La poeta Marina Tapia |
ANDRÉS CÁRDENAS
Marina Tapia Pérez nació en Valparaiso (Chile) en 1975. Es poeta, pero también artista plástica, titiritera y divulgadora cultural. Nació en el seno de una familia de artistas: su padre y su madre son pintores y poetas, su hermana fotógrafa y su hermano dibujante y diseñador. En el año 2000 se establece en Madrid y crea la compañía de títeres La Gallina Azul con la que realiza funciones, talleres y giras por toda la Comunidad de Madrid. Ha ganado numerosos premios poéticos y actualmente vive en Granada, donde sigue escribiendo y creando. Su último libro es ‘Bosque y silencio’, que ha merecido el Premio Águila de Poesía.
–Si alguien pregunta por su oficio o pide que describa lo que hace. ¿Qué responde?
–Supongo que se refiere al poema Vocación, en el cual asumo con rotundidad mi condición de poeta en todos sus tiempos verbales: he sido, soy, seré poeta. Y no solamente desde un punto de vista personal, como creación, sino dentro de una tradición literaria que nace en mi infancia de un país y una familia muy vinculados a la poesía: “Poeta precedida de otros vuelos/ sobre la misma flor del mundo”.
–Acaba de publicar ‘Bosque y silencio’. ¿Qué se aprende del silencio?
–Al hablar del silencio me refiero más bien al silencio humano, al acto de callarse para estar receptivo y escuchar todos los sonidos leves, las sensaciones que nos otorgan los enclaves naturales que muchas veces tenemos cerca y que no valoramos. El silencio va mucho más allá de dejar de decir palabras, es intentar acallar la mente siempre activa para tomar conciencia de todo lo que nos rodea.
–¿Hasta qué punto lo elige usted como ocupación?
–Además de la búsqueda de un goce estético y personal, me gustaría aprender a diluir el ego. Pienso que somos una sociedad sobreinformada e hiperestimulada, donde las palabras van perdiendo su peso original y los momentos de pausa y reflexión son muy escasos. Hallo en la poesía un buen medio para reencontrarme con las esencias.
–El silencio puede ser una manera de respeto.
–Naturalmente. En general, cuando estamos con alguien, procuramos hablar más que escuchar. Siempre recuerdo a Momo, el personaje de Ende, que tenía como gran virtud el saber oír: fue una de las heroínas de la adolescencia. Creo que seguimos en ese tiempo de los hombres grises.
–O se respeta el silencio porque es lo más cómodo.
–Al contrario, a mucha gente le resulta incómodo, hasta ofensivo. Hay maneras de comunicarse antiguas, sutiles, preciosas, como esa venia de saludo en el mundo rural, o esa sonrisa que puede conectarnos de pronto con otra persona.
–¿Usted habla mucho consigo misma?
–La verdad es que no tiendo al soliloquio, prefiero escuchar y mantenerme en un segundo plano. De hecho, uno de mis anhelos infantiles era ser invisible y transitar los distintos entornos con asombro, tratando de absorber como una esponja todo lo que sucede, sobre todo los pequeños detalles. A través de la poesía es lógico que establezca un diálogo, pero buscando siempre la concisión.
–Dedica su libro a los pinares que hay cerca de la localidad de La Zubia.
–Tenemos la suerte de vivir junto al Parque Natural de Sierra Nevada y de pasear a diario por entre una naturaleza modesta pero hermosa. Hay zonas muy densas de pinares, unas vistas pictóricas, tímidas ardillas, montañas imponentes, zarzas, cuevas, chicharras, rocas estratificadas, “el crujir de ese kilim de astillas”, toda una serie de tesoros colectivos al alcance de cualquiera.
–Usted es chilena, pero lleva mucho tiempo viviendo en Granada. ¿Qué echa de menos de su tierra?
–Extraño a mi familia, que anda dispersa por el mundo (Valparaíso, Berlín, París, Vigo, Suecia). También la creatividad a pie de calle en Chile, que tanto vale para arreglar y reciclar algún objeto como para improvisar un discurso poético en una reunión o decorar una vieja fachada con imágenes de lo más coloristas o trampantojos. Añoro la dulzura en el habla y en los modales de mis compatriotas, y el empuje vital de las mujeres chilenas.
–Usted es compañera del escritor Ángel Olgoso, maestro de la literatura de imaginación. ¿Cómo llevan esa mezcla de tendencias?
–Muy armoniosamente. Lo que nos une sobre todo es el gusto por la depuración del lenguaje, por las imágenes plásticas. Aunque Ángel es narrador, también fluye la poesía a través de sus relatos intensos e inquietantes. Nos une además el gusto por la lectura no sólo como compañera de viaje sino como alimento. Aun así, existe un equilibrio idóneo entre la compenetración diaria y creativa con la necesidad de un espacio propio.
–¿Son estos buenos tiempos para la lírica con una guerra de por medio y una pandemia sin controlar del todo?
–Incluso después de Auswitchz se siguió escribiendo poesía. Y si creemos en la palabra –y no perdemos la fe en el ser humano–, esta continuará favoreciendo la comunión entre los pueblos; siempre que se use de manera honesta, imaginativa y pacífica, y no de la forma soez y limitada en que suelen tergiversarla los poderes políticos y económicos.
–Tengo entendido que este año, además de ‘Bosque y silencio’, van a publicarse otros libros suyos.
–Así es, este año ha venido cargado de alegrías: acaban de salir Un kilim de palabras y Corteza. Y en breve lo hará Islario. El motivo de esta grata circunstancia es una mezcla del parón que supuso la pandemia, la sorpresa de un premio literario y de editoriales que han querido apostar por mi trabajo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario