Luis E. Íñigo Fernández. |
ALBERTO GRIMALDI
Doctor en Historia Contemporánea por la UNED, inspector de educación y profesor del Centro de Estudios Magíster, Luis E. Íñigo Fernández (Guadalajara, 1966) tiene una dilatada carrera en la Administración y la docencia. Especialista en la Segunda República española, sus investigaciones se han centrado en los partidos republicanos moderados. Es autor de más de una veintena de libros. A comienzos de año publicó Historia de los perdedores (Espasa, 2022), una obra para entender la visión de los vencidos y que es el libro del que el autor dice sentirse más orgulloso.
–¿Por qué se decidió hacer una obra sobre los perdedores en la Historia?
–Pues porque me parece que la Historia la escriben siempre los ganadores, con escasas excepciones y con una finalidad de justificación. Y, por tanto, les debemos a los perdedores del pasado moralmente una reparación. Todos tenemos algo de perdedores y no nos llegaremos a conocer nunca bien a nosotros mismos, ni como individuos ni como pueblos, si no reconocemos lo que debemos a los perdedores.
–¿Cómo decidió acotar la estructura del libro? Porque aborda momentos históricos muy distintos y separados en el tiempo. Quizá el factor común es la injusticia de cómo han sido tratado sus protagonistas, ¿no?
–Por una parte, por la universalidad. Para no caer únicamente en un reduccionismo europeísta ni español. Y, por otra parte, por el deseo de intentar abarcar lo más posible en el tiempo. De manera que estuvieran representadas todas las épocas para que de algún modo fuera como una Historia universal desde el punto de vista de los perdedores.
–¿Porque ése es el hilo argumental, contar que aunque fueron los perdedores de cada una de esas batallas históricas, por llamarlo de alguna manera, quedaron cosas sin contar?
–Sí. Primero hay que aclarar que no son batallas en el sentido militar, aunque ya sé que no lo dice así, sino que son gentes, pueblos, grupos sociales que han aportado mucho a la Historia. El mundo no sería igual sin ellos. Pensemos en las mujeres, en los homosexuales, en los ancianos, en los judíos, en los esclavos romanos, en los campesinos egipcios... Si no sabemos lo que ellos hicieron, lo que vivieron, lo que sufrieron, realmente no podemos entender el mundo actual.
–¿Pero hay un hilo conductor entre esos pueblos?
–Todos comparten el ser perdedores. Pero no, cada capítulo se puede leer independientemente, que es lo bueno. Cada uno tiene veintitantas páginas, con lo cual es una lectura ágil. Sí es cierto que al acabar el libro uno se hace una idea global de la Historia humana desde otro punto de vista.
–¿Hay algo de acto de contrición? Varias veces en el libro se refiere a que los historiadores tienen una parte de responsabilidad de que sólo se acabe contando la versión de los vencedores.
–Sí. Y además es militante mi postura en ese sentido. El historiador a veces es un publicista, es decir, trabaja para el poder, porque a la sombra del poder está muy cómodo y el historiador nunca debe ser leal al poder. Debe ser leal sólo a las fuentes y al rigor intelectual, caiga quien caiga y le moleste a quien le moleste. Y eso creo que se lo debemos a la Historia y se lo debemos a los lectores sobre todo.
–¿Y eso no pasa también cuando contamos la historia de los perdedores por revancha?
–Pues sí, ha acertado. Porque a veces, al contar la historia de los perdedores, cuando éstos la reescriben, incurren también en los mismos problemas o errores que incurrieron los ganadores. Y se ve en aspectos como la Segunda República en la actualidad. Hay un grupo de historiadores que la presentan como si hubiera sido el ejemplo más acabado de democracia. Cuando sabemos que no es así, sino que, como dijo Javier Tusell, era una democracia muy poco democrática. Y lo peor es que se hace con una finalidad política presente, no para que las personas conozcan su pasado, sino para que muevan su opinión en el presente en el sentido que se pretende.
–¿Es uno de los grandes mensajes de su libro, que no debemos aplicar la Historia como palanca de acción política actual?
–No exactamente. Esa es una lectura que espero que la gente haga, que es mucho más fácil hacer Historia para complacer al poder, al que haya en cada momento, que todos tienen sus intereses, pero que ésa no es la labor del historiador, que debe ser comprometido, siempre se ha dicho, pero no con una ideología política, sino con el rigor intelectual y la honestidad personal.
–¿La obra es un canto contra la desigualdad o es un error mío como lector?
–La obra es un canto contra la injusticia en un doble sentido, de que se dio realmente y de que los historiadores han contado la realidad. Por tanto, si eso es contra la desigualdad en ese sentido, sí.
–Hay mucha inspiración poética en el libro, o al menos yo la detecto. ¿Por qué?
–Es que yo creo que el historiador no tiene por qué escribir como si estuviera exponiendo fórmulas matemáticas. Aunque la Historia narrativa tiene muy mala prensa, los grandes historiadores han sido también grandes escritores. Pensemos en Winston Churchill, por ejemplo, en [Theodore] Mommsen u otros autores clásicos. Creo que los libros tienen que cautivar de dos maneras, al intelecto, que es lo que pretende el historiador, pero también a la sensibilidad. Un buen libro de Historia no tiene por qué ser soso o aburrido desde el punto de vista literario. Y tampoco tiene por qué aparcar las emociones. La emoción es una herramienta intelectual, ayuda al intelecto.
–¿Es el libro del que se siente más orgulloso?
– Sin duda. Y me encantaría que este libro llegara a muchas personas y lo disfrutaran y les hiciera pensar, porque, sobre todo, el historiador escribe para hacer pensar.
–¿Es un manual para identificar a los perdedores de hoy? ¿Cuáles son para usted?
–Hay grandes masas de perdedores en los países africanos y asiáticos, a pesar del gran progreso que se ha experimentado en los últimos años. Y eso no debemos olvidarlo. Cuando reconozcamos que hay perdedores en nuestras sociedades ricas, avanzadas, no debemos olvidar a esos otros.
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