Jürgen Hoffend, subdirector territorial de Fundación Amigó en Cantabria.
En la memoria anual de la Fiscalía General del Estado, presentada a mediados de septiembre, se encuentra un dato que de nuevo llamó mucho la atención de la opinión pública. Me refiero al aumento en el número de casos registrados de la llamada violencia doméstica de menores. Este término se refiere a la violencia filio-parental, cualquier forma de maltrato de menores hacia sus padres, madres o hermanos/as. Un año más a nivel nacional se ha registrado una subida del 7% de los casos denunciados en fiscalía: durante 2017 se abrieron en España 4.665 expedientes a menores por violencia contra sus padres o madres, un 7% más que durante 2016, cuando fueron 4.355. También es destacable que este fenómeno ya supone el 16,5% del total de los expedientes abiertos a menores de edad por cualquier tipo de delito.
Este dato es alarmante y, de hecho, durante semanas creó en la sociedad cierta preocupación. Pero, como suele ser habitual en estos casos, la alteración del hoy se convierte en indiferencia y olvido mañana. Será que las oleadas permanentes de acontecimientos impactantes, el bombardeo diario de miles de noticias más o menos relevantes o nuestra insaciable sed de la novedad, no nos permiten una reflexión sosegada y más profunda.
Permítanme, por tanto, con un tiempo de distancia del dato dedicar unas breves ideas que, por cierto, no pueden ser más que pinceladas dentro del complejo cuadro de la violencia filio-parental, fenómeno en el que desde Fundación Amigó trabajamos desde hace más de 10 años y al que actualmente damos respuesta a través de un proyecto gratuito para familias que ya está presente en 8 ciudades.
Es imprescindible que cada uno de los miembros de una familia afectada se muestre más responsable.
Cuando en una familia los hijos e hijas llegan a ser agresivos/as contra sus padres, madres o hermanos/as, parece que el hecho es debido exclusivamente a una patología de carácter "privado". Podríamos quedarnos con la idea de que sólo la familia con este tipo de infierno particular es responsable de sus asuntos. Ciertamente, siempre hay una parte de responsabilidad personal y a la hora de plantearse cambios es imprescindible que cada uno de los miembros de una familia afectada se muestre más responsable. Pero como sociedad ¿no nos lo hacemos demasiado fácil señalando con el dedo a los supuestos verdugos y víctimas, como si sólo ellos tuvieran la culpa de su problema? La pregunta que se me impone es: ¿hasta qué punto las realidades sociales en las que vivimos y las que hemos creado entre todos y todas son el perfecto caldo de cultivo para fenómenos como la violencia filio-parental?
¿Hemos sido capaces de desarrollar nuevos modelos adecuados y válidos de autoridad?
Dudo si en nuestra sociedad hay reflexión y dialogo serio sobre temas directamente vinculados con esta violencia de adolescentes y jóvenes en su entorno familiar. Uno de ellos es la autoridad. En los últimos 50 años hemos vivido cambios radicales en la manera de entender y practicar la autoridad. Hemos dejado atrás, afortunadamente, modelos de autoritarismo feroz y muchas veces inhumano. Pero, habiéndonos felizmente liberado del despotismo socialmente aceptado, ¿hemos sido capaces de desarrollar nuevos modelos adecuados y válidos de autoridad? Me parece que en vez de sustituir y crear no hemos hecho más que prescindir de la autoridad y descreditar cualquier forma de ejercerla.
En muchas áreas de nuestra vida diaria, en los colegios, institutos y universidades, pero ante todo en muchas familias sufrimos las consecuencias de la falta de un modelo positivo de autoridad y de autoridad real. Cada vez más padres y madres se sienten perdidos y agobiados ante la tarea de ser referentes y adultos maduros para sus hijos e hijas. Estos por su parte están cada vez menos dados a aceptar límites, reglas y normas. Cada vez menos adultos sienten con naturalidad y sin engañosas ansias de volver a los buenos tiempos del pasado que puedan ser más que "colegas" de sus hijos e hijas. ¿Quién les ayuda?
El tema de la autoridad sólo es una de las tantas asignaturas pendientes de una sociedad en ritmo vertiginoso de cambios sociales, de los cuales no somos capaces de prever su impacto a medio y largo plazo. Pero una cosa queda cada vez más clara: seguro que mucho más allá de culpabilizar, etiquetar o condenar a las personas que ante todos los cambios existentes demuestran su vulnerabilidad, todos tenemos que hacer un esfuerzo mayor de prevención y ayuda efectiva para que nadie quede excluido y solo con sus problemas.
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