A vueltas con el envejecimiento |
Los mayores no tienen quien les escriba -salvo honrosas excepciones- y he decidido que voy a seguir haciéndolo yo; nunca imaginé que iba a tener esta necesidad, pero tampoco sabía lo que significaría llegar a esta provecta edad, y eso que mis padres murieron con muchos años, pero nunca se escarmienta en cabeza ajena.
Me hice feminista, hace muchos años, por lo que explica Pepe Griñan en el prólogo a mi libro Una mujer de mujeres (2008): "Una vez más he comprobado, -decía mi amigo Pepe-, como los mismos acontecimientos son vividos de diferente manera por hombres y mujeres, como los caminos más habituales para nosotros, los más cotidianos, han sido para ellas empinadas cuestas". Es tan gráfica esa expresión de "las empinadas cuestas" que forma parte de mi vida de manera indeleble.
En las páginas de los periódicos del Grupo Joly, escribí, durante muchos años, una columna, quincenal primero, semanal después, que así se llamaba: Las empinadas cuestas -la primera en 2009-, y expresé también que la decisión de hacerlo siempre sobre nuestras "empinadas cuestas" -al margen de mi formación universitaria y mi dedicación política- se ha debido a constatar las muchas que son y el trabajo que nos cuesta subirlas, como si fuera cierta aquello de la Biblia de que "Eva fue creada por Dios a partir de una costilla de Adán". Es una constatación de lo que más tarde denominaríamos el patriarcado, que tiene en esa idea "de la costilla" la expresión máxima del mismo. Todas las religiones son patriarcales y los privilegios que en sus jerarquías mantienen los hombres son difíciles de soportar.
Van pasando los años, hasta llegar -las que tenemos esa suerte-, subiendo empinadas cuestas en todas las edades y de toda naturaleza: educativas, laborales, sexuales, violencias diversas, brechas de género; llegamos a la vejez y todo se vuelve aún más duro; empezamos a ser inservibles y nos inventan lo del "envejecimiento activo", por ejemplo, que nunca se sabe en qué consiste.
Ana Freixas, la escritora feminista más comprometida, y sin complejos, con esto de la vejez de las mujeres, escribe en Yo, vieja -ya sabéis que yo me denomino "una joven mayor"- que "hasta el momento, y que yo sepa, ellos no se han cuestionado demasiado, en términos de género, los procesos de envejecer, por lo tanto, sus trabajos al respecto siguen con la música del masculino universal, como si mujeres y hombres envejeciéramos de igual manera". Y no, una mujer vieja es, por lo general, un persona fea, que no interesa, un hombre viejo puede ser, sin grandes dificultades, un hombre interesante. A una mujer vieja si está bien se le dice: "Hay que ver lo bien que te conservas"; a un hombre viejo, normalmente, no se le dice nada, va de suyo que está "normal", como siempre.
Claro que todo esto tiene que ver con "la ley del agrado", una función de la que, desde la cuna, nos han adjudicado y enseñado a las mujeres; toda mujer es educada en el agrado, en satisfacer al otro -varón, por supuesto-. Se nos exige silencio, obediencia, cuidados. Todas las mujeres somos educadas en esta ley, aunque no seamos, en ocasiones, conscientes de ello.
Tantas cosas nos han hecho que no entiendo qué está pasando en un sector del feminismo, negándose a que se reconozcan derechos a personas que se consideran diferentes, porque sienten que han nacido en un cuerpo equivocado. Afirman que nos van a "borrar" a las mujeres, y no sé cómo; somos la mayoría de la humanidad y no han podido con nosotras, pese a lo mucho que nos han marginado siempre y menos aún lo pueden hacer minorías que se sienten diferentes y tienen derecho a que, conforme establezcan las leyes, se le reconozcan sus derechos. "Un sujeto político colectivo es una noción política, no un dato biológico" (Rosa Cobo). La generosidad con el diferente ha sido siempre, y lo seguirá siendo, una seña de identidad del feminismo.
Sobre el cuerpo de las mujeres se pueden escribir varios tratados; solo me referiré al ejemplo de Petra Martínez que, al recoger el Premio Feroz como mejor actriz protagonista, contó que inicialmente dijo que no a su participación en la película La vida era eso por la escena de la masturbación, porque la masturbación femenina en público es un tabú, y todavía más en una persona de su edad, pero, con el apoyo del director, la rodó. Petra Martínez, andaluza de Jaén, tiene 77 años y en la película interpreta a una mujer que demuestra que "no hay edad para cambiar, encontrarse, enamorarse y empezar de nuevo". Hizo un discurso memorable al recoger el premio: "Lo más importante es haberme masturbado delante de mucha gente, porque yo pienso que la masturbación está totalmente silenciada…", un discurso muy aplaudido que se hizo viral en las redes, por su manera de romper tabúes y además por su edad y condición. Una maravilla de intervención que nos reconcilia con la vida, porque demostró que estar viva es lo que importa.
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