Nos han contado la historia, como poco, a medias.
Si una exposición lleva por título “Historia del arte” podría llevarnos a equívoco, a un equívoco en el que las mujeres son, como decía Virginia Woolf, las anónimas de la historia, es decir, donde tradicionalmente no estamos… y es que la historia la han escrito los hombres sobre los hombres y para los hombres, y las mujeres son esa otredad que a veces aparece como excepción. Dice Nerea Pérez de las Heras en Feminismo para torpes que no nos ponemos las gafas moradas cuando nos reconocemos como feministas sino que lo que hacemos es limpiarnos las que nos han puesto desde siempre y que tienen esa pátina de patriarcado bien pegada a los cristales.
La exposición Colección XX: Historia del arte en el CA2M es un ejercicio absoluto de limpieza de gafas históricas. No es casualidad el título: no es la historia de las mujeres artistas, no es historia y artistas mujeres, es historia del arte; al menos la historia que queremos empezar a relatar y con la que queremos leer el presente y el futuro, o sea, una historia feminista.
Visitante frente a la obra de Isabel Villar y Diana Larrea. |
En el vinilo de entrada que precede a la exposición nos encontramos, en la primera línea, toda una declaración de intenciones: “El punto de partida de esta exposición es programático”. Más adelante: “La historia del arte contemporáneo es, entonces, necesariamente abierta como las obras que estudia, que cuestionan la inmovilidad de cualquier relato único. Deberíamos, por lo tanto, hablar de múltiples historias del arte, en minúsculas”.
Esta exposición es la Colección XX, la vigésima lectura de las obras que albergan. Para que se entienda: las colecciones son aquellas obras que las instituciones públicas compran para conformar su patrimonio, nuestro patrimonio, y son una “herencia colectiva” (como señalan en la exposición), y constituyen “el espacio de construcción de la Historia del Arte, en mayúsculas”. Ya sabemos que esta historia ha sido escrita con un relato androcéntrico y que ha dejado fuera a las mujeres o a grupos minorizados que no eran BBVAH (Blanco, Burgués, Varón, Adulto y Heterosexual). Tanto Manuel Segade como Tania Pardo, quienes comisarían la exposición, apuntan a la necesidad de una “apropiación que constituye un ejercicio que permite cuestionar el canon, estructuralmente misógino, que ordena las colecciones de nuestro museo”.
Ya sabemos que esta historia ha sido escrita con un relato androcéntrico y que ha dejado fuera a las mujeres o a grupos minorizados que no eran BBVAH (Blanco, Burgués, Varón, Adulto y Heterosexual)
El fondo de Colección XX. Historia del arte es la obra De entre las muertas de Diana Larrea (Madrid, 1972), donde rastrea los márgenes de esta historia para restituir las genealogías olvidadas de mujeres artistas, desde el Renacimiento hasta los umbrales del siglo XX. Asimismo, encontramos la impresionante obra de la pintora Isabel Villar (Salamanca, 1934), reconocida en toda su trayectoria por el tratamiento de las mujeres como sujetos protagonistas en todas sus pinturas. También están las Premio Nacional de Artes Plásticas Eva Lootz (Viena, 1940) y Concha Jerez (Las Palmas de Gran Canaria, 1941), y otras como la escultora María Luisa Fernández (Villarejo de Órbigo, León, 1955), Begoña Goyenetxea (Barcelona, 1958) o una impresionante pintura de Felicidad Moreno (Lagartera, Toledo, 1959).
Es interesante también el diálogo que se establece entre generaciones distintas de artistas, desde algunas más veteranas a otras más jóvenes o de mediana carrera, como María María Acha-Kutscher (Lima, 1968) y su gran lona de una indignada del 15-M (hablando del espacio público y el arte político), los sistemas de producción industrial de Paula García-Masedo (Madrid, 1984), la precariedad artística en la obra de Olalla Gómez (Madrid, 1982); la reflexión desde el estudio de Clara Sánchez Sala (Alicante, 1987) o el archivo de los restos del propio trabajo de Cristina Mejías (Jerez de la Frontera, 1986).
