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El ex presidente Carles Puigdemont, uno de los dirigentes de Convergencia i Uniò que no veía ni olía la mierda que le rodeaba, quizás porque como dice el refrán no hay peor ciego que el que no quiere ver – lo cual también se llama últimamente 'síndrome de infanta, síndrome de Rita, síndrome de X, etc.'- ha trepado por el fanatismo hasta extremos 'tremens': desde antes de las elecciones autonómicas ya tenía claro que él, y sólo él, era el verdadero profeta de la tierra prometida. Y no solo del 3%.
En alguna declaración en Bruselas hablaba de esta convicción providencialista. Él, aupado a la presidencia de la Generalitat desde una trayectoria gris de publicista orgánico dedicado a propagar la fe separatista, se vio, de repente, en la cúspide de la pirámide. Tras haber llevado a cabo el vaciamiento del 'estatut', convertido en una pompa de jabón, y técnicamente un golpe de Estado desde las entrañas autonómicas del mismo estado, ha convertido su delito en virtud. Lo habitual en estos casos. Y desde la capital de la Unión Europea representa el teatro del oxímoron puro: frente al europeísmo, ombliguismo decimonónico.
Hasta llegar al colmo del absurdo, o mejor, a un nunca visto agrupamiento de colmos, pendientes de que Donald Trump rompa el empate de los disparates. No conforme con ser investido vía plasmática no descarta gobernar a distancia. "Entre ser presidiario y ser presidente prefiero ser presidente", para a continuación afirmar muy serio que desde Bruselas se puede gobernar perfectamente Cataluña, manteniendo su condición de desquiciado prófugo de la justicia. A las señas de identidad reales o inventadas de Cataluña hay que añadirse otra: capital mundial destacada – con el Washington trumpista- del ridículo y el cachondeo.
Tras la llamada de atención de los araneses, ha surgido con fuerza el 'caso Tabarnia', liderado por el inefable y valiente dramaturgo Albert Boadella
Eso tiene varios serios inconvenientes constitucionales y de sentido común y supervivencia democrática, aunque el peor es la célebre reflexión adjudicada a Charles de Gaulle: en política lo importante es sentar un precedente. En política y hasta en la doctrina jurídica. Tenemos algunos casos prácticos que han ido aflorando al socaire del expansionismo del nacionalismo de tic hegemónico-totalitario: el valle de Arán ya ha dejado clara su voluntad de mantenerse como entidad con características autónomas- de las que ya disfruta- en España. No se puede poner en peligro su mayor fuente de ingresos: las estaciones de esquí de Baqueira Beret. Así lo traducen sus preferencias electorales. Y las declaraciones de sus representantes que defienden su derecho a separarse de Cataluña con los mismos argumentos que los separatistas catalanes emplean para separarse de España.
Tras la llamada de atención de los araneses, ha surgido con fuerza el 'caso Tabarnia', liderado por el inefable y valiente dramaturgo Albert Boadella. Cuando desde las diversas mutaciones del pujolismo se le ha tratado de descalificar considerándole un payaso, él, doctor Cum Laude en Cómicas Artes, con la mayor sinceridad, ha contestado que sí, que en efecto, pero que todavía no ha alcanzado la maestría y la perfección de los independentistas en ese oficio. 'Tabarnia' es la reducción al absurdo del 'procés matraca': dos áreas ricas, Barcelona y Tarragona, que financian a la Cataluña del interior, pobre y atrasada, y con un voto urbano mayoritariamente constitucionalista. 'Tabarnia' reclama su derecho a separarse de la República Catalana.
Será un chiste, pero no un disparate conceptual ni un imposible metafísico
Será un chiste, pero no un disparate conceptual ni un imposible metafísico. Hay un antecedente jurídico-político que ya es una referencia internacional: en Canadá el TS y el Parlamento, tras los intentos secesionistas de la provincia francófona de Quebec, referéndum incluidos, han determinado que llegado el caso de una victoria secesionista las poblaciones donde haya sido mayoritario el voto canadiense tienen derecho a mantenerse unidas a Canadá.
Pues si se consiente (por el TS o el Constitucional) el precedente de la investidura a distancia podría extenderse, por estricta aplicación del principio de igualdad, a todas las demás instituciones. Podría así llegarse al absurdo de la muerte de la democracia clásica, representativa y presencial, segura y fiable, por una 'democracia internet'. Pensar en ese 'experimento' con las 'redes sociales' convertidas en máquinas de ajusticiamiento y odio desde el anonimato y la impunidad, da terror.
