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Una amiga me telefonea desde Madrid (España) muy temprano por la madrugada. Para ella, debe ser un poco más del mediodía, de manera que no me preocupo en exceso por lo intempestiva de la llamada. Lo que sí me preocupa es cuando escucho su voz en la bocina, noto que le tiembla un poco. Que su habitual buen humor desapareció y se convirtió en algo más amargo.
—¿Qué pasa?—pregunto inquieta.
—Ratificaron las sentencia... a esos tipos.
—¿Quiénes?
— A... los tipos de la Manada—me dice con esfuerzo—son nueve años, según los magistrados de Navarra y no, lo ocurrido no es violación.
Silencio. La escucho respirar muy deprisa, sofocada y aturdida. Aguardo. Mi amiga fue violada por un desconocido durante una fiesta universitaria hace doce años atrás. Alguien arrojó a su bebida algún fármaco que no solo la dejó inconsciente sino que además, sin el menor recuerdo de esa noche. Se trata de un relato escalofriante.
Despertó para encontrarse tendida sobre un sofá del anfitrión, desnuda y con la ropa interior desgarrada. Tenía los muslos manchados de sangre y los brazos llenos de moretones. Comenzó a gritar, pidiendo ayuda. El anfitrión apareció desde una habitación interior. Varios rostros la miraron aterrorizados. Dice recordar muy poco después. Nadie supo qué decir o qué hacer. Jamás supo quién la había agredido. Poco después, emigró de España y se unió a una organización para la ayuda de las víctimas de violencia sexual.
—¿Cuántas veces pasará esto?—dice de pronto. Ahora la escucho llorar muy claro: "¿Hasta cuando las mujeres tendremos que ser objetos? ¿Cosas que cualquiera puede usar? ¿Que sea tan fácil...?"
Se le corta la voz. ¿Que sea tan fácil qué? Supongo que violar, me digo con las manos temblando de impotencia y disgusto. Tan fácil que un grupo de hombres arremeta contra una mujer y después resulte absuelto del crimen de la violación porque la mujer no se defendió "lo suficiente" —lo que sea que eso pueda significar— o que no hay pruebas "suficientes" para demostrar la agresión.
Porque se trata de la palabra de una mujer que fue encontrada desnuda en la calle, llorando, golpeada y asaltada contra la de cinco hombres españoles "idiotas, pero buenos", que disfrutaban de las fiestas en Pamplona. El pensamiento me hace sentir escalofríos. Un violento horror que no sé muy bien como superar.
Casi por instinto, sé que el mundo de las mujeres está lleno de peligros.
Claro está, lo ocurrido con la tristemente famosa Manada de Pamplona es solo un caso entre millones, que demuestran la forma en que nuestra sociedad y cultura asumen a la violencia de género dentro de un terrorífico parámetro de normalidad. La violencia sexual forma parte del lenguaje, el comportamiento e incluso, la forma en que se comprenden las relaciones entre hombres y mujeres. Una percepción tan arraigada que convierte la noción sobre el riesgo y las implicaciones de la agresión sexual en una idea peligrosamente ambigua.
Casi a diario, las denuncias de víctimas sobre acoso y violencia sexual deben lidiar con la incredulidad pública, con el cuestionamiento y el señalamiento colectivo. Según estadísticas recientes de ONU Mujer, seis de cada diez mujeres violadas jamás denunciará lo ocurrido. Y no lo harán, para evitar la violencia que convierte a la víctima en responsable de la violencia que sufre. Casi a diario, mujeres de todo el mundo tienen que soportar acoso verbal y físico. Deben lidiar con la ceguera selectiva y hostil, que las convierte en víctimas en dos ocasiones. Que la somete a la sensación que no hay un lugar seguro al cual recurrir en mitad de la impunidad.
—¿Sabes que mensaje demuestra esa ratificación de sentencia? —dice mi amiga, enfurecida— ¿sabes qué es lo que quiere decir para todas las mujeres del mundo?
Lo sé, por supuesto. Desde muy niña, me acostumbré a caminar por la calle con paso rápido si había más de dos o tres hombres reunidos. A no mirar a quienes me gritan insinuaciones sexuales. A cuidar de la ropa que visto —aunque no debería y detesto hacerlo— porque el país en que nací y la cultura en que me eduqué no enseña a los hombres a no violar, sino a las mujeres a evitar ser agredidas.
Casi por instinto, sé que el mundo de las mujeres está lleno de peligros. Que debo lidiar con situaciones que un hombre jamás entenderá. Que cuando subo un taxi, debo hacer una llamada y hablar en voz alta para demostrar que alguien sabe a dónde me dirijo. Que debo temer por el extraño junto al automóvil, la puerta, el elevador. El miedo en todas partes. La agresión siempre latente.
Hace unos días estalló un escándalo en redes sociales cuando una popular tienda de ropa mexicana comenzó a vender camisetas en las que se deban instrucciones explícitas de cómo violar. No exagero: el estampado de la ropa de la sección de hombres de la franquicia Cuidado con el Perro mostraba imágenes de píldoras para drogar, consejos de la infame cultura propagada por los pickup artist —hombres que insisten en que toda mujer debe y puede ser seducida mediante la manipulación y el menosprecio — e incluso, frases muy concretas sobre como debía actuar un "hombre de verdad".
Se asume la violencia sexual como una idea aceptable dentro del juego erótico.
Después de que una clienta levantara una denuncia ante la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia Contra las Mujeres (CONAVIM) de México, la prenda de ropa fue retirada. Pero el mensaje es claro: La ropa estuvo disponible para ser vendida. Normalizada como un chiste de dudoso gusto. ¿Tan cercano es el peligro de la violación para cualquier mujer?
No es un planteamiento sencillo de digerir. Después de todo, somos una cultura muy sexualizada donde el cuerpo se ha convertido en un objeto con tintes eróticos, reinterpretado y consumido como un elemento para y por el sexo desde un preocupante número de puntos de vista.
Más allá, se asume el sexo como una necesidad que debe ser satisfecha a toda costa. No hablamos ya de la mera insinuación de la violencia sexual —como la campaña "Up for Whatever" (Arriba para lo que sea) de Budweiser, que incluía etiquetas en las botellas de cerveza con la frase: "La cerveza perfecta para quitar el "no" de su vocabulario para la noche"— sino el hecho que directamente se asume la violencia sexual como una idea aceptable dentro del juego erótico.
Progresivamente, la cultura de la violación parece encontrarse en todas partes, incluso, convertirse en un elemento de la cultura pop asumido como necesario. Lo pienso, mientras escucho a mi amiga llorar al otro lado del teléfono, mientras el miedo me cierra la garganta.
¿Tan cercana y evidente es la impunidad?
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