Javier Ruiz Segura, nuevo director del Instituto Español de Oceanografía. |
Érase un hombre a una gran masa de mar pegado. Los primeros recuerdos de Javier Ruiz Segura (Cádiz, 1965) son de juegos con los cangrejos en los charcos de La Caleta. Vivió en Ceuta, estudió en Granada y se doctoró en Málaga. Su larga trayectoria como oceanógrafo e investigador de las ciencias del mar lo han aupado a dirigir el Instituto Español de Oceanografía, una institución fundada en 1914 que atraviesa un periodo de transición para incorporarse a la estructura del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Su tarea no será poca en esa cúspide de la gestión marítima.
–¿Qué tiene el agua que no tenga la tierra?
–Sin tierra puede haber vida; sin agua, no.
–¿Cómo se imagina el viaje del primer navegante que cruzó del Mediterráneo al Atlántico, al más allá?
–Navegar el Estrecho es difícil, especialmente del Mediterráneo al Atlántico. Ese tránsito debió ocurrir cuando el ser humano tuvo cierto dominio técnico de la navegación, con la meteorología adecuada y después de haberse informado de la costa con la población local. Probablemente fue una simple navegación de cabotaje más.
–¿El pez grande siempre se come al pez chico?
–Aunque es lo normal, la vida explora caminos que superan la imaginación humana a través del azar. Hay casos filmados de peces que atacan a iguales y mayores.
–¿Fue Jacques Cousteau el Rodríguez de la Fuente francés del mar?
–Cousteau tuvo una influencia muy grande en aquellos de mi generación que amamos el mar casi por encima de todas las cosas. Hizo visible un mundo que no es normalmente accesible al ser humano. En esos momentos vivía en Ceuta, que es un paraíso cultural y de la vida submarina. En mí tuvo un impacto decisivo, decidí que quería dedicar mi vida al mar y así lo he hecho.
–¿Existe el Mediterráneo que hizo visible Cousteau?
–La costa europea ha sido deteriorada por la urbanización, la africana no está todavía tan afectada. No hace mucho buceé en la bahía de un pueblecito del Rif donde los mayores aún hablan español, Al Jabha. Cousteau rodó muchas de sus escenas ahí y sigue siendo un paisaje submarino impresionante. Debemos procurar que ése sea el estado general en nuestro Mediterráneo y no la excepción.
–Si el mar es una víctima del cambio climático, ¿el Mediterráneo está siendo un sacrificado ejemplarizante?
–Las consecuencias más nefastas del cambio climático las empezaremos a ver a finales de este siglo. El Mediterráneo muestra ya síntomas de respuesta hacia el cambio, pero aún no es drástico. El Estrecho es un sensor privilegiado de ese cambio. Hay grupos de investigación en Cádiz que vigilan las aguas profundas del Estrecho para detectar lo que ocurre en Mediterráneo.
–Los océanos absorben los residuos de la Revolución Industrial. ¿Qué papel juega el Mediterráneo?
–Como el resto de los océanos es un sumidero de CO2 de la atmósfera, aunque hay estudios que demuestran que tiene menos CO2 de origen humano que el Atlántico Norte, algo sorprendente.
–En el Ártico se están marcando altas temperaturas desconocidas. ¿Hay posibilidad de marcha atrás?
–Los modelos de proyección climática no son optimistas, pero la incertidumbre aún es grande. En las próximas décadas se verá el impacto del hombre sobre el clima. El sistema que forman atmósfera y océanos tiene una masa enorme y, por tanto, mucha inercia. Es difícil tanto alterar su movimiento como parar la alteración una vez producida.
–¿Cómo afectará la subida del nivel del mar a la costa andaluza?
–Málaga y Granada tiene costas más montañosas que Cádiz y Hueva, que sufrirán más la subida del nivel del mar. La zona de Doñana y el estuario del Guadalquivir son especialmente vulnerables. Para los romanos esa zona era un gran lago costero, el Lacus Ligustinus, puede que nuestros descendientes vuelvan a verlo.
–¿La vida en el estuario del Guadalquivir y en Doñana está en peligro de extinción?
–Extinguir la vida es difícil. Muy diferente es que la vida y los ecosistemas que apreciamos estén en un buen estado. En el estuario del Guadalquivir hay problemas diversos, ha sufrido muchas modificaciones a lo largo de la historia y en la actualidad está desequilibrado.
–¿En qué sentido?
–Sus márgenes no son estables y hay demasiada turbidez en sus aguas, lo que hace imposible la fotosíntesis. Sin fotosíntesis no se genera oxígeno, lo que impide el desarrollo de la biodiversidad. Una mejora de la calidad del agua en el estuario haría crecer los recursos pesqueros del golfo de Cádiz.
–¿En qué situación están los caladeros?
–Se ha progresado más de lo que quizás se perciba. En Europa hay una gestión muy avanzada y profesional de la pesca. Los recursos del mar no son inagotables pero los abusos del pasado son cada vez menos frecuentes.
–¿A qué se refiere?
–Ahora Europa se mueve del concepto de sostenibilidad de la especie explotada al de sostenibilidad del ecosistema donde la especie es explotada. Es un gran desafío y demuestra la creciente sensibilidad de nuestra sociedad hacia el medio ambiente.
–Ha entrado a dirigir el Instituto Español de Oceanografía (IEO), una institución "hundida", según la expresión de un reciente informe del Ministerio de Ciencia. ¿Cómo piensa reflotarla?
–La situación era compleja, pero no la calificaría como hundida, porque el IEO ha seguido cumpliendo sus funciones. El año que viene esperamos funcionar sin las complicaciones de éste. El IEO se incorporará con su estructura funcional como centro nacional del CSIC, que le permitirá hacer lo que siempre ha hecho pero con el refuerzo del respaldo de una institución ejemplar como el CSIC. Esto no es algo mío, es un plan del ministerio muy meditado y consultado.
–Es usted el tercer director del IEO en 2020 tras dos dimisiones. ¿Es el Leviatán, hay un gran tiburón en ese despacho o sólo pirañas?
–No es tan dramático, las pirañas son de agua dulce y no las hay ni en el despacho del director ni en ningún otro lado de un instituto dedicado al mar. El anterior director dimitió y el subdirector quedó en funciones hasta la designación de uno nuevo, por tanto, es la simple transición natural de un director a otro.
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