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Ser hipocondríaco es manifestar una extrema preocupación, miedo o incluso la falsa convicción de padecer una enfermedad grave. Todo ello a partir de interpretar erróneamente ciertas sensaciones o señales físicas en el cuerpo; por ejemplo, lunares, pequeñas heridas, rojeces, tos, los propios latidos del corazón, movimientos involuntarios de algún músculo... En definitiva: cualquier percepción fisiológica sobredimensionada. Si el médico asegura que no encuentra nada, la persona solamente se queda tranquila un rato, pero el desasosiego regresa al poco tiempo, dándole vueltas sin parar.
Si te sientes identificado con la descripción anterior, deberías saber qué te pasa. El origen está en cómo descifras de manera catastrófica las señales corporales. Ese es el mecanismo por el que se dispara la hipocondría. Ahora bien, qué pone en marcha ese mecanismo es complicado de determinar. En psicología clínica sabemos que este problema afecta a menudo a miembros de una misma familia. Hay personas más sensibles que además tienen una conducta más afligida y obsesiva, con lo cual exageran o malinterpretan la enfermedad en todos los ámbitos de la vida.
Si eres hipocondríaco, es muy probable que tengas terror a la muerte, al dolor, al sufrimiento, a la debilidad y que te resulte insoportable depender físicamente de otros
Recordemos que los comportamientos se aprenden, se imitan, por lo general inconscientemente. Así, en ciertas reuniones familiares no se habla más que de enfermedades, comentando si Fulanito está bien o mal, qué padece este o el otro... Se vive con muchísima angustia cualquier malestar físico, haciéndolo tremendo e insalvable. En esos casos podemos asegurar que esa familia ha crecido deformando la realidad según su preferencia a malinterpretar cualquier anomalía corporal, entendiendo por anomalía un simple estornudo o un fuerte dolor de cabeza.
Algunas hipótesis relacionan esta tendencia a una predisposición genética, aunque lo verdaderamente importante no es saber por qué se reacciona así, sino encontrar una solución. Porque si eres hipocondríaco, es muy probable que tengas terror a la muerte, al dolor, al sufrimiento, a la debilidad y que te resulte insoportable depender físicamente de otros.
Como en el fondo desean afirmar "¿ves?, ¡ya lo sabía yo!", se empeñan en "ir en busca" de cualquier indicio que corrobore su mal augurio. Por eso, ante la más mínima señal, que para cualquier persona pasaría inadvertida, el hipocondríaco dispara todas las alarmas y entonces se da el círculo vicioso: la ansiedad es tan potente que provoca realmente alguna dolencia. Es decir, si antes no existía nada, o apenas había un ligero malestar, ya ha aumentado como consecuencia de la angustia y el estrés.
Lo fisiológico y lo psicológico no son realidades separadas, son un todo único y se retroalimentan.
Este tipo de personas lo pasa muy mal, pues es terrible creerse enfermo, padecer sensaciones "de verdad" y que la gente de tu entorno te consuele con un "pero si no te pasa nada", "todo es psicológico", "relájate". Porque cuando alguien te dice que lo que tienes es psicosomático, más o menos te está llamando cuentista, pese a tus sensaciones tangibles. Para ti realmente es todo menos cuento, y es cierto, ya que los procesos psicológicos tienen una relación directa con el cuerpo y el dolor. Las enfermedades psicosomáticas se manifiestan verdaderamente, aunque los procesos que las desencadenan sean psicológicos y no se correspondan con un origen físico. En definitiva: lo fisiológico y lo psicológico no son realidades separadas, son un todo único y se retroalimentan.
Los investigadores Mathews, Gelder y Johnston proponen estas diez claves para afrontar el pánico a enfermar:
- Recuerda que las sensaciones corporales que experimentas cuando te agobias son las reacciones normales del estrés en su forma más exagerada. Son eso y nada más. No te dejes llevar por pensamientos catastrofistas.
- Estas sensaciones no son en absoluto perjudiciales ni peligrosas. Son únicamente muy desagradables. No sucederá nada peor. Puedes aguantarlo perfectamente, tu cuerpo está preparado para experimentar estrés en millones de ocasiones. Eres fuerte.
- Corta de raíz los pensamientos reincidentes sobre lo que está sucediendo. Si les das importancia, aumentara el pánico. Son solo emociones, y, como tales, se pasarán.
- Observa tu cuerpo justamente ahora, en este momento, y no te imagines lo que temas que pueda suceder. Centra tu atención en "aquí y ahora mismo no me pasa nada".
- Dale tiempo al miedo para que se vaya. No luches contra él, ni te fuerces a que desaparezca rápidamente. Simplemente respira, espera y deja que se retire poco a poco.
- Comprueba que cuando dejas de añadir pensamientos atemorizantes, el miedo se atenúa, se aburre y se va por sí solo.
- Recuerda que el objetivo es aprender a afrontar el miedo sin evitarlo, por lo tanto, cada ataque es una oportunidad para progresar.
- Piensa en cuánto has avanzado a pesar de todas las dificultades, y anticipa la sensación de haberlo superado una vez más.
- Cuando comiences a sentirte algo mejor, mira a tu alrededor y planea qué vas a hacer después: llamar a alguien para contárselo, comerte un helado, dar un paseo...
- Cuando retomes lo que estabas haciendo, hazlo de forma relajada, siendo consciente del obstáculo que acabas de saltar. Y felicítate por ello. Después, con calma, en tu casa, analiza lo que más te ha ayudado, para echar mano de ello en la próxima ocasión (si es que hay una próxima, claro).
Es muy importante que trabajes con la certeza de que si sigues enfrentándote así a la hipocondría, al final lo superarás. No hay duda. Empieza por asumir la posibilidad de que tu cuerpo enferme, es ley de vida, pero también ten en cuenta que el cuerpo es la manifestación de muchas cosas, positivas y negativas, y gran parte mentales. Cuídalo y obsérvalo, pero sin obsesionarte. La naturaleza es sabia, y no conviene adelantarse a ella.
Centra tu atención en tu propósito de no exagerar en ese sentido y seguro que lo conseguirás.
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