible y llegado al 2004 nos hemos convertido en otros. Si la religiosidad, por ejemplo, pareció raíz fundante de los españoles, hoy sólo el veinticinco por ciento se declara católico practicante y el setenta por ciento de los matrimonios no están casados por la Iglesia. ¿Estamos cambiando de nuevo con el Covid-19?
Regreso a casa y cuento a mi mujer la conversación con el señor enmascarado. Ella está leyendo a Cioran y me lee el párrafo que acaba de leer: "Miro una foto de hace treinta o cuarenta años, yo y mis amigos. ¿Cómo creer que de verdad son ellos? ¡Qué hace el tiempo con nosotros! Nuestra identidad a través de los años sólo está garantizada por el nombre… Es imposible creer que hayamos sido lo que llegamos a ser". Y yo pienso de repente, ¿cambiamos, o bien nos cambian?
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