La pandemia ha evidenciado el descrédito de las instituciones internacionales
Ahora que esta vez sí, y gracias sobre todo a las vacunas, parece que estamos dejando atrás la pesadilla que ha supuesto el Covid debiéramos comenzar a extraer algunas enseñanzas de lo que nos ha pasado y aún sucede. Una de las más patentes es la quiebra de la confianza en las instituciones que supuestamente deberían velar por la salud de la población mundial, fracasadas en su conjunto de manera clamorosa aunque deba tenerse en cuenta, en su descargo, la rapidez y la extraordinaria gravedad de la pandemia.
Naturalmente, no estamos hablando de médicos y enfermeras, ni siquiera de los servicios de salud, que bastante han hecho con aguantar lo que se les ha venido encima, sino de esas grandes instituciones, desde los gobiernos a los organismos internacionales, comenzando por la ONU y su lamentable OMS, que han ofrecido un recital de desacierto, imprevisión y, lo que parece más grave en el caso de la OMS, ocultamiento de responsabilidades y complicidad con el régimen chino. Precisamente en este tiempo de pandemia, ha venido a ponerse de manifiesto la corrupción instalada en esas instituciones globalistas tras la publicación este verano de un impactante documento del Centro Europeo por el Derecho y la Justicia (ECLJ), especializado en la defensa de los derechos humanos, en el que se prueba con datos irrebatibles que un buen número de los expertos que elaboran los informes que justifican la toma de decisiones de muchos gobiernos, reciben importantes e ilegales cantidades de dinero de donantes anónimos y de fundaciones como la Ford o la famosa Open Society del magnate G. Soros. Aunque el alegato de ECLJ se refiere a su área de interés, los derechos humanos, es evidente que el procedimiento se extiende a todos los campos de actuación de la ONU. No sólo eso, personal directamente vinculado a esas organizaciones globalistas ocupa importantes puestos en las agencias de la ONU y desde ahí proceden a reclutar nuevos expertos afines a sus planteamientos.
Es un hecho, más allá de estas constataciones, el creciente descrédito de ese inmenso aparato internacional convertido, desde hace décadas, en instrumento de un gobierno mundial "de facto" que actúa al margen del control democrático de los pueblos. Y la pandemia, en medio de tantos desastres, ha sido una prueba de fuego que ha alimentado las primeras grandes resistencias
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