Medir la calidad del sistema educativo es tan necesario como obligado, dado el servicio que presta, y los resultados han de orientar cambios relevantes
Medir la calidad del sistema educativo |
Aunque, para algunos posicionamientos, el hecho de medir, así como el análisis y la difusión de los resultados de esa práctica, sea cuestión controvertida e incluso, en ocasiones, inconveniente, es necesario disponer de evidencias sobre el funcionamiento y los logros de distintos servicios. En el caso de la educación, resultan particularmente necesarias esas mediciones; aunque, sobre todo a efectos de comparación, deban manejarse algunas variables que la hagan más ajustada. El índice socioeconómico y cultural de los centros es de especial interés, toda vez que permite realizar valoraciones considerando centros de parecidas características y, sobre todo, porque identifica el valor añadido por cada uno de esos centros. Esto es, el modo en que, en función de las condiciones de origen, sean estas desfavorecidas o aventajadas, la organización y el funcionamiento de los centros permiten alcanzar logros superiores o inferiores a los esperados, en función del correspondiente índice socioeconómico y cultural de cada centro. De modo que centros con ese índice bajo pueden aportar valor y, en supuestos contrarios, centros con índice alto no hacerlo.
Además de estas cuestiones referidas al análisis de los logros, importan no poco los indicadores que establecen cuáles deben ser los aspectos para apreciar tales resultados y, asimismo, el grado en que se consideran satisfactorios. El sistema educativo español cuenta con distintos catálogos de indicadores sobre su calidad. Es el caso del Sistema Estatal de Indicadores de la Educación, que realiza mediciones y análisis de datos desde el año 2000, en el ámbito de los sucesivos ministerios con competencias en Educación. Este sistema reúne indicadores de otros marcos internacionales: el Programa Educación y Formación, de la Unión Europea, que asimismo se configuró el año 2000 y da referencia a un marco estratégico revisado, desde entonces, cada década; y los Objetivos de Desarrollo Sostenible, de Naciones Unidas, formulados el año 2015, con la perspectiva de la Agenda 2030. Además, se consideran los indicadores propios del Panorama de la Educación, de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), con resultados correspondientes a todos los Estados miembros de la misma.
Puesto que la presentación de datos suele abrumar, importará ahora dar alguna cuenta de grandes evidencias que señalan los logros del sistema, a partir de esta conclusión importante: el sistema educativo español presenta dos situaciones contradictorias. Así, destaca en la escolarización correspondiente a la educación infantil y en el porcentaje de titulados en la educación superior o universitaria; pero, a la vez, tiene una muy alta tasa de alumnado que abandona tempranamente la educación y la formación, una baja idoneidad (porcentaje del alumnado que está en el curso que le corresponde por su edad, sin repetición), con asimismo un porcentaje bajo de alumnado que obtiene la titulación correspondiente a la educación obligatoria.
La contradicción es importante ya que cursar la Educación Infantil se considera una medida de compensación educativa, sobre todo para el alumnado con más desventaja sociocultural de origen. Sin embargo, tal evidencia no se corresponde con los registros, a lo largo de la escolaridad del alumnado, sobre la repetición de curso, la obtención del título al concluir la educación obligatoria o el abandono posterior de la educación o la formación, entre los dieciocho y los veinticuatro años de edad. Este último indicador, por otra parte, no es consonante con el alto porcentaje de titulados universitarios de edades entre treinta y treinta y cuatro años. Luego algunas razones, aunque no sea fácil establecer una relación causal, deben explicar tales contradicciones en los resultados del sistema educativo.
No se arriesga al adelantar una de ellas, que a su vez conlleva otros motivos. Las conocidas como "transiciones educativas", entre las distintas etapas, provocan efectos en los logros del alumnado. Así ocurre en el paso de la Educación Infantil a la Educación Primaria y, sobre todo, de esta a la Educación Secundaria Obligatoria. De manera principal, por las grandes modificaciones que adoptan tanto el modelo como las prácticas educativas en las distintas etapas; generalmente cursadas, en el caso de la educación obligatoria (Primaria y Secundaria), en centros y con docentes también distintos. De ahí los cambios, ciertamente complejos por su alcance, que deberían adoptarse para adecuar el diseño y desarrollo de la educación obligatoria. La revisión del currículo es uno de ellos, aunque puede resultar insuficiente si no se tiene la perspectiva de centros donde se imparta toda la educación obligatoria, sin transiciones, y con docentes cualificados tras una formación inicial a propósito de esa educación obligatoria tan relevante para el desarrollo personal y social.
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