El machismo establece “cortocircuitos” para que el “chispazo” de la violencia no produzca un apagón general en la visión androcéntrica de la realidad.
EFE |
Desde el asesinato cometido por José Bretón hasta el de Tomás Gimeno han transcurrido diez años. Diez años en los que no han faltado otros asesinatos de niños y niñas que no han contado con la incertidumbre creada por las circunstancias de los hechos, ni con la presencia continuada en los medios de comunicación hasta la resolución del caso. En esos diez años y más de 50 niños y niñas asesinadas han cambiado muchas cosas, pero no la violencia de género ni las justificaciones que surgen de manera espontánea ante el resultado de las agresiones machistas.
De José Bretón se dijo que era un monstruo y de Tomás Gimeno se dice que es un celópata, y de los dos se afirma que son psicópatas, un término que vale para un roto y para un descosido cuando lo que se pretende es ocultar el verdadero significado de lo ocurrido. Al final se comprueba que da igual el término utilizado, que lo importante es situar el asesinato de los hijos e hijas fuera de la normalidad y a ser posible dentro de lo patológico, para así no mostrar los elementos de una sociedad machista que lleva a usar la violencia contra las mujeres como una forma de controlarlas y dominarlas, incluyendo a los hijos e hijas dentro de esa estrategia de control cuando forman parte de la relación. Y lo hacen a diario por medio del ambiente de violencia, amenaza y coacción que imponen, no solo cuando los golpean físicamente o cuando los matan.
El machismo establece “cortocircuitos” para que el “chispazo” de la violencia no produzca un apagón general en la visión androcéntrica de la realidad, y todo el escenario continúe iluminado por los focos masculinos que alumbran aquello que interesa para destacarlo sobre el resto, al tiempo que crea sombras impenetrables para que nadie pueda ver qué esconden.
Si la noticia hubiera sido, “esta mañana han encontrado en su casa de Tenerife los cadáveres de dos niñas de seis y un año junto al cuerpo sin vida de su padre. Todo parece indicar que las mató y luego se suicidó. No se descarta ninguna hipótesis”... nadie estaría hablando días después de violencia de género, de violencia vicaria, ni de nada. Habría sido “otro caso más” de los que se producen cada año y que a pesar de su constancia no despiertan conciencia crítica social para cuestionar todas las circunstancias de la violencia de género que dan lugar a ellos, ni para que la respuesta inmediata, incluso desde fuentes de la investigación y por profesionales que se presentan como expertos y expertas en violencia de género, hable de algún tipo de patología y trastorno.
La realidad está tan impregnada del machismo que éste se hace presente en su invisibilidad para influir sobre los acontecimientos y sobre su significado
La realidad está tan impregnada del machismo que éste se hace presente en su invisibilidad para influir sobre los acontecimientos y sobre su significado. Primero causa los hechos a través de la violencia de género, y después le da un significado para que no se relaciones con la violencia de género ni sea entendida como un problema social, y todo quede como la acción individual de un “loco” o un “monstruo”.
De esa manera se crea la idea de machismo como una categoría independiente que puede estar presente o no; y, además, se introduce la referencia de la incompatibilidad para que cualquier rasgo o elemento presente en la personalidad del hombre autor de la violencia sea el que defina la conducta, y no el machismo.
Es lo que vimos en José Bretón cuando se hablaba de su timidez, seriedad, introversión, dependencia… como si un tímido, serio, introvertido y dependiente no pudiera ser machista. O lo que vemos ahora con Tomás Gimeno cuando se dice que era narcisista, extrovertido, engreído, competitivo… como si un narcisista, extrovertido, engreído y competitivo no pudiera ser machista.
El machismo siempre hace trampas, y cuanto más grave es la situación que lo cuestiona, más trampas necesita. El problema es de quien cae en las trampas cuando ya hay conocimiento suficiente sobre sus trucos y estrategias. Debemos ser mucho más críticos con esas trampas de la realidad y con los tramposos que hoy actúan como crupieres en las mesas institucionales, desde las que niegan la violencia de género y decir eso de “nada por aquí nada por allá”, y luego terminar con lo de “gana la casa”. Porque en todo este juego gana quien habita el machismo y se beneficia de los privilegios masculinos y de su modelo de sociedad que los recompensa por seguir sus dictados.
José Bretón y Tomás Gimeno, como cada uno de los hombres que asesinan a sus hijos e hijas en violencia de género, son hombres que deciden llevar a cabo los asesinatos desde la racionalidad. Y mientras la sociedad niega la racionalidad de estos crímenes y prefiere hablar de “monstruos” y “celópatas”, otros hombres aprenden la lección para seguir usando la violencia y volver a matar tiempo después, como el español que en febrero de 2017 asesinó a sus dos hijos en Alemania, y días antes amenazó a su mujer diciéndole, “te voy a hacer lo que José Bretón hizo con sus hijos”.
Por terrible que nos parezca, ya hay algún hombre que piensa hacer “lo de Tomás Gimeno”, y no es ningún monstruo ni celópata.
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