Victoria Cirlot. |
Hija del poeta Juan Eduardo Cirlot, Victoria Cirlot (Barcelona 1955) es catedrática de filología románica en la Facultad de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Ha sido directora del Instituto Universitario de Cultura en la misma institución y directora de la colección El Árbol del Paraíso de la editorial Siruela, donde ha publicado buena parte de su obra. Es autora de numerosos libros dedicados a la cultura caballeresca, mística y visionaria de la Edad Media, como el canónico Grial. Poética y mito (siglos XII-XV). Hace unos días pronunció una conferencia en La Térmica, en Málaga, sobre el silencio en el arte y la poesía.
-¿A qué se debe que se siga considerando la Edad Media una etapa oscura?
-Fíjate que de hecho todavía se emplea el término oscuridad como sinónimo de Edad Media; al hablar de Años oscuros nos referimos al mismo periodo, lo que no deja de ser injusto. Lo paradójico es que en este periodo se consolidó el concepto teológico de que Dios es luz, lo que se manifestó mediante la apertura de los muros de las iglesias para introducir las vidrieras con el fin de que entrara la luz en los templos. Entre los siglos XII y XIV todas las culturas medievales fueron en busca de la luz y la representaron de hecho en el arte y la arquitectura. No hay nada más contrario a la oscuridad que la Edad Media. Aunque también es verdad que las migraciones masivas de la Alta Edad Media despertaban inseguridades. Eran años de un comienzo de no se sabía muy bien qué.
-El miedo por la permeabilidad de las fronteras no es precisamente nuevo.
-No. Pero es que las fronteras eran en la Edad Media más permeables que en la actualidad, en ciertos sentidos. El contacto con el mundo árabe fue muy intenso en Europa, principalmente en la Península Ibérica. Nuestra lírica medieval tiene muchos elementos en común con la poesía árabe. Y la caballería, como grupo social, es de una itinerancia constante, se traslada por todas partes como una especie de realidad transnacional. Las fronteras existían, claro, sobre todo en relación a Oriente, pero los contactos eran muchos más de los que imaginamos.
-¿Qué consecuencias culturales destacaría?
-Las consecuencias de esta permeabilidad fueron abundantes. Si reparas por ejemplo en la cultura medieval del sur de Bretaña, con los normandos asentados allí junto a las galeses nativos de ascendencia celta, la ósmosis que compartieron las dos culturas fue impresionante. Los galeses tradujeron la Chanson de Roland en torno al año 1200 y con ello, de paso, incorporaron la escritura, de la que carecían. Así nació el roman cortés y artúrico, verdadero germen de la novela europea. Pues bien, los normandos no fueron precisamente ajenos a este proceso. En las fronteras se sucedían periodos de muchas tensiones con otros de un alto intercambio cultural. Un escritor alemán como Wolfram von Eschenbach introdujo expresiones árabes en su Parzival también a comienzos del siglo XIII. Y lo que quería con ello era captar al otro a través del lenguaje.
-¿Es el Grial el gran símbolo de este mestizaje?
-Así es. El Grial es un mito muy cercano a las Cruzadas. Lo curioso es que hay interpretaciones muy distintas por parte de los escritores. Unos se muestran a favor de las cruzadas, financiadas por los grandes mecenas europeos, y otros se sitúan decididamente en contra. No hay para nada un pensamiento monolítico, sino todo lo contrario.
-¿Cabe lamentar que el principal vehículo de transmisión de la Edad Media sea hoy el cine comercial?
-El cine actualiza con eficacia los pasados históricos. Pero, al mismo tiempo, hay que tener claro que la tradición no se puede perder, fundamentalmente porque toda creación se da siempre en un diálogo con el pasado. Piensa en los vanguardistas, que eran ferozmente rupturistas pero al mismo tiempo reconocían sus deudas con lo que les precedió. Un iconoclasta como Kandinsky afirmó que no tenía ninguna intención de romper con el pasado. Entonces, está bien que el cine alimente sus propios mitos y que sirva de referencia a la hora de reconstruir el pasado, pero no se le puede dejar todo el trabajo. La continuidad de la tradición debe seguir otros cauces más conscientes.
-¿La fascinación esotérica es un enemigo a batir?
-Esa fascinación es, digamos, un entretenimiento amable. La definición del Grial como una copa proviene, por una parte, de las leyendas que cundieron en el siglo XIX sobre la sangre real de Jesús y María Magdalena y todo aquello; y, por otra, de un literalismo frenético alimentado por visionarios como Spielberg: si el Grial es una copa, hay que encontrarla. Pero el Grial es un símbolo. En el mundo medieval nunca fue un objeto de conquista. Nadie quería tenerlo, entre otras cosas porque esta idea era un sinsentido. Lo que sí querían entonces muchos era conocerlo. Saber del Grial.
-Hablando de vanguardistas pegados a la tradición, es inevitable acordarse de Juan Eduardo Cirlot.
-Sí. Mi padre escribía sonetos y a la vez poemas en verso libre. Pero esa combinación era para él fundamental. Le gustaba internarse en ciertos caminos sin dejar de mantener las formas tradicionales. Escribió a la vez sus 44 Sonetos de amor, que en realidad fueron muchos más, y La Quête de Bronwyn. Necesitaba lo uno y lo otro.
-Cirlot también fue un maestro del silencio. ¿En esto fue más rupturista o vanguardista?
-Susan Sontag decía que cuanto mayor es el desprestigio en el que cae el lenguaje, mayor es el prestigio que se le concede al silencio. Estamos en un uso del lenguaje tan horrible que necesitamos volver al silencio para recuperar la verdad de las palabras. Por eso, al mismo tiempo, el silencio tiene cada vez más prestigio. Es un tesoro actual, desde luego.
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