MANUEL GRACIA NAVARRO
Ex presidente del Parlamento de AndalucíaElogio del respeto |
Olaf Scholz, candidato socialdemócrata a la cancillería en las próximas elecciones alemanas, ha expresado hace pocos días un deseo: "Quiero una sociedad en la que el respeto mutuo tenga un nuevo significado". Puede que esta frase no tenga en el futuro una mayor transcendencia, pero puede que encierre la formulación de un principio que, a mi juicio, debe estar en la base de cualquier nuevo proyecto democrático socialmente avanzado.
Nadie discute hoy que nuestras sociedades, las europeas y la española en particular, están amenazadas por una expansión del pensamiento ultraconservador, fuertemente nacionalista, xenófobo, intransigente y populista; amenazadas, digo, porque los valores, declaraciones, y la práctica política de las fuerzas que encarnan ese pensamiento, representan un modelo de sociedad diametralmente alejado y opuesto al modelo social europeo, al que pretenden sustituir por otro, aislacionista, ultraliberal en lo económico y ultraconservador en lo social y en lo civil, autoritario y excluyente ante el pluralismo social y de los medios de comunicación.
Es a esta amenaza, creo, a la que contrapone Scholz el respeto mutuo, y es, creo, a la que deberíamos prestar apoyo y desarrollar entre nosotros ahora. La sociedad andaluza y española de este primer cuarto de siglo es mucho más compleja que la de hace cien años, sin duda; encierra en su seno más contradicciones y más diversidad que aquella en la que surgieron los grandes bloques políticos del siglo XX, la socialdemocracia y el liberal-conservadurismo. Hoy, esa complejidad y diversidad exige, sin abandonarla, ir más allá de la clásica visión entre izquierda y derecha, intentando encontrar espacios transversales que atiendan a las realidades y problemas que angustian y preocupan a millones de personas, no solo de nuestros países, sino del mundo entero.
El hambre, la pobreza, la enfermedad y la desesperación en las que viven miles de millones de seres humanos no pueden ser ignoradas y menospreciadas por nuestros egoísmos particulares, porque su miseria trae causa de la forma en que nosotros, los desarrollados, hemos logrado nuestro bienestar. Respeto, pues, ante la globalización de la desigualdad, para poner en marcha políticas de auténtica cooperación al desarrollo, y de mecanismos de compensación de las desigualdades a través de las políticas públicas de educación, sanidad y de servicios sociales. Respeto para los jóvenes, proporcionándoles las oportunidades para su desarrollo y emancipación personal, con políticas de vivienda, empleo y formación, y no agradándoles el oído con discursos de lástima. Respeto para nuestro planeta, para que continúe siendo el solar de las generaciones venideras, asumiendo los costes de la lucha contra el cambio climático de forma equitativa. Respeto para la libertad, para la creación cultural y su disfrute por la ciudadanía, para la expresión libre de las opiniones, asumiendo que respetar -me gusta mejor que tolerar- al diferente a mí me enriquece y nos enriquece a todos.
Respeto, en suma, para las personas, para toda persona, que por el mero hecho de ser un ser humano es titular de derechos universalmente aceptados y asumidos como propios en el ordenamiento legal de muchos países, incluido el nuestro. En ese espacio del respeto podría encontrarse una gran mayoría de personas que asisten entre escandalizadas y preocupadas a la escalada constante de confrontación y descalificación que experimenta la política de este tiempo en España y fuera de nuestras fronteras. Respeto en todas sus formas y variantes, en todo y para todo, pero sobre todo para el respeto mismo, que tiene que ser respetuosamente beligerante frente a quienes defienden cualquier forma de violencia o de dominación para imponer sus ideas.
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