Una dieta basada en alimentos poco saludables es la forma más barata de saciarse, y muchas familias no tienen ni el dinero ni el tiempo para acceder a alimentos saludables.
“Tu destino está en los demás
tu futuro es tu propia vida
tu dignidad es la de todos”
(fragmento extraído del poema Palabras para Julia, de José Agustín Goytisolo)
Como ya denuncié hace unos meses en esta misma columna, en España tenemos un problema de alimentación: más de 4 millones de personas (un 8,8% de la población) viven en una situación de inseguridad alimentaria moderada o severa. Para que no haya lugar a dudas, cuando hablamos de “inseguridad alimentaria” nos referimos a aquellas personas que no saben a ciencia cierta si van a tener alimentos suficientes para su próxima comida.
¿Cómo acaban alimentándose estas personas en situación de inseguridad alimentaria? Algunas recurren a comedores sociales y a entidades asistenciales como Caritas. Otras resuelven el “problema del hambre” con dietas poco saludables basadas en alimentos procesados “baratos” en precio, pero ricos en azúcar, grasas y sal.
Las consecuencias que esta “dieta” tiene en la salud son preocupantes: obesidad, malnutrición tipo B, diabetes, problemas cardiovasculares, etc. Si además tenemos en cuenta que muchas de las “víctimas” de esta dieta son menores, estamos sentando las bases para que en unos años tengamos un problema de salud pública con esas nuevas generaciones.
Si nos detenemos un momento en el problema de la obesidad, la situación es verdaderamente inquietante. Según los datos del estudio ENPE, la prevalencia de la obesidad en la población general española se sitúa en el 22%. El estudio también revela que las cifras de obesidad son mayores en las personas con menor nivel socioeconómico.
¿Por qué la obesidad es mayor en las clases bajas? Un primer factor es precisamente el poder adquisitivo: una dieta basada en alimentos poco saludables es la forma más barata de saciarse, y muchas familias no tienen ni el dinero ni el tiempo para acceder a alimentos saludables. Sin embargo, no se trata únicamente de un problema de “acceso”, ya que como señala la socióloga Priya Fielding-Singh, algunas familias “usan la comida basura para demostrar amor”.
¿A qué se refiere la autora? Los padres y madres de familias pobres se ven obligados a estar constantemente diciendo que no a sus hijos: no a una bicicleta, no a unas zapatillas de deporte, no a unas vacaciones, no a un buen bistec de carne, etc. Cuando esos mismos niños piden “comida basura” (o refrescos atiborrados de azúcar), los padres y madres dicen que sí. Después de tantos “noes”, por fin pueden decir que sí.
Porque esa comida barata (aunque poco saludable) sí se la pueden permitir, y así, por fin, consiguen darle un capricho a sus hijos. No olvidemos que nuestros supermercados y los restaurantes de comida rápida están repletos de productos procesados, así que la compra de comida basura es barata y fácil.
¿Qué podemos hacer entonces para reducir los problemas de obesidad y alimentación en España? Una primera línea de actuación es la reducción de la pobreza: mientras haya familias que no puedan llegar a final de mes será complicado esperar una alimentación saludable de estas personas.
Una segunda área de trabajo está en los colegios. Los menús escolares no pueden ser una sinfonía de grasas saturadas: recordemos que para muchos niños las comidas en el colegio son la única oportunidad de una dieta saludable. Necesitamos comida saludable en los comedores escolares.
Asimismo, en los colegios debería impartirse una asignatura obligatoria de nutrición para que desde bien pequeños nuestros menores entiendan la importancia de la alimentación en la salud y para que también sepan, por ejemplo, el esfuerzo que conlleva cultivar 1 kilo de tomates.
Un tercer aspecto a revisar es el conjunto de nuestro modelo agroalimentario: comer no es solo engullir calorías. Comer es salud, es cultura, es compartir. Todos los actores del sector deberían contribuir a un cambio de paradigma que fomente la alimentación saludable.
Sin ir más lejos, un reciente estudio demostró que la disposición de los productos en los supermercados influye en los productos que compramos y que puede contribuir a que consumamos más frutas y verduras. Como expuso Carolyn Steel en su estupendo libro Ciudades Hambrientas: “La obesidad no es solo una cuestión de lo que comemos, es una enfermedad que afecta a la esencia de nuestra forma de vivir. Es la manifestación corporal de nuestra cultura alimentaria desvinculada e industrializada. Una cultura en la que la comida no se valora ni se comprende y, por tanto, está sujeta a abusos”.
Y por último, más allá de la dieta, hemos de fomentar un estilo de vida menos sedentario. En definitiva, si queremos acabar con la malnutrición y la obesidad tenemos que reducir las desigualdades y replantear nuestra relación con la comida.
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