Eduardo Infante (Huelva, 1977) es licenciado en Humanidades y lleva media vida residiendo en Gijón, donde enseña Filosofía en bachillerato con métodos nada convencionales: narra la muerte de Sócrates en un juzgado, explica Aristóteles paseando por el parque, invita a practicar el cinismo en las calles comerciales y nos cuestiona con sus #FiloRetos en las redes sociales con el fin de invitarnos a pensar la vida y vivir el pensamiento. Su perro se llama Nietzsche. Es autor del best seller Filosofía en la calle y acaba de publicar No me tapes el sol. Cómo ser un cínico de los buenos (Ariel, 2021).Eduardo Infante, profesor de Filosofía.
–¿Qué es el cinismo para usted?
–Es dejarse influenciar más por la conducta de un perro que por la de un influencer. Atreverse a vivir una vida más auténtica. El cínico está comprometido con la verdad tanto a la hora de hablar como a la de vivir.
–¿Por qué el cinismo ha adquirido una connotación negativa con el paso del tiempo?
–Los vencedores escriben la historia. En el caso de la filosofía han sido Platón y sus secuaces, el idealismo. Y los cínicos se encuentran en el bando de los vencidos. El cinismo se enfrentó al poder por su compromiso con la verdad. Los cínicos han sido siempre hérores filosóficos. La primera acepción de cínico en la RAE es la actual, la de alguien sin pudor para hacer el mal. Y sólo en la tercera acepción se dice que el cinismo es una antigua escuela fundada por los discípulos de Sócrates. Lo que tienen en común los cínicos malos de hoy y los antiguos es que al igual que los perros, son unos desvergonzados. Pero la desvergüenza del cínico antiguo luchaba contra la injusticia, pero la del cínico actual es para lo contrario.
–¿En estos tiempos de lo políticamente correcto, es más difícil que nunca ser un cínico?
–Sin duda. La sociedad de los ofendiditos es un tipo de tiranía. Si se quiere ser políticamente correcto, hay que renunciar a pensar. Pensar por uno mismo siempre contraría a alguien. Si uno no quiere ofender, tiene que renunciar a pensar o pensar lo que todo el mundo dice. Los cínicos fueron los primeros ilustrados. Defendían vivir conforme a la naturaleza humana. Nosotros somos seres racionales. Por tanto, el cínico nos invita a que todos nuestros actos, incluso los más pequeños, sean reflexionados. Es atreverse a salir de la manada.
–También supone abandonar el materalismo, ¿no?
–A partir de Sócrates, el cínico descubre que los auténticos bienes que merecen la pena son los interiores. Para alcanzar esa virtud que poseía Sócrates, se va desprendiendo de todo lo que es superficiel. El confort, en esa época y en la nuestra, no se paga sólo con dinero sino con horas de trabajo. El cínico está convencido de que el 90% de la felicidad es independencia. Busca una vida más noble, sencilla, una vida perruna. Mi perro me enseña que con poco se puede ser feliz.
–Frente a esa búsqueda reflexiva de la virtud, nos encontramos en una sociedad que prima la imagen.
–Hemos pensado que vivir bien era pasarlo bien.Y las circunstancias han cambiado. Lo bueno no es lo deseable, sobre todo en una sociedad consumista como la nuestra, donde nuestro deseo no nos pertenece, ya que deseamos lo que otros quieren que deseemos. Tener una vida cómoda no es sinónimo de una vida plena. Durante el confinamiento he escuchado voces que decían estar aburridas, pese a que nuestra generación dispone de muchas tecnologías diseñadas para entretener. Creo que ese hastío tiene que ver con que hemos intentado constantemente que aflore la conversación con nosotros mismos. El aburrimiento es el espacio de encuentro con nuestro yo interior. Hemos estado dirigiendo nuestros proyectos vitales hacia fuera y hemos olvidado que lo importante es el ser y no el tener.
–¿Una sociedad que busca el entretenimiento no se plantea qué quiere ser?
–La palabra entretener significa captar la atención. Se nos tiene cazados. Compramos un estilo de vida cuando lo que realmente deberíamos hacer es construir nuestra existencia.
–¿Cómo combatirlo si el mayor enemigo de la atención, el teléfono móvil, está en nuestro bolsillo?
–A mí me gusta noquear a mis alumnos de vez en cuando. El otro día llegué a clase y saqué un teléfono móvil y un cuchillo de cocina y les pregunté en qué se parecían. La reflexión fue muy buena. Un crío me dijo que son herramientas con las que podemos hacernos daño. Vuelvo a Sócrates. Sólo el conocimiento puede hacer que un cuchillo o un móvil pueda ser usado para desplegar mi humanidad o para alienarme.
–Como profesor de Bachillerato, ¿qué opina del papel que se le da a la filosofía en el sistema educativo?
–A la filosofía se le ha metido un palo gordo. Como decía Hannah Arendt, no hay pensamientos peligrosos sino que el mismo pensar es el peligro y el poder lo sabe. Parece que hay una pretensión para que nuestros jóvenes sean productores competentes de mercancías pero ciudadanos incompetentes. No es casualidad que los griegos inventaran la filosofía, porque era la gimnasia de la democracia. Nadie nace con las capacidades para ser un buen ciudadano. Eso es algo que se aprende y que hay que desarrollar continuamente. En la escuela cada vez está más relegado. Estamos haciendo de la escuela una fábrica de trabajadores.
–¿Un cínico se puede permitir el lujo de ser optimista?
–Yo soy profundamente pesimista. El optimista considera que la realidad si no se toca va a ir bien y el pesimista justo lo contrario. Esa es la razón por la que soy profesor y escribo. Mi lugar en el mundo es actuar en la realidad para transformarla.
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