TRIBUNA
Crecer, crecer y crecer, la piedra filosofal de la ideología del libre mercado, ha dado como resultado una mayor desigualdad y más inestabilidad en casi todos los Estados
Salarios y libre mercado |
La perspectiva de mejora de ingresos para los trabajadores, propiciada desde el Gobierno con la tan cacareada recuperación económica, se ha visto defraudada una vez más. En Europa, en su conjunto, ha aumentado la dispersión salarial desde el inicio de la última recesión. Con su fin no ha disminuido. ¿Puede ser debido al desmantelamiento de los sistemas de negociación colectiva y a la estrategia de debilitar a los sindicatos para negociar salarios y condiciones de trabajo? El dato es que, dejado al albur del mero crecimiento económico, la evolución de los salarios en Europa manifiesta un insignificante incremento desde el año 2000. Al mismo tiempo, se abre una brecha en el seno de la clase trabajadora entre quienes tienen estabilidad en sus puestos de trabajo y mantienen retribuciones dignas (los empleados públicos, y obreros de las grandes empresas industriales, por ejemplo) -que serían los llamados insiders- y el nuevo proletariado de servicios, en precariedad crónica y deficientemente pagado -los outsiders-. Un endiablado nuevo rompecabezas social para los sindicatos y los partidos de la izquierda que en buena medida explica la crisis de sus propuestas políticas. Si centramos nuestra atención en España, a partir de 2013 nuestro país disfruta de un sostenido crecimiento del PIB y de una revalorización del capital en acciones, al mismo tiempo que se observa un triple fenómeno: una caída brusca de la remuneración de los asalariados, que se manifiesta en el crecimiento de la categoría de 0 a 1 SMI [salario mínimo interprofesional], territorio claro de la precariedad y la temporalidad; un incremento de los salarios que cobran los grupos más altos, muy especialmente los que perciben por encima de 5 SMI y, en consecuencia, un distanciamiento salarial entre quienes se sitúan en el tramo de 0-0,5 SMI y los que perciben más de 10 SMI. O sea, más divergencia, más desigualdad, más injusticia.
Crecer, crecer y crecer es la piedra filosofal de la ideología del libre mercado. Pero ¿hasta dónde debe crecer el PIB para que el cuerno de la abundancia del mercado derrame sus dones en cantidad suficiente en las copas de los más favorecidos de forma que rebosen y dejen derramar algo de riqueza para los menos pudientes? No hay ley natural que lo marque, ya que no es el efecto de causas impersonales, sino de decisiones. Con la promesa de la metáfora de la marea que levanta todos los barcos a la vez, la mayoría de países lleva tres décadas poniendo en práctica políticas de libre mercado. El resultado, incluso antes de la última debacle financiera, es un crecimiento más lento, una mayor desigualdad y más inestabilidad en casi todos los Estados. El estancamiento de los salarios acompañado de un aumento de las horas trabajadas, que forma parte de este aciago cuadro, se inicia en los EEUU de Norteamérica en los años setenta; ha sido la eclosión del consumo a crédito -que ha alcanzado categoría de institución universalmente imprescindible en todos los así llamados países desarrollados- la que lo ha disimulado a cambio -eso sí- del incremento notable de la deuda de los hogares, fenómeno que, dicho sea de paso, forma parte del crecimiento monumental del sector financiero de la economía, y que acontece a escala mundial en detrimento del sector productivo (financiarización de la economía, sobre la que advirtió John Maynard Keynes en estos términos: "Cuando el desarrollo capitalista de un país se vuelve un subproducto de las actividades de un casino el trabajo está claramente mal hecho").
El libre mercado por sí solo no revertirá la actual tendencia a la desigualdad. Así lo prueba el informe de la 0CDE de 2015, así como el último de Oxfam Intermón dado a conocer recientemente bajo el explícito título de Premiar el trabajo, no la riqueza. El Premio Nobel de Economía Jean Tirole duda de que en el futuro inmediato existan "suficientes empleos remunerados con unos salarios que la sociedad considere decentes". En el libro publicado en castellano el año pasado y que lleva por título La economía del bien común, reconoce la incapacidad del libre mercado para corregir injusticias como la que aquí he expuesto en relación a los salarios. "Esa es la razón -dice- por la que la búsqueda del bien común pasa en gran medida por la creación de instituciones cuyo objetivo sea conciliar en la medida de lo posible el interés individual y el interés general. En este sentido, la economía de mercado no es en absoluto una finalidad".
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