Yo no digo que ese futuro siniestro de la democracia por Whatsapp no llegue algún día; cosas parecidas se han visto. Cíclicamente las sociedades son idiotizadas por una ola de estupidez que les lleva a cometer locuras. Lo que sí parece evidente es que hoy día esa fórmula es una insensatez atreverse siquiera a plantearla. Volver al pasado, desandar el camino andado desde la fragmentación política de la Europa de las guerras permanentes y los cientos de microestados no es de gente muy cuerda y con 'seny'.
Yo no digo que ese futuro siniestro de la democracia por Whatsapp no llegue algún día; cosas parecidas se han visto
Y si a eso se le junta la doctrina del neoliberalismo gamberro, nos vemos metidos en el túnel del tiempo y desembocando marcha atrás en la era de los cazadores recolectores. Cada día hay más ciudadanos a los que ni el empleo basura les garantiza un sueldo para mantener a su familia: la pobreza les está obligando a vagar y a dormir al raso como los primeros Homo sapiens.
No satisfecho su ego – no hay peor ego que el del mediocre que guarda dentro de sí el reconcomio de no haber sido reconocido en su autentica valía- acompaña la cobardía de su fuga con un falso juramento. Obligado que jurar o prometer el acatamiento a la Constitución y el estatuto, lo jura o promete, con la coletilla "por imperativo legal".
Es esta una fórmula sub-normal (o sea, debajo de la normalidad) aunque utilizada habitualmente por los que tienen algo que esconder, o por puro esnobismo nihilista. Es estúpida porque todas las leyes hay que cumplirlas por imperativo legal, da lo mismo que sean las leyes de tráfico que las del IRPF, las que regulan la navegación aérea o la marítima, la pesca de la trucha o al arrastre. La gente no va en coche particular a la Puerta del Sol por imperativo legal; lo mismo que por imperativo legal los terroristas acaban en la cárcel. "Es que somos gente buena", decía Junqueras. Sí, pero también decía el célebre detective belga de ficción Hércules Poirot, creado por Agatha Christie, que "en este mundo hay hombres buenos que hacen cosas malas". Esa es la cuestión.
Por imperativo legal, y otras muchas coletas y coletillas, muchos diputados regionales o nacionales nacionalistas – que es otro oxímoron aunque no lo parezca- juran o prometen 'a mayores' acatar la Constitución para cambiarla y sustituirla por una que 'mole' más, más chachi y chuli. No sé, tipo RASD, modelo Venezuela, de raíz cubana, a lo Evo Morales... Quizás a la putinesca manera...
Eso de no ser "personas normales como los demás", de no crecer intelectualmente, como eternos 'Peter Pan' o 'Campanilla', es un síndrome muy extendido. Por ejemplo, ante el descenso que las encuestas le dan al Podemos pablista, y el batacazo en Cataluña, la 'autocrítica' del líder es confusa y difusa. Es cierto que algo se ha hecho mal, pero no ha concretado qué. Pablo Echenique sí que ha apuntado hacia fuera del plato: la culpa la tiene la prensa, que no nos quiere. También Iglesias transita esa senda: no vemos reflejado todo lo que decimos. Como es lógico. Ningún partido, ningún sindicato, ninguna ONG, ningún obispo o archipámpano de las indias, ningún concejal, ningún alcalde... ve reflejado todo lo que dice o lo que discurre en sus soledades y ensoñaciones.
Pero entre todos los presuntos damnificados por estas restricciones elementales 'Podemos' es quizás la única organización que no se puede quejar. Tiene incluso medios propios y programas propios en los que participan en ámbitos de dirección los fundadores de la organización que conocen perfectamente los mecanismos de las 'correas de transmisión' versión marxista-leninista. Iglesias Turrión – utilizo el segundo apellido, o el segundo nombre, Manuel, para diferenciarlo del Pablo Iglesias original, fundador de UGT y PSOE- ha dejado dicho en el bucle interminable de Youtube, que le encantaría ser director de una televisión pública. Claro, tampoco conviene olvidar que ellos son precisamente un producto televisivo.
Hay un dato que, empero, siguen ignorando: la gente indignada por la corrupción, por los recortes injustos de la crisis, por el castigo a las clases medias, por la crueldad que denota el desmontaje de los pilares del Bienestar, el aumento de la pobreza, el poder de los grandes monopolios, la necesidad de un cambio y nuevas leyes, y hasta un ajuste de la Constitución para blindar el principio enunciado en el artículo I, España se constituye en un estado social, democrático y de derecho... no comparte toda que la opción sea romper España en trozos y dar vía libre al odio y la violencia, a pequeñas albanias ibéricas, aceptar privilegios de unas regiones sobre otras, aceptar al victoria del terrorismo y el chantaje, acabar con el sistema democrático occidental e implantar uno populista con tintes peronistas, de Disneylandia o de una superproducción de Hollywood.
¿Tendrá algo que ver el calentamiento global con el reblandecimiento cerebral?
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