Esta es una exposición rotunda, feminista tanto desde su concepto como en todos los aspectos de su contenido, y me refiero a que esto se palpa más allá de las obras.
Si las últimas semanas han surgido debates en torno a exposiciones donde las mujeres son minoría pero parecen ser el eje de las muestras, o donde las informaciones intentan hacer una lectura crítica sin conseguirlo, en Historia del arte todo tiene un sentido transversal, desde el título (como es evidente) hasta las cartelas que acompañan a las obras. En ellas se explica el significado de cada una pero también se incluyen dos datos imprescindibles para comprender lo verdaderamente revolucionario que está haciendo este centro: aparece el año de realización de la obra (cuando la artista la produjo) y la fecha de incorporación a la colección. Hay obras de 2018 y 2019 pero es que hay otras de 1981, de 1995, de 1996, de 2006… y algunas de ellas es su primera entrada a la colección. ¿Qué significa esto? Pues que estas artistas estaban en los 80, 90 y 2000 trabajando en movimientos como el conceptual (algunas como Concha Jerez incluso siendo pioneras), la performance, el povera, la escultura o la abstracción, y no han sido incorporadas a la colección hasta 2020. Podéis imaginaros que los artistas masculinos no sufrieron de la misma “mala suerte”. Por ejemplo, Eva Lootz entra este 2020 a la colección CA2M con una obra de 1996 frente a algunos sus coetáneos suyos, como los artistas Mitsuo Miura (que entra en 1996 con una obra de ese mismo año) o Juan Navarro Baldeweg (también entra en 1996).
Estas artistas estaban en los 80, 90 y 2000 trabajando en movimientos artísticos y no han sido incorporadas a la colección hasta 2020
La exposición, que se sitúa en la primera planta del centro, ocupando el espacio diáfano que se puede ver también desde la tercera planta, ha sido situada aquí tampoco por casualidad: el feminismo es transversal y atraviesa cada una de las tres exposiciones que leen la colección y que están expuestas ahora en CA2M: el trabajo textil, la performance y la historia del arte.
El texto acaba con una declaración de intenciones que reafirma sus primeras palabras: “En los museos ha existido una excusa estructural para la dominación masculina en sus fondos. En el caso del CA2M, nuestras colecciones se formaron a comienzos de los años 80, cuando la sensibilidad feminista todavía era minoritaria, a pesar de sus muchas conquistas políticas y de derechos civiles. A día de hoy, creemos que no hay ninguna justificación posible para que en el futuro a una colección pública de arte contemporáneo se le escapen autoras fundamentales por no prestar atención a la producción artística en presente y por no haber cumplido la Ley de Igualdad que obliga a observar la paridad de género en nuestras administraciones. Ya no hay excusa para que las historias del arte pierdan nombres. Esta exposición es una propuesta desde el deseo: el de una gran Historia del Arte, una que merezca sus mayúsculas por igualitaria, por crítica y por más justa, que aún está por venir”.
Está claro que tenemos que contar otra historia del arte, no porque la inclusión de quienes se han quedado sea injusta (esto es obvio), sino porque la misma jerarquía académica que ha construido el relato es falsa, es conscientemente excluyente y ha dejado fuera todo lo que no encajase en su canon patriarcal. Nos han contado la historia, como poco, a medias. Ya es hora de que los museos empiecen a contar el relato completo, desde múltiples ópticas, dinamitando la estructura vertical de la historia y haciendo que la esencia misma de las instituciones sea igualitaria y feminista. Cuando esto ocurre, como le pasa al CA2M, esto se palpa más allá de la exposición, se entrelee en las cartelas, en los vinilos, en la señalética… es el corazón del proyecto. Los museos del siglo XXI serán feministas o no serán.
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