ANDRÉS CÁRDENAS
Rafael Guillén, en su estudio. |
Tras la muerte de José Manuel Caballero Bonald y Francisco Brines, el poeta granadino Rafael Guillén es de los pocos supervivientes que quedan de la generación del 50. En esta entrevista dice que no le obsesiona la muerte y que, incluso, siente una gran curiosidad ante ella. Premio Nacional de Literatura de España en 1994 y premio García Lorca en 2014, es uno de los autores más importantes de su generación, tiene una larga trayectoria intelectual y entre sus méritos figura el haber ayudado a recuperar la cultura poética en Andalucía tras la devastación de la Guerra Civil.
-Hace poco han muerto Caballero Bonald y Paco Brines, que eran de la generación del 50 como usted. Se ha convertido en uno de los pocos superviviente de ese grupo.
-Según el libro Poetas españoles de los cincuenta, del historiador y crítico Ángel L. Prieto de Paula, en sus distintas ediciones, así como otros críticos y comentaristas, junto conmigo quedarían también como sobrevivientes Antonio Gamoneda y María Victoria Atencia. También habría que incluir a Julia Uceda. Aunque se suele entender por generación al grupo que, por diversas circunstancias, ha quedado como canon de una tendencia literaria en determinados años. En una generación siempre hay otros nombres dignos de recordar.
-¿Cómo era esa generación del 50? Quiero decir si tenían algo en común además del tiempo en el que habían nacido.
-A mi modo de ver, no era un grupo monolítico. Hay en él poetas adscritos a diversas tendencias: la riqueza expresiva, el intimismo, también el carácter social, la independencia del dictado de la política dominante (época de la dictadura), etc. Sin perder de vista, claro, que se trata de los niños de la guerra.
-Dicen que hay una crisis personal cuando cumples cuarenta o cincuenta años. ¿Cómo se siente cuando se cumplen 88?
-Salvo por las goteras, que en mi caso son verdaderas vías de agua debidas a la caída o rotura de algunas tejas, como me dijo hace poco por carta Ángel García López, el balance es aceptable. De entre las tres partes en las que, como nos enseñaban en el colegio, se compone el cuerpo humano: cabeza, tronco y extremidades, a mí sólo me funciona aceptablemente la cabeza.
-¿Piensa a menudo en la muerte?
-El pensamiento de la muerte no es discontinuo. Tampoco obsesivo. Es el murmullo de una fuente que está ahí, de fondo, y que destaca más o menos en función del ruido ambiente. Si te refieres al hecho de que es inevitable, lo que siento es una gran curiosidad.
-¿Qué merece la pena guardar en la vida?
-No hay que guardar nada. La vida eres tú. Eres el resultado de lo que has vivido. Son los recuerdos, buenos y malos, los que moldean tu modo de pensar y de sentir.
-Usted fue niño de la guerra, como los de toda su generación. Quiero decir que usted ha vivido otras épocas en las que el mundo no era normal.
-El mundo no ha sido nunca normal. El mundo, en sí, es una anormalidad. Y la vida que por él corretea es otra. Ni sabemos de dónde proceden uno y otra, ni por qué, ni cómo, ni con qué objeto. Las guerras, esta, esa y aquélla, son sucesos que transcurren dentro del orden natural, que es el desorden.
-¿Cómo está pasando estos tiempos de pandemia?
-Pues pensando que es una manera como otra cualquiera de acabar con esto; pero andando con “la prudencia del caballo de cartón en el baño”, como dice nuestro poeta Luis Rosales.
-¿Es la poesía más necesaria en esta época?
-Entendiendo por poesía todo lo que es una forma de expresar la belleza -verso, música, pintura, arte en general- siempre es necesaria. Es una bocanada de aire limpio y fresco en medio del bombardeo. La poesía es fundamental en todas las épocas y en todos los momentos. Todo es materia poética.
-¿Incluso los políticos?
-Cuando digo que “todo es materia poética” no pienso en los políticos. No puede uno estar en todo, jajajaja. De todas formas, su labor, en muchos casos, es necesaria y merece un gran respeto. Cuando lo merece.
-Hace un par de años dijo usted que no iba a publicar más, pero cuando comenzó la pandemia su poema ‘Las calles vacías’ estuvo circulando por las redes sociales de manera impresionante.
-Sí. Es que creí que debía decir algo. Lo pasó a las redes sociales mi hija Marina y la ha leído un montón de gente. La fortuna me ha dado una Cenobia, como a Juan Ramón Jiménez (sin ánimo de comparar en lo que a mí respecta). Es mi gran colaboradora en tareas literarias: editores, página web, pruebas de imprenta, etc.
-Dice usted en ese poema que la humanidad está gritando por dentro.
-A ver qué otra cosa puede hacer si lee el periódico todos los días y no quiere que la tomen por loca. Aunque ya dije en una entrevista que la humanidad no tiene dos dedos de luces.
-¿Tiene algún proyecto literario en mente?
-No. Ninguno. Ya no estoy para eso. Sí sé que la Fundación Omnia quiere publicar un cedé con una lectura de mis poemas que se hizo en la Casa Molino Ángel Ganivet y en la que intervino al contrabajo Xavier Astor, componente de la Orquesta Ciudad de Granada.
-Sus hijos le han comprado un andador… ¿cómo se maneja con él?
-Es un artilugio de tracción animal, como se sabe, y tiene frenos para las cuestas abajo. Sólo echo en falta la marcha atrás al doblar alguna esquina.
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