TRIBUNA
s posible que una mayoría de los afortunados habitantes de las naciones privilegiadas no estén convencidos de renunciar a numerosas conquistas del llamado Estado del bienestar
Desarrollo y cambio climático |
Desde su origen hace miles de millones de años, el globo terráqueo ha soportado infinidad de sucesos y transformaciones antes de la aparición evolutiva de algún homínido con características de Homo sapiens, que no se remonta mucho más allá de los trescientos mil años. El llamado Cambio Climático no es un fenómeno nuevo, ha existido siempre desde los albores de la Tierra, manifestándose los episodios geológicos con una potencia de acción, conversión y persistencia incomparables. Al final de la última glaciación, datada hace unos doce mil años, el calentamiento global de nuestro planeta permitió el comienzo del periodo que conocemos como Neolítico, dentro de la fase cálida interglaciar en la cual nos encontramos. El ser humano pudo abandonar su dura vida nómada y tribal, se asentó en determinados territorios, construyó poblados, domesticó animales, acumuló excedentes agrícolas y comenzó a desforestar para conseguir pastos; en definitiva, se convirtió en un "hombre moderno" con ansias de crecimiento y progreso, iniciando una brusca intervención en su entorno. Este dilatado proceso ha conllevado en todo su recorrido una alteración y deterioro del medio ambiente en el que ha prosperado, y la aparición de guerras organizadas para conservar lo propio o conseguir lo extraño.
Lo más significativo es que desde el siglo XIX, a partir de la Revolución Industrial, se ha originado un incremento relevante del poder de las sociedades avanzadas para influir en su propio hábitat y sobre el resto de especies. Actualmente, esa presión ha llegado a unos niveles preocupantes; la bonanza de las civilizaciones contemporáneas está causando efectos nocivos sobre las bases y pilares de la vida en gran parte de continentes y océanos, aunque la ecología cambiante no sea igual en todos los rincones de la Biosfera.
Para estudiar, ralentizar y minimizar estas indeseables consecuencias son necesarios controles y mejoras de aquellos agentes inducidos que inciden de forma negativa en los ecosistemas: la emisión de gases contaminantes, la degradación continuada de los mares, principal fuente de oxígeno para los seres vivos; la sobreexplotación de los acuíferos, el uso masivo de plaguicidas que afectan brutalmente a las poblaciones de insectos y aves, la fabricación de alimentos elaborados de larga duración... Estas medidas pueden aportar beneficios a largo plazo, aunque es imprescindible un cambio radical en el modelo vital de los países desarrollados para encajar satisfactoriamente un progreso equilibrado con una existencia más apegada al ámbito natural, así como una regresión moderada en la invasión perniciosa de ciertos avances tecnológicos.
Las favorables disposiciones de la juventud, en reiteradas ocasiones, son superficiales y sin arraigo suficiente para experimentar una verdadera revolución intelectual, una mirada profunda y respetuosa hacia la Naturaleza. Es necesario un Nuevo Estatus con acciones deferentes hacia el entorno, abordando los problemas desde una vertiente no exclusivamente economicista y reactivando una enseñanza cercana que inculque en los jóvenes valores universales abandonados en el transcurso de los siglos. Se elevan proclamas y peticiones a diversos sectores y centros de poder, pero es posible que una mayoría de los afortunados habitantes de las naciones privilegiadas no estén convencidos de renunciar a numerosas conquistas del llamado Estado del bienestar; esta aceptación supondría reconsiderar o modificar el uso de adelantos técnicos en el día a día, las urbanizaciones de impacto ambiental, los sistemas de transporte tradicionales, las industrias contaminantes... Si esta mutación drástica no se produce, seguiremos perturbando peligrosamente el espacio circundante y recitando un credo de intenciones que dura lo que dura una promesa superflua sin fundamento real, sin pleno convencimiento.
Un aspecto crucial es que la tecnología, la utilización de herramientas, se ha acrecentado y perfeccionado extraordinariamente; sin embargo, en términos evolutivos, el ser humano actual es muy semejante al hombre del Neolítico: no ha mejorado a la par que los avances científicos y técnicos, y no es capaz de controlar sus pasiones ancestrales. De ahí surge un conflicto que conviene explorar y resolver, aportando buenas dosis de imaginación, tolerancia y solidaridad para que este mundo nuestro no se nos escape de las manos, pues estamos obligados a conservarlo para las nuevas generaciones en su mejor versión posible.
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