El lenguaje, instrumento de cambio |
No dejan de ser curiosos y significativos de nuestro tiempo, los vaivenes del lenguaje, sobre el que se cierne hoy en día una multiplicidad de intereses e ignorancias, que dificultan la comunicación a través de él. Los diferentes cambios desarrollados en los últimos años han irrumpido fuertemente con su propia jerga lingüística en el habla cotidiana, amenazando a quienes la ignoran con dificultarles la comprensión e, incluso, plantearles un serio disgusto. No digamos ya cuando se trata de personas mayores. Pero este hecho no es un mero producto de una evolución, llamemos natural, de la lengua, abierta siempre a cambios en su uso por parte de los hablantes de un determinado país o lugar, sino de algo forzado.
Me estoy refiriendo a los términos (palabros en la terminología crítica) y siglas que ha traído consigo la imposición vía exprés, en un corto espacio de tiempo, de diferentes procesos e intencionalidades. Así ocurre con la igualdad forzada entre hombres y mujeres, donde palabras como machismo, género, empoderamiento, inclusivo o sexista, han irrumpido con ímpetu, convirtiendo su uso en algo cada vez más extendido, aunque sean pocos quienes conocen su verdadera significación. Con este fenómeno social se relacionan también las nuevas reiteraciones llamadas inclusivas (padres-madres, niños-niñas, ciudadanos-ciudadanas, etc.), que desde los más variados sectores e instituciones, se apresuran a adoptar para no ser corregidos ni quedarse atrás. Cualquier ignorancia de las nuevas jergas puede valer como mínimo una reprimenda e, incluso, una condena. La apisonadora administrativa en esto no suele parar en mientes.
Similar sucede con las designaciones otorgadas a las innumerables combinaciones sexuales posibles, admitidas todas ellas como legítimas y revestidas jurídicamente del mismo nivel de dignidad, que han creado ya su jerga propia y un bosque de siglas y de palabras (LGTB, LGTBI, LGTBIQ+, Trans, gay, intersexual,...). Igualmente con su acompañamiento necesario mediante la utilización de vocablos para indicar los atentados contra cualquiera de las tendencias creadas, como sucede con los términos, hoy tan de moda, de homófobo u homofobia, remedo de xenófobo y xenofobia, aplicados en este caso para denominar el odio o la aversión al extranjero, y que tan frecuentemente son usados por los políticos con fines partidistas.
En realidad, la veda se abrió hace años en otro ámbito diferente con la penetración abusiva en nuestra comunicación ordinaria, un día sí y otro también, de numerosas palabras inglesas (online, password, software, streaming, bussines, moving, cash, coaching, influencer,…), a través de los temas económicos y educativos o de las nuevas tecnologías, llamadas a reemplazar a su versión española y a sobrepasar en importancia a los de corte humanístico. Paralelamente, muy temprano, como un tributo a las autonomías y para contentar al nacionalismo, no podemos olvidar los topónimos, trasladados sin más a su propia lengua o dialecto (Lleida, Donostia, Girona, Xativa, Alacant, A Coruña, Ourense,…), no obstante existir de antes su correlativo castellano, a veces con varios siglos de uso a sus espaldas. En la actualidad, los medios de comunicación audiovisuales colaboran activamente a propagar entre el gran público la utilización de estos nombres, reducida antes exclusivamente a su propia región.
Y así, sin pausa apenas, asistimos a una transformación del lenguaje y del idioma, que lejos de tener un origen natural viene impuesta por el papanatismo, la falta de conocimiento de la lengua propia, la ingeniería social o las aspiraciones políticas. En última instancia, determinadas ideologías de izquierda y nacionalistas, con la aquiescencia frecuente del centro-derecha, entienden asimismo el lenguaje, la suavización de determinados términos, como un arma fundamental para la transformación política, social y cultural. Muchos de los cambios aquí referidos no persiguen otro fin. Y por el éxito de sus frutos, a la vista de lo que vemos, no van nada descaminados.
A la postre nos encontramos que cada vez menos personas identifican aún el viejo vocablo con su significado de siempre. La dislocación de las palabras y de los significados penetra en todos los ámbitos, sean estos políticos, económicos, culturales o eclesiales, para intentar generar una realidad virtual, presentándola como real. Sin apenas crítica ni aclaraciones de los usuarios, dejándose llevar simplemente. En esta verdadera revolución del lenguaje, ajena a cortapisas que la controlen, se transforman a gran velocidad significados y significantes, y las cosas ya no se denominan de la manera conocida; no significan lo mismo, llevan debajo una carga diferente. Por si fuera poco, el olvido premeditado de algunas palabras indica igualmente que aquello que nombraban ha dejado de existir.
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