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El otro día recibí un correo electrónico del profesor de infantil de mi hijo. Había fotos de mi pequeño sentado con otros cinco niños en un lado del patio de recreo.
Al parecer, habían castigado a un niño y sus amigos hicieron piña y se sentaron con él. Sonreí al ver la cara sonriente de mi hijo junto a sus amigos. Cuando llamé a mi madre y le conté la historia, nos reímos juntas.
Luego abrí una ventana en el navegador para leer las noticias y vi que la doctora Christine Blasey Ford se había atrevido a dar un paso adelante con coraje y compostura para narrar el horror que tuvo que soportar durante su adolescencia. En su declaración inicial y durante su testimonio ante la Comisión de Asuntos Judiciales del Senado, la doctora habló sobre la cultura del privilegio, de la conducta depredadora y de los partidos políticos.
Esa misma tarde, cuando Brett Kavanaugh, entonces nominado para el Tribunal Supremo, vociferó y lloró en su turno contra las acusaciones de Blasey de que había sido sexualmente agredida por él, me senté en silencio.
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El día después de que naciera mi hijo, le dije a mi marido que se echara la siesta. El parto había sido un proceso largo que acabó en cesárea. Yo había dormido durante la noche mientras mi marido Ben cuidaba de nuestro hijo, así que, a cambio, le dije que aprovechara la mañana para descansar.
Mientras dormía mi marido, yo me quedé mirando a nuestro precioso hijo, pero incluso en un momento tan perfecto me sentí aterrorizada. Tenía tantas cosas que enseñarle... Enseñarle a ser feminista. Enseñarle a respetar a todo el mundo en cualquier momento de su vida. A utilizar su privilegio para ayudar a los demás. ¡Mi hijo ya tenía ocho horas de edad y yo todavía no le había hablado sobre el consentimiento! Aún no le había dicho que no es no. ¡Y lo de los condones! ¡Se me había olvidado hablarle sobre los condones! ¡Ponte siempre el condón!
Sabía que mi hijo sería bombardeado en el futuro por una cultura que afirma poner en valor el intelecto de las mujeres al tiempo que promociona películas con nuestro escote.
Permanecí tumbada en la cama del hospital tratando de pensar bien por dónde empezar. ¿Existía alguna progresión natural que yo no conociera para llegar a estas charlas? Cómo debería empezar a hablarle de tema en tema para ayudarle a entender la temática general? Sabía que mi hijo sería bombardeado en el futuro por una cultura que afirma poner en valor el intelecto de las mujeres al tiempo que promociona películas con nuestro escote, como si esa mujer sin rostro fuera alguien a la que hubiera que comerse con los ojos y poseer.
Mi miedo no desapareció y yo me habitué a hablar con él cuando le cambiábamos el pañal o la ropa. Lo llamamos Will (que en español significa 'deseo') porque, después de 4 años y medio tratando de concebir y cinco abortos, este jovencito deseaba vivir. Los temas de los que hablábamos variaban. A veces hablábamos del consentimiento, como cuando Will me desabrochaba la chaquetilla sin pedirme permiso. En otras ocasiones, le hablaba de las decisiones que había tenido que tomar yo en mi vida y las lecciones que aprendí.
Cuando mi hijo empezó a decir que no, me golpeó otra oleada de terror y el consentimiento se convirtió en un tema candente en nuestra casa. Mi marido siempre estaba cerca, apoyándome y recordándome que aún faltaba para el comienzo de la Universidad, así que no pasaba nada si no le conseguía inculcar todo en su primer año. En casa utilizamos una terminología anatómica correcta y ningún tema es tabú.
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Creo que el silencio tiene mucho poder. Es un poder opresivo y sonrojante que hace que agachemos la cabeza y sigamos jugando con el móvil incluso cuando está sucediendo algo inaceptable a pocos pasos de distancia. Yo quiero darle poder a mi hijo, pero con las palabras.
De modo que estaba ahí sentada, mirando la foto de mi hijo sentado con sus amigos, uno de los cuales estaba castigado. Así pues, igual que aquella noche en el hospital después de su nacimiento, me quedé pensativa.
Si no trazamos una línea que marque el límite y plantamos cara a una cultura que ha defendido a los depredadores en vez de a los supervivientes, no cambiará nunca nada.
No tenía ni idea de cuál había sido el motivo del castigo de su amigo. Podría haber sido por negarse a compartir algo (al fin y al cabo, están en infantil). Podría ser algo más, como haberle pegado empujones a un compañero (tampoco sería inusual entre niños pequeños jugando en el recreo).
Pero, ¿qué pasará cuando Will vaya a primaria y oiga a un amigo suyo diciéndole algo feo a una compañera de clase? ¿O si en el instituto una amiga le habla de un incidente del que le da miedo hablar con una persona adulta? ¿O si está en una fiesta universitaria y ve que están forzando a una joven a una situación comprometida? ¿Qué puedo hacer ahora para detener la perpetuación de esta cultura?
Voy a añadir otra charla a la lista. La charla de no apoyar a los amigos cuando hagan cosas malas. Una charla sobre atender al comportamiento de los demás y pensar si es mejor detenerlo o buscar ayuda para hacerlo. Aunque eso implique plantarle cara a un amigo que esté haciendo algo malo.
Sé que tengo un niño cariñoso, amable y curioso. Dice por favor y gracias. Llora cuando ha cometido un error y le encanta bailar en el salón con su mamá. Está aprendiendo sobre el espacio personal, sobre compartir y sobre la comunicación. Soy consciente de que son lecciones que siguen en curso durante toda la vida y que empiezan desde la sala en la que nació.
El niño que estaba castigado en el patio no es un niño malo y nunca se me ocurriría equiparar la socialización que hay entre niños con los actos predatorios de un adulto. Sin embargo, si los padres no tenemos estas charlas con nuestros hijos ahora, si no trazamos una línea que marque el límite y plantamos cara a una cultura que ha defendido a los depredadores en vez de a los supervivientes, no cambiará nunca nada.
No puedo volver atrás y ayudar a la doctora Blasey Ford interviniendo o solicitando ayuda. No puedo ponerme un traje de superheroína y viajar por el mundo deteniendo todos los ataques que sufren las mujeres. Sin embargo, sí puedo seguir hablando con mi hijo y con los padres y niños que lo deseen. Puedo cambiar el presente. Y tengo muy claro que también puedo darle a mi hijo las herramientas que necesitará para cambiar el futuro.
Sarah Maloney es productora. Vive en California con su marido Ben y con su hijo Will.
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