Vuelven las contradicciones, fundamentalmente el pulso entre la medicina de las máquinas hospitalaria y la de los códigos de la medicina personalizada.
EFE |
“Los signos de las máquinas ceden su puesto a los signos de los códigos... el saber informático, luego genético, sustituye al de la dinámica”. Jacques Attali.
Ahora que estamos en lo que parece el desenlace de la pandemia, junto a la necesaria relajación de las medidas de control, la aún pendiente globalización de la vacunación y la incertidumbre sobre la futura gobernanza internacional de la salud pública, vuelven los problema clásicos de la salud y de la sanidad públicas y surgen nuevos retos derivados de la experiencia y de la perspectiva que nos da el drama de la pandemia. Sin embargo, al menos hasta ahora, prevalece más la inercia de lo urgente que la prioridad de lo necesario: la reducción de las listas de espera hospitalarias antes que las medidas de recuperación de la investigación, de la salud pública y la atención primaria, la mayor parte de ellas todavía en fase de estudio o de consultas.
De nuevo retornan los problemas de los que ya éramos conscientes en la salud pública global como son los relativos a la universalización del derecho a la salud, tanto en la normativa como en la capacidad ejecutiva de los organismos internacionales y en primer lugar de la OMS. Pero también del CDC europeo, en la cobertura de los sistemas públicos de atención sanitaria, así como en el acceso equitativo a los medicamentos y las tecnologías, sujetos ahora al egoísmo del mercado y al nacionalismo, y sobre todo en la disponibilidad de un mínimo común de recursos económicos y sociales básicos para la vida y la salud humanas. En nuestra sanidad pública, vuelve el debate sobre su suficiencia presupuestaria y de personal, y también sobre el carácter público o la privatización de su gestión, sobre la revitalización de una débil atención primaria y comunitaria en relación a la atención hospitalaria, o sobre la formación especializada y del trabajo en el equipo sanitario. También sobre las largas listas de espera hospitalarias, además de los retos puestos en evidencia con la pandemia del desarrollo de la ley general de salud pública, como la Agencia de salud pública, la equidad en salud y el abordaje de los determinantes sociales, la política de cuidados o la investigación y la industria sanitaria.
A la luz de las experiencias de la pandemia, con una mezcla de lo nuevo y lo viejo, surgen nuevos retos sobre cómo lograr la compatibilidad entre la presencialidad y telemedicina, forzada por el primer confinamiento de la pandemia, como del desarrollo futuro de la experiencia de humanización en el marco tecnificado de la atención hospitalaria, y asimismo de las medidas de la salud pública de los determinantes sociales y los hábitos de riesgo con las políticas sociales, la prevención, la promoción de salud y la responsabilidad individual en el autocuidado. En otro plano, del avance imparable del coaching y el fitness en las redes sociales, en paralelo con las fake News y las teorías de la conspiración, como consecuencia del cambio en la percepción de la enfermedad y el culto al cuerpo, como exposición.
Ya en esta pandemia, el poder sobre la salud ha radicado excepcionalmente en las manos de la salud pública, y en la que podríamos denominar la medicina de los cuerpos de acuerdo con la clasificación de Jacques Attali. Es ella quien ha establecido la estrategia de control y quien ha regulado las medidas de confinamiento, de restricción de la movilidad y del distanciamiento físico en las distintas olas y valles de la pandemia con términos como la vigilancia, la alarma, el confinamiento, el rastreo, el cierre perimetral o el toque de queda, que se han convertido casi en vocablos habituales.
Ha sido también quien ha puesto en marcha la estrategia de vacunación, empezando por los más vulnerables y culminando ahora con los más jóvenes, en especial en los países desarrollados y con sanidad pública como el nuestro con indudable éxito, a tenor de los resultados de inmunidad, a diferencia de otros. Para todo ello, la atención primaria ha representado la colaboración imprescindible en la labor de diagnóstico y aislamiento de los infectados, así como en la detección y la cuarentena de los contactos primero, y más adelante, también en la organización de la administración masiva de las vacunas en un tiempo récord, en particular por parte de su personal de enfermería. A pesar de su contribución antes y durante la pandemia, la atención primaria continúa hoy con una imagen de crisis, con el riesgo añadido de dejación de funciones en favor de una atención hospitalaria más potente y mediática.
Una última trinchera en las olas más duras de la pandemia, ha estado protagonizada por la medicina de las máquinas representada por los hospitales, sus servicios de urgencias, de microbiologia y sus UCIs, que han logrado reducir las consecuencias más graves de la pandemia y que para ello se han visto obligados desde a la organización de circuitos diferenciados de atención, al aislamiento de pacientes, a la flexibilización de su tradicional gestión en especialidades, hasta a experimentos de ensayo error con relación al tratamiento postural y terapéutico de los enfermos, al seguimiento de las complicaciones de la covid19 y al acompañamiento de los pacientes aislados hasta su muerte. En nuestro caso, y a diferencia de otros países desarrollados como EEUU, gracias a un acceso y a una cobertura universales y gratuitos en el momento de uso en todo el sistema sanitario, algo que no siempre hemos valorado suficientemente. Sin embargo, no ha ocurrido así en la tierra de nadie de lo sociosanitario, los más ancianos, dejados de la mano del sistema productivo y asimismo del de consumo, ni en lo analógico ni tampoco en lo digital, muchas veces en soledad y sin autonomía, lo que ha concluido de forma trágica con una alta afectación, en particular de las residencias de mayores.
Antes de la pandemia nos encontrábamos en pleno periodo de transición sanitaria, a medio camino del tránsito entre la medicina de las máquinas y la de los códigos, entre lo analógico y lo digital, entre la biopolítica y la psicopolítica. En términos del filósofo Byun Chul Han, repartida su hegemonía entre el hospital, el laboratorio y las compañías de tecnología y farmacia de un lado, y las de genómica, de inteligencia artificial y la robótica de otro, pero también hacía una nueva cultura sanitaria de autoexposición y autoayuda en las redes sociales, algo que se corresponde con el tránsito del modelo productivo y de bienestar al modelo reproductivo neoliberal y la sociedad líquida de hiper consumo digital.
Ahora, a la salida de la pandemia, vuelven las contradicciones de la mencionada etapa de transición, fundamentalmente el pulso entre la medicina de las máquinas hospitalaria y la de los códigos de la medicina personalizada y de los metadatos. Sin embargo, a raíz de la actual experiencia de la pandemia, surge también en la atención primaria, la salud mental y en general la comunitaria, la contradicción de la consulta personal con la respuesta telefónica y telemática heredadas de la pandemia, y junto a todo ello, con la incertidumbre de la permanencia o no de algunas de las experiencias de la medicina de los cuerpos de la salud pública y la atención primaria ante la pandemia como el compromiso con la salud colectiva o la protección de los más vulnerables, así como con las apenas emergentes medidas sociales y laborales de la sindemia: la covid19 con la pandemia de enfermedades crónicas y la pandemia de la desigualdad, como el ingreso mínimo vital, el salario mínimo o los ERTEs.
Lo previsible es que, en adelante, prevalezca la inercia económica de consumo y el cansancio político en favor de la medicina tecnológica, genómica y también del coaching, pero no hay que descartar que colectivamente hayamos aprendido la lección de la incertidumbre y la fragilidad vividas durante la pandemia como consecuencia de la crisis de los determinantes sociales y de la atención comunitaria. De nosotros depende.
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