La UE debe abordar sin tardanza ni derrotismos su papel en la cuarta revolución industrial.
PHILIP FONG VIA GETTY IMAGES |
Uno de los aspectos que más me frustra de la política es la incapacidad que hay en muchas ocasiones de tomar decisiones a largo plazo. Lo vi después de licenciarme como ingeniera industrial, durante mi carrera profesional; y lo sigo advirtiendo, y me sigue frustrando, tras varios años en el servicio público, primero en la Comunidad de Madrid y ahora en el Parlamento Europeo.
¿Cuántos proyectos fallidos sumamos en materia educativa sin un pacto de Estado que supere los bandazos de cada legislatura? ¿Por qué no se ha planteado la importancia de la soberanía energética hasta que la guerra nos ha mostrado las miserias del gas ruso? La sensación de llegar tarde, de no haber hecho los deberes es una de las peores que puede vivirse en política. Claro, tomar decisiones de calado es poco práctico a diez años vista, cuando los réditos se miden en el hoy y el ahora, todo lo más en las próximas elecciones.
Tengo la suerte de contar ahora con una visión mucho más estratégica, gracias a que la Eurocámara es una institución con amplitud de miras (mucho más que lo que se suele ver en los debates nacionales), y las familias políticas llegamos a acuerdos importantes sobre la base de grandes coaliciones.
Ahora estamos frente a un asunto a vez urgente y trascendental sobre el que nos pedirán cuentas las generaciones futuras. Nuestra soberanía tecnológica como ciudadanos europeos definirá las fuerzas y vulnerabilidades de la Unión en unos años, exactamente como ahora está ocurriendo con la dependencia del gas ruso o como hace dos años sufrimos con la carencia de material sanitario propio.
“Tenemos que hacer realidad la existencia de un mercado de 440 millones de personas en el que sea cómodo y accesible llevar un proyecto de negocio de España a Francia o de Polonia a Estonia”
Como huyo del derrotismo y de la pasividad, hoy presento en Madrid un decálogo cuyo título es, cuanto menos, explicativo: ”Última llamada para Europa: La revolución digital no esperará por nosotros”. Es capital abordar este debate de forma madura, sin adornos ni brindis al sol, y eso es lo que haré con tres ponentes de altura que podrán aportar su experiencia adquirida desde la industria, la academia y el emprendimiento. Estarán conmigo Víctor Calvo Sotelo, director general de DigitalES; Manuel Alejandro Hidalgo, investigador en ESADE y ex secretario general de Economía de Andalucía y Ana Pérez, CEO de la startup ForestChain.
La idea es clara: poner sobre la mesa la situación en la que se encuentra la Unión Europea (y especialmente España) respecto a los líderes tecnológicos globales, analizar las causas de la brecha digital que nos ha puesto a rebufo de Estados Unidos y China desde una perspectiva práctica y teórica y, a partir de ahí, proponer medidas, inversiones y reformas concretas que nos hagan recuperar el tiempo perdido.
Con la soberanía tecnológica no se puede vender humo. La UE cuenta con numerosos factores a su favor para no hacerlo, como la alta capacitación de sus trabajadores, universidades e investigación puntera a nivel global y capacidad inversora en un momento clave para la configuración de la economía.
¿Acaso nos ha faltado agilidad a la hora de imitar el modelo del empresario tecnológico estadounidense? Ese muévete rápido y rompe cosas que Zuckerberg enarboló como filosofía de negocio se ha convertido un par de décadas después en un modelo poco amigo de la libre competencia y peligroso incluso para el mantenimiento mismo de la democracia. Lo vemos con la desinformación o con técnicas propagandísticas como el microtargeting.
“No debemos abrazar el desarrollo de una inteligencia artificial desregulada que pueda servir en el futuro para que gobiernos o empresas monitoricen nuestra actividad y ataquen nuestras libertades”
El reto al que nos enfrentamos es empresarial, pero hay también una cuestión de valores. Es hora de plantearse seriamente cómo queremos que sea el mundo digital, cada vez más entrelazado con el físico. No puede valer que se usen los datos personales de cientos de miles de usuarios para presentarles contenidos que pueden afectar a su salud mental. No vale hacer la vista gorda con el pago de impuestos a multinacionales que facturan miles de millones al año en territorio europeo. No se puede ser permisivo con prácticas de mercado que favorecen los oligopolios y eliminan cualquier atisbo de competencia. No debemos abrazar el desarrollo de una inteligencia artificial desregulada que pueda servir en el futuro para que gobiernos o empresas monitoricen nuestra actividad y ataquen nuestras libertades.
Crear un marco que respete estos derechos fundamentales y que a la vez permita florecer un ecosistema de empresas no es solo deseable, sino posible. Tenemos que apostar de una vez por un mercado único europeo y acabar con un puzzle de 27 piezas que genera otros tantos reguladores, supervisores y burocracias nacionales. Tenemos que hacer realidad la existencia de un mercado de 440 millones de personas en el que sea cómodo y accesible llevar un proyecto de negocio de España a Francia o de Polonia a Estonia.
La soberanía tecnológica, ese monstruo en el armario, es una realidad definitoria de nuestro presente y nuestro futuro inmediato. Hacer como que el reto no existe puede ayudarnos a que pasen unos años sin tomar decisiones. Pero el golpe será muy fuerte si no lo abordamos. Y pagaremos un precio muy alto si no sentamos ya los cimientos de una economía digital propia, basada en nuestros valores y en la que seamos nosotros los que marquemos las reglas del juego.
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