TRIBUNA
La cofradía transhumanista, más inocente que perversa en su afán de reconstruir tecnológicamente la perfección del cuerpo, deja demasiado pigmento en el tintero de sus sueños
Mejoramiento humano |
Las posibilidades infinitas que recrea la biotecnología, además de reorientar la medicina, despiertan un justiciero afán de reconstrucción del cuerpo nacido de la insatisfacción humana con la naturaleza, con la aniquiladora muerte y la tiranía del proceso de decadencia que le precede. Así, las técnicas de reproducción asistida, indicadas en origen para ayudar a parejas estériles con la obtención de células sexuales de otros donantes, han ampliado sus aplicaciones, por ejemplo, en la elección del sexo de la prole, en evitar la transmisión de enfermedades hereditarias a la descendencia de aquellos progenitores que portan alguna enfermedad ligada al sexo, en inducir embarazos sin que medien relaciones sexuales o en la polémica gestación subrogada (vientres de alquiler). Algunas técnicas proporcionan diagnósticos prenatales, y justifican la posibilidad de aborto terapéutico en caso de malformación o enfermedad. Por otro lado, el proyecto genoma humano, con la cartografía de todos los genes codificantes de proteínas de nuestro genoma, ha abierto el melón de la terapia génica para reparar genes defectuosos. No obstante, plantea el dilema entre "predisposición genética" y "efecto genético". La primera se manifestará o no dependiendo del entorno; el defecto genético suele radicar en varios genes. Otra innovadora técnica de ingeniería genética es la clonación reproductiva, que imita, con fines reparativos, la duplicación de información genética que espontáneamente ocurre en la naturaleza. Con ella puede obtenerse tejido humano para trasplantes sin el riesgo de rechazo, o animales transgénicos para modificar o reproducir proteínas humanas, y aun embriones clonados (que luego se sacrifican) para tratar la enfermedad del donante. El procedimiento permite también el cultivo extracorpóreo de células enfermas de un adulto para reprogramarla y reinsertarla después. Por último, destacar una reciente innovación que ha inaugurado la era de la edición y corrección del genoma con alta precisión, el sistema de edición de genes CRISPR, una virguería ingenieril que, sirviéndose del mecanismo de defensa de ciertas bacterias para eliminar virus invasivos, puede reparar secuencias específicas de ADN.
La finalidad fundamental de la medicina ha sido tradicionalmente terapéutica, es decir, permanecer al servicio de la prevención de la salud o de la curación (o alivio) del dolor y la enfermedad -restitutio ad integrum-. Pero las innovaciones biotecnológicas no sólo están revolucionando el arsenal terapéutico y preventivo, sino que han despertado el deseo de reforzar capacidades indemnes en el hombre -trasformatio ad optimum-. Ese giro llamado "mejoramiento humano" aboga por una biomedicina cuyo blanco se sitúa, no en alteración alguna, sino en potenciar nuestras condiciones físicas, intelectuales o anímicas. La incorporación de mejoras biomédicas a ámbitos colaterales de la medicina, como el de las capacidades deportivas, cognitivas, sexuales, cosméticas…, están ampliando el papel tradicional esta. El principio clásico de no maleficencia, primum non nocere (primero no hacer daño), que reza en el corpus hipocrático como una categoría ética que ha dirigido la práctica clínica desde tiempos inmemoriales, parece que pierde fuelle ante la creciente aceptación social de prácticas reglamentadas, como el aborto, el cambio de sexo o la eutanasia. Un giro que se justifica ahora con otro principio, el de beneficencia, aunque en realidad muchas de las mejoras propuestas no se relacionan tanto con la salud como con otras variantes con las que a menudo se confunde, como el bienestar o el emotivismo rampante.
Algunos pensadores ya apreciaron mercadeo y resabios elitistas en los intentos de eugenesia médica en aquella Alemania que sucumbió a la barbarie, cuyo destino último era alumbrar seres biológicamente programados para la obediencia. Hoy, otra suerte demedicina utópica puede despuntar so promesa de redimir nuestras naturales imperfecciones y consumar el más absurdo de los sueños: el de la inmortalidad. La cofradía transhumanista, más inocente que perversa en su afán de reconstruir tecnológicamente la perfección del cuerpo, deja demasiado pigmento en el tintero de sus sueños: del mundo físico no sabe de sus arrabales, y del metafísico, de categorías como el bien o la verdad... En anteriores tribunas se ha abundado en la idea según la cual la vida saludable es un estado socialmente mediado. En una cultura abandonada a lo mórbido y retorcido no es fácil mantenerse erguido en medio del vagabundaje. La prudencia y la responsabilidad en la medicina terapéutica -tan lejos siempre de delirios peripatéticos- resultan ahora límites que, al mismo tiempo, pueden peraltar su progreso a resguardo de los civilizados refinamientos del mal y la falacia.